En una pequeña y acogedora ciudad, vivía una familia muy unida. Papito, un hombre amable y divertido, era el padre de Hijita, una niña de diez años llena de curiosidad y alegría. Junto a ellos vivía la Abuelita, una sabia mujer que siempre tenía historias fascinantes que contar. La hermana de Hijita, Sofía, era un poco mayor y se convertía en su mejor amiga y también en su confidente. Un día, un nuevo amigo llegaría a sus vidas y, con él, una hermosa aventura empezaría.
Era un brillante día de verano y el sol brillaba en lo alto. Papito decidió llevar a Hijita y a su hermana Sofía al parque para disfrutar de un pícnic. La Abuelita se quedó en casa, pero les preparó una deliciosa canasta llena de sándwiches, frutas y galletas para compartir. Antes de salir, Papito miró a Hijita y dijo: «Recuerda, mi pequeña, siempre hay que apreciar los momentos juntos. La amistad y la familia son lo más importante». Hijita asintió, feliz de pasar el día con su padre y su hermana.
Al llegar al parque, el aroma de las flores llenaba el aire y el canto de los pájaros era música para sus oídos. Papito extendió una manta sobre la hierba fresca y las tres se sentaron a disfrutar de la comida. Mientras comían, Ojín, un niño nuevo en la ciudad, se acercó tímidamente. Llevaba una sonrisa, pero parecía un poco nervioso. Papito, al notar su presencia, lo invitó a unirse al pícnic. «¿Por qué no te sientas con nosotros? Siempre es más divertido compartir las comidas», le dijo con una sonrisa.
Ojín, un niño con ojos grandes y llenos de curiosidad, se sentó junto a ellos y empezó a hablar. «Me llamo Ojín y me mudé aquí hace poco. Me gusta mucho jugar al fútbol», comentó. Sofía, emocionada, le respondió: «¡A nosotros también nos gusta el fútbol! Podemos jugar después de comer». Hijita miró a su padre con ojos brillantes, deseando compartir más momentos con su nuevo amigo.
Después del pícnic, los cuatro se dirigieron al campo de fútbol cercano. Papito decidió unirse a ellos, ya que siempre le había gustado jugar y quería estar presente para asegurarse de que todos se divirtieran. La risa llenó el aire cuando empezaron a jugar. Ojín, aunque era nuevo, rápidamente mostró que tenía habilidades sorprendentes. «¡Qué bien juegas!» le dijo Hijita, admirando su destreza con el balón.
Mientras jugaban, las risas y los gritos de alegría resonaban en todo el parque. En un momento de emoción, Sofía lanzó el balón demasiado alto y este se fue directito hacia un árbol. Todos miraron en dirección al árbol, decepcionados al pensar que no podrían recuperar el balón. Sin embargo, Ojín sonrió y dijo: «No se preocupen, tengo una idea». Se alejó un poco y, con mucha agilidad, comenzó a trepar por las ramas del árbol. Todos lo miraban maravillados.
Cuando alcanzó el balón, en lugar de bajar directamente, Ojín decidió hacer un truco: saltó y lanzó el balón hacia abajo, donde Papito lo atrapó con gran destreza. «¡Bravo, Ojín!» exclamó Hijita, aplaudiendo con alegría. Desde ese momento, la conexión entre ellos se hizo más fuerte. Papito, viendo la alegría en los ojos de sus hijas y en el nuevo amigo, pensó que el verdadero valor estaba en la amistad que se estaba formando.
Después de varias horas de juegos, decidieron sentarse un momento a descansar. Papito, queriendo aprovechar la oportunidad, les preguntó a todos: «¿Cuál es el mejor recuerdo que tienen con sus amigos?» Hijita, emocionada, comenzó a contar una divertida anécdota sobre cómo ella y Sofía habían construido un fuerte en su sala de estar una tarde lluviosa. Sofía añadió: «Y lo mejor fue cuando nuestra Abuelita vino y nos llevó a una aventura imaginaria en el jardín. ¡Era como si fuéramos exploradores!» Todos rieron y compartieron sus historias.
Cuando fue el turno de Ojín, miró a sus nuevos amigos con una mezcla de emoción y tristeza. «Yo… no he tenido muchos amigos antes. Desde que me mudé, me he sentido solo», confesó. Sin embargo, Papito sonrió y le dijo: «No te preocupes, Ojín. La amistad se construye día a día y aquí estamos para ayudarte a ser parte de nuestra familia». Hijita y Sofía asintieron entusiastas, prometiendo que siempre estarían allí para él.
El sol empezó a ocultarse y el aire se volvió más fresco. Papito sugirió que regresaran a casa, pero antes de irse, Ojín miró a hijita y a Sofía y les dijo: «Gracias por hoy. Nunca había tenido un día tan divertido. Me siento muy afortunado de haberos conocido». Hijita sonrió y le respondió: «Nos vemos mañana, entonces. ¡Quiero jugar más!».
Mientras caminaban hacia casa, Papito le dio un abrazo a Hijita y le dijo: «Hoy has hecho un nuevo amigo, y eso es algo muy especial. Recuerda que las amistades verdaderas se construyen con tiempo y cariño». En ese momento, Hijita comprendió que, aunque a veces los cambios pueden ser difíciles y dar miedo, el amor y la amistad siempre pueden iluminar el camino.
A medida que pasaban los días, la amistad entre los cuatro se fortalece. Ojín se convirtió en parte de su grupo, y juntos exploraron nuevos juegos y aventuras, creando recuerdos inolvidables. Papito siempre estaba presente, recordándoles que la verdadera felicidad se encuentra en los momentos compartidos y en el amor que le brindamos a quienes nos rodean. Así, entre risas y recuerdos, se formó un lazo inseparable entre ellos y Ojín se sintió finalmente en casa, rodeado de amigos verdaderos.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.