Cuentos de Amistad

La amistad de Palomita y Santiago

Lectura para 10 años

Tiempo de lectura: 2 minutos

Español

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Santiago era un niño de diez años muy tranquilo, que vivía con su mamá y su papá en una casa cerca del parque. Aunque no tenía muchos amigos en la escuela, siempre había encontrado consuelo en su tiempo libre, paseando por el parque y alimentando a las palomas. Cada día, después de la escuela, Santiago se dirigía al parque con una bolsita llena de pan seco que su mamá le daba. A veces, sentía que las palomas eran los únicos amigos que tenía, porque siempre venían a su encuentro, a pesar de que él no las conocía.

Un día, mientras estaba sentado en su banco favorito del parque, Santiago vio a una paloma diferente. Era una paloma pequeña y blanca, con plumas brillantes que brillaban bajo el sol. Pero algo no estaba bien: un grupo de palomas más grandes la estaba acosando. Le picoteaban las alas y la empujaban, mientras la pequeña paloma intentaba volar lejos, pero no podía. Santiago se sintió mal por ella. No podía permitir que eso siguiera pasando.

Sin pensarlo dos veces, corrió hacia las palomas y, con la voz firme, las asustó. «¡Váyanse de aquí!» gritó, y las otras palomas, sorprendidas, volaron lejos. La pequeña paloma, que había caído al suelo, se levantó lentamente y miró a Santiago con sus ojitos brillantes. Santiago se acercó a ella con cuidado y, con una sonrisa, le ofreció un trozo de pan.

«¿Estás bien?», le preguntó suavemente, sin esperar respuesta. Sabía que las palomas no hablaban, pero sentía que esa paloma lo miraba agradecida. Desde ese día, comenzó a visitarla todos los días en el parque. Le dio un nombre: Palomita.

Con el tiempo, Palomita dejó de ser tímida y comenzó a acercarse a Santiago siempre que él llegaba al parque. Él le traía trozos de pan, y ella, a su vez, le daba su compañía. A veces, se quedaba en su hombro, y otras veces volaba alrededor de él, como si estuviera jugando. Para Santiago, esos momentos se convirtieron en los más especiales del día.

Un día, después de unas semanas de ver a Palomita todos los días, Santiago fue al parque y se dio cuenta de que algo extraño sucedía. Un grupo de niños del barrio, que siempre jugaban en el parque, se acercó a él y comenzaron a reírse al verlo alimentar a la paloma. «¿Por qué le das pan a esa paloma?», le dijo uno de ellos, mientras señalaba a Palomita. «¡Mira cómo es de fea! Ni siquiera puede volar bien.»

Santiago se sintió triste, pero no quería que Palomita se sintiera mal. «No es fea, es una amiga», contestó con firmeza. Pero los niños continuaron burlándose. Santiago miró a Palomita, que estaba cerca, y vio que ella se había alejado un poco, como si se sintiera avergonzada. En ese momento, Santiago sintió una ola de protección por su amiga, y algo en su interior le dijo que debía defenderla, no solo para ella, sino también para él mismo.

Entonces, hizo algo que nunca había hecho antes: les habló a los niños. «¿Sabían que cada ser vivo tiene un valor? Que no importa si alguien es diferente, o si no puede volar tan alto como las demás palomas. Lo que importa es lo que tenemos en el corazón.» Los niños se quedaron en silencio, sorprendidos por lo que dijo Santiago. Nadie les había hablado de esa manera antes. Uno de ellos, un niño llamado Tomás, miró a Santiago y luego a la paloma, y, sin decir nada más, se alejó con sus amigos.

A partir de ese día, los niños dejaron de burlarse. Algunos comenzaron a acercarse a Santiago y preguntarle sobre Palomita, y, poco a poco, comenzaron a comprender lo importante que era respetar a todos, sin importar las diferencias.

Un día, mientras Santiago estaba en su banco, con Palomita en su hombro, pensó en lo que había aprendido. Sabía que la amistad no siempre era fácil, pero también sabía que la verdadera amistad se basaba en el respeto y la empatía. A veces, defender a un amigo, incluso cuando no todo el mundo lo entiende, era lo más importante.

Cuando llegó el final de la tarde, con el sol poniéndose en el horizonte, Santiago miró a Palomita y sonrió. «Gracias por ser mi amiga, Palomita», le dijo suavemente, mientras la paloma le picoteaba el dedo de manera amistosa.

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Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.

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