Cuentos de Amistad

La Amistad en Tiempos de Pantallas

Lectura para 11 años

Tiempo de lectura: 2 minutos

Español

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En una soleada tarde de verano, cinco amigos se reunieron en el parque que solían visitar desde que eran pequeños. Ana, Julián, Felipe, Dana y María habían sido inseparables desde el jardín de infantes. El parque, con sus árboles frondosos, bancos cómodos y un gran campo abierto, era el lugar perfecto para jugar, charlar y reír juntos. Sin embargo, algo había cambiado en sus encuentros más recientes. Esta vez, en lugar de correr y jugar como solían hacerlo, cada uno de ellos tenía un dispositivo móvil en la mano.

Ana, con su largo cabello castaño, estaba sentada en un banco, completamente absorta en su tablet. A su lado, Julián, con sus gafas redondas y cabello corto, no apartaba la vista de su celular. Felipe, siempre con su camiseta roja favorita, tenía un juego en su consola portátil, mientras que Dana, con su vestido amarillo y coleta rubia, pasaba las fotos en su teléfono una tras otra. María, con sus trenzas oscuras y su camiseta verde, también estaba concentrada en la pantalla de su celular.

El parque estaba lleno de vida: las aves cantaban, los árboles susurraban con el viento, y los niños pequeños corrían y jugaban en el campo. Pero entre los cinco amigos, no había muchas palabras, solo el sonido de las notificaciones y el zumbido de las pantallas.

Pasaron los minutos y luego una hora, y ninguno de los amigos había intercambiado más que un par de palabras. Ana levantó la vista de su tablet y miró a su alrededor. Se dio cuenta de que aunque estaban juntos, no lo estaban realmente. Sintió un vacío, como si la cercanía física no fuera suficiente para mantenerlos unidos. Recordó las risas, los juegos de escondite y las charlas interminables que solían tener, y una pequeña tristeza se instaló en su corazón.

«A veces me pregunto qué estamos haciendo», dijo de repente, rompiendo el silencio.

Julián levantó la vista de su celular y la miró, confundido. «¿Qué quieres decir?», preguntó.

«Estamos todos aquí, pero no estamos hablando, no estamos jugando, no estamos… juntos», respondió Ana, bajando la mirada hacia su tablet.

Felipe, que estaba a punto de alcanzar un nuevo récord en su juego, hizo una pausa y miró a Ana. «Tienes razón», dijo después de un momento, «estamos aquí, pero es como si no lo estuviéramos.»

Dana suspiró y guardó su teléfono en su bolsillo. «Echo de menos cuando jugábamos sin pensar en los teléfonos o las tablets», confesó, mientras miraba el campo vacío donde solían correr y hacer carreras.

María, siempre la más reflexiva, asintió. «Es como si estos aparatos nos estuvieran alejando de lo que realmente importa», dijo, apagando su celular.

Los amigos se quedaron en silencio, esta vez no porque estuvieran absortos en sus dispositivos, sino porque estaban reflexionando sobre lo que acababan de decir. No querían que su amistad se convirtiera en algo que solo existía a través de una pantalla. Querían recuperar esos momentos que los unían, esos recuerdos que los hacían reír hasta que les dolía el estómago.

«¿Qué tal si los apagamos por un rato?», sugirió Ana, mirando a los demás con una sonrisa esperanzada.

Julián, Felipe, Dana y María se miraron entre sí y asintieron. Uno por uno, apagaron sus dispositivos y los guardaron en sus mochilas. El cambio en el ambiente fue inmediato. Se sintieron más ligeros, más presentes. Era como si una nube que los había estado cubriendo se hubiera desvanecido, dejando espacio para la luz del sol y las risas.

«¿A qué jugamos?», preguntó Felipe, con una chispa de entusiasmo en los ojos que hacía tiempo no se veía.

«¡A las escondidas!», propuso Dana, saltando del banco con una energía renovada.

Los amigos rieron y corrieron hacia el campo, dejando atrás sus dispositivos y recordando lo divertido que era simplemente estar juntos. Corrieron, gritaron y se escondieron detrás de los árboles, tal como lo hacían antes de que los teléfonos y las tablets se volvieran una parte tan importante de sus vidas.

Las horas pasaron volando mientras los cinco amigos redescubrían la alegría de jugar y conversar cara a cara. Compartieron historias, se contaron secretos y, lo más importante, se rieron juntos, no por algo que vieron en una pantalla, sino por las cosas que sucedían en ese momento, en la vida real.

Cuando el sol empezó a ponerse y el cielo se pintó de colores cálidos, los amigos se sentaron en el banco una vez más. Estaban cansados, pero era un cansancio bueno, el tipo de cansancio que se siente después de un día bien aprovechado.

«Este ha sido el mejor día en mucho tiempo», dijo María, con una gran sonrisa en su rostro.

«Es cierto», añadió Julián, «me había olvidado de lo divertido que es estar con ustedes sin estar pendiente del teléfono.»

Ana, que había sido la primera en darse cuenta de lo que estaban perdiendo, se sintió feliz de ver a sus amigos tan contentos. «Quizás deberíamos hacer esto más a menudo», sugirió.

«Sí», acordó Felipe, «no necesitamos los teléfonos para estar juntos. Lo que realmente importa es que nos tenemos los unos a los otros.»

Dana se estiró y miró el cielo. «Vamos a hacer una promesa», dijo, «prometamos que cada vez que estemos juntos, nuestros teléfonos se quedarán guardados, y nosotros nos concentraremos en disfrutar el momento.»

Los cinco amigos unieron las manos y prometieron mantener esa promesa. Sabían que los teléfonos, las tablets y las consolas de videojuegos no eran malos en sí mismos, pero también comprendieron que nada podía reemplazar el valor de una verdadera amistad, una que se construye a través de la conversación, el juego y el tiempo compartido.

Con esa promesa hecha, se levantaron del banco y empezaron a caminar juntos hacia la salida del parque. El sol se había ocultado completamente, y solo quedaba el suave resplandor de las estrellas que empezaban a aparecer en el cielo. Aunque el día había terminado, sabían que habían recuperado algo mucho más importante: la conexión que los unía como amigos, algo que ninguna pantalla podía darles.

Y así, Ana, Julián, Felipe, Dana y María siguieron siendo amigos inseparables, disfrutando cada momento juntos, sabiendo que la verdadera amistad se encuentra en los corazones y no en las pantallas.

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Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.

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