En un pequeño pueblo rodeado de colinas verdes y campos de flores, vivían dos amigas inseparables llamadas Leyka y Keyla. Aunque sus nombres eran similares, las niñas eran diferentes en muchos aspectos. Leyka tenía una larga melena oscura que siempre llevaba suelta, y su energía y alegría iluminaban cualquier lugar al que iba. Keyla, por otro lado, tenía el cabello corto y rizado, y era más reservada, pero cuando sonreía, su rostro se iluminaba de una manera que hacía que todos se sintieran felices a su alrededor.
A pesar de sus diferencias, Leyka y Keyla compartían un vínculo muy especial. Se conocieron en la escuela cuando tenían seis años, y desde entonces se volvieron inseparables. Siempre estaban juntas, explorando el bosque cercano, inventando juegos nuevos o simplemente hablando durante horas sobre sus sueños y deseos. Pero lo que más las unía era la confianza que tenían entre ellas. Sabían que siempre podían contar con la otra, sin importar lo que pasara.
Un día, después de la escuela, mientras caminaban hacia sus casas, Leyka y Keyla encontraron una cartera tirada en el suelo. Parecía que alguien la había dejado caer por accidente. Las dos niñas se miraron con curiosidad y decidieron abrirla para ver si podían encontrar alguna pista sobre quién era el dueño. Dentro de la cartera había algo de dinero, tarjetas y una identificación que pertenecía a una señora mayor llamada Marta.
Keyla, siendo más cautelosa, sugirió que llevaran la cartera a la comisaría para que la policía pudiera devolverla a su dueña. Sin embargo, Leyka, que era un poco más impulsiva, pensó que tal vez podrían quedarse con el dinero y nadie se daría cuenta. «No es mucho dinero», dijo Leyka, tratando de justificar su idea. «Además, nadie sabrá que lo tomamos.»
Keyla miró a su amiga con preocupación. Sabía que lo que Leyka estaba sugiriendo no estaba bien, pero también entendía que su amiga no lo hacía con maldad, sino que simplemente no estaba pensando en las consecuencias. «Leyka, debemos ser honestas. Si nos quedamos con este dinero, estaríamos haciendo algo malo. ¿Y si esa señora necesita el dinero para algo importante? No podemos hacerle eso.»
Leyka bajó la mirada, sintiéndose un poco avergonzada. Sabía que Keyla tenía razón, pero aún así, la tentación de quedarse con el dinero seguía rondando su mente. Sin embargo, después de un momento de reflexión, Leyka suspiró y asintió. «Tienes razón, Keyla. No sería justo. Vamos a llevar la cartera a la comisaría.»
Las dos niñas caminaron juntas hasta la comisaría del pueblo. Al llegar, entregaron la cartera al oficial de guardia y le explicaron cómo la habían encontrado. El oficial les agradeció por su honestidad y les aseguró que haría todo lo posible por devolverla a su dueña. Leyka y Keyla se sintieron aliviadas y orgullosas de haber hecho lo correcto.
Al día siguiente, mientras jugaban en el parque, una mujer mayor se acercó a ellas con una sonrisa en el rostro. Era la señora Marta, la dueña de la cartera. «Gracias, niñas», les dijo con una voz cálida. «El dinero que estaba en esa cartera era para comprar las medicinas que necesito. No sé qué habría hecho sin él. Ustedes me han ayudado más de lo que se imaginan.»
Leyka y Keyla se miraron con una mezcla de sorpresa y satisfacción. No solo habían hecho lo correcto, sino que habían ayudado a alguien que realmente lo necesitaba. A partir de ese día, Leyka comprendió la importancia de la honestidad y el impacto que pueden tener nuestras acciones en la vida de los demás.
La experiencia también fortaleció aún más la amistad entre Leyka y Keyla. Sabían que, aunque a veces era difícil tomar las decisiones correctas, siempre tendrían a la otra para recordarles lo que era realmente importante. Juntas, aprendieron que ser honesto no solo significa decir la verdad, sino también hacer lo correcto, incluso cuando nadie está mirando.
Con el tiempo, Leyka y Keyla se convirtieron en un ejemplo de integridad en su comunidad. Su historia sobre cómo devolvieron la cartera se esparció por todo el pueblo, y muchos de sus amigos y vecinos comenzaron a admirarlas por su valentía y honestidad. Las niñas se dieron cuenta de que habían aprendido una lección valiosa, una que llevarían consigo durante toda su vida.
La amistad entre Leyka y Keyla continuó creciendo con los años, y aunque enfrentaron muchos desafíos, siempre recordaron el día en que decidieron ser honestas, sin importar las tentaciones. Sabían que la confianza y la honestidad eran los pilares de cualquier relación, y se prometieron mutuamente nunca olvidar lo que habían aprendido.
Y así, en ese pequeño pueblo rodeado de colinas verdes y campos de flores, Leyka y Keyla crecieron juntas, enfrentando la vida con valentía, sabiduría y, sobre todo, con un corazón lleno de honestidad. Porque al final del día, ambas sabían que no hay mayor tesoro que la confianza que se gana al ser siempre fiel a uno mismo y a los demás.
Fin.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.