Gabriel era un niño pequeño, de solo dos años, con ojos brillantes y una sonrisa que iluminaba todo a su alrededor. Su madrina, Paola, era una mujer cariñosa que siempre estaba lista para compartir momentos mágicos con él. Lo que más les gustaba a Gabriel y a Paola era hablar de dinosaurios y salir a explorar la naturaleza juntos, como verdaderos aventureros.
Una mañana soleada, Paola llegó a la casa de Gabriel con una mochila llena de sorpresas. Gabriel la recibió con un fuerte abrazo y le dijo: «Paola, ¡vamos a buscar dinosaurios!» Paola sonrió y le contestó: «¡Claro que sí, Gabriel! Hoy será un día de aventuras gigantes.»
Salieron caminando rumbo al parque que había cerca de la casa. El parque era un lugar lindo y verde, con muchos árboles y flores. Caminaron agarrados de la mano y Paola le contó a Gabriel que algún día, hace muchísimo, muchísimo tiempo, vivían muchas criaturas grandes y peludas llamadas dinosaurios. Gabriel escuchaba con atención, sus ojitos llenos de asombro.
Mientras caminaban, encontraron un pequeño charco de agua. Paola dijo: «Mira, Gabriel, aquí podría haber una huella de dinosaurio gigante.» Gabriel bajó la cabeza y miró el charco. «¿Es una huella de dinosaurio de verdad?», preguntó con curiosidad. Paola se agachó a su lado y dijo: «Puede ser, o tal vez es la huella de un pequeño pato o de un sapito. ¿Quieres intentar hacer una huella con tu pie aquí?» Gabriel rió y puso su pie pequeño en el agua, dejando una huella que bailaba al ritmo del sol.
Siguieron caminando un poco más y llegaron a un lugar donde había muchas piedras. Paola le explicó: «¿Sabes, Gabriel? Las piedras pueden ser parte de los lugares donde los dinosaurios vivían. A veces, los huesos de esos enormes animales se encuentran dentro de piedras muy viejas.» Gabriel trató de imaginarse un dinosaurio gigante, muy grande como una montaña, caminando entre las piedras. Levantó una piedra pequeña y dijo: «¡Mira, Paola! ¡Una roca mágica!» Paola rió y le dijo: «¡Sí, y puede ser que guardara secretos de dinosaurios antiguos!»
De repente, un pajarito se posó en una rama cercana y cantó una canción hermosa. Gabriel quedó muy contento y dijo: «¡Pájaro canta, Paola!» Paola le sonrió y le dijo: «A los dinosaurios les habría encantado escuchar los cantos de los pajaritos que viven hoy. Algunos dinosaurios, según dicen los científicos, eran como pájaros grandes y coloridos.»
Volvieron a caminar y llegaron a un lugar con muchas hojas secas en el suelo. Gabriel empezó a pisar las hojas y hacer sonar su crujido alegre. Paola tomó una hoja grande y se la puso en la cabeza, haciendo una corona. Gabriel la imitó y juntos se rieron mucho. Paola dijo: «¿Sabes qué? Así como las hojas cambian de color y caen, los dinosaurios también vivieron en un mundo que cambiaba mucho, pero ellos eran fuertes y curiosos, igual que tú.»
Mientras jugaban entre las hojas, apareció un perro simpático que se acercó moviendo la cola. Gabriel le acarició la cabeza y Paola dijo: «¡Mira, Gabriel! Parece que ahora tenemos un nuevo amigo, como los dinosaurios que siempre tenían compañía.» Gabriel le dió un pequeño trato al perrito y le dijo: «¡Hola, Dino!» Paola le explicó: «Dino es un nombre perfecto para un amigo que nos acompaña en nuestras aventuras de dinosaurios.»
Siguieron caminando y llegaron a una pequeña colina. Paola ayudó a Gabriel a subir y desde arriba se veía todo el parque, los árboles, las flores, los pajaritos y hasta la casa que los esperaba al final del día. Gabriel miró al cielo y preguntó: «¿Ese es el lugar donde están los dinosaurios, Paola?» Paola le contestó: «Los dinosaurios ya no están aquí, Gabriel, pero en nuestras mentes y en los cuentos que contamos, ellos siempre viven y nos enseñan a ser valientes y a explorar con alegría.»
Gabriel sonrió y levantó sus brazos como si fuera un dinosaurio enorme. Paola hizo lo mismo y juntos hicieron una danza de dinosaurios, saltando y riendo en la colina. Después, Paola sacó de su mochila unos libros con dibujos de dinosaurios y se los mostró a Gabriel. «¿Quieres conocer a este que se llama T-rex?», preguntó. Gabriel señaló al dibujo y dijo: «¡Sí! ¡Grande, fuerte!» Paola le explicó que el T-rex era uno de los dinosaurios más grandes y que tenía una boca llena de dientes muy afilados, pero que ahora solo los encontrábamos en los libros y en nuestra imaginación.
Mientras Gabriel miraba los libros, Paola le contó cómo algunos dinos eran amigos, como ella y él. «Los dinosaurios vivían en manadas, se ayudaban, y eso hacía que todos fueran felices y fuertes. Así como tú y yo, que siempre estamos juntos y nos cuidamos.»
Al caer la tarde, Paola y Gabriel comenzaron a regresar a casa. Gabriel estaba un poco cansado, pero feliz por todas las cosas que había visto y aprendido. En el camino, le dijo a Paola: «Gracias por ser mi amiga y madrina, Paola. Me gusta buscar dinosaurios contigo.» Paola le acarició la cabeza y respondió: «Y a mí me encanta ser tu madrina, Gabriel. Juntos somos exploradores en un mundo mágico lleno de sueños y maravillas.»
Cuando llegaron a casa, se sentaron en el sofá y Paola inventó un cuento para dormir, en donde un pequeño dinosaurio llamado Gabi y su amiga Paula viajaban por bosques y montañas, buscando aventuras y siempre cuidándose con mucho amor.
Gabriel cerró sus ojos lentamente, con una sonrisa en su rostro, soñando con un mundo donde los dinosaurios no desaparecían, sino que vivían en su corazón, y donde las aventuras con Paola nunca se terminaban.
Así, Gabriel y Paola aprendieron que la amistad es como un cuento sin fin, lleno de cariño, risas y sueños compartidos. Porque no importa la edad ni el tamaño, lo más importante es tener a alguien a tu lado con quien explorar, imaginar y ser feliz.
Y colorín colorado, esta aventura de dinosaurios y amistad ha terminado. Pero seguro, seguro, que mañana habrá muchas más por descubrir.





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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.