Era un día soleado en el parque de la ciudad, y Daniela estaba disfrutando de su tiempo libre. Le encantaba ir al parque después de la escuela para jugar, leer y observar a los animales. Tenía un corazón grande y siempre se preocupaba por los seres que la rodeaban. Aquella tarde, mientras corría hacia su lugar favorito, escuchó un pequeño chirrido que provenía de un arbusto cercano.
Curiosa, se acercó y vio algo que la hizo detenerse en seco. Allí, entre las hojas, había un periquito herido. Su pequeño cuerpo verde estaba cubierto de plumas desordenadas y su ala parecía lastimada. Daniela se sintió triste al ver al pequeño pájaro en esa situación. Sin pensarlo dos veces, se agachó y murmuró suavemente: “No te preocupes, pequeño amigo, te ayudaré”.
Con mucho cuidado, extendió sus manos y tomó al periquito con suavidad. “Te llamaré Rober”, decidió, mientras lo acariciaba con ternura. Rober le devolvió una mirada llena de gratitud, como si supiera que había encontrado a alguien que lo cuidaría. Daniela sabía que necesitaba llevarlo a casa y hacer todo lo posible por ayudarlo.
Al llegar a casa, preparó una caja con suaves toallas y un poco de comida. “Aquí tienes, Rober”, le dijo mientras lo colocaba suavemente en su nuevo hogar temporal. “Te daré de comer y cuidaré de ti hasta que estés bien”. Rober, aunque asustado, parecía relajarse un poco en la calidez del hogar de Daniela. Ella se sentó junto a la caja y comenzó a hablarle sobre su vida, contándole acerca de sus sueños y aventuras.
Los días pasaron, y Daniela se dedicó a cuidar de Rober con mucho cariño. Cada mañana, lo alimentaba, limpiaba su pequeña caja y le hablaba con dulzura. Rober comenzó a recuperarse y a mostrar más energía. Un día, mientras lo sostenía en sus manos, Daniela notó que su ala ya no parecía tan lastimada. “¡Vas a estar bien pronto, amigo!”, exclamó emocionada. Rober chirrió alegremente, como si entendiera y compartiera la felicidad de Daniela.
Un fin de semana, Daniela decidió que era momento de llevar a Rober al parque para que disfrutara del aire libre. Preparó una pequeña jaula para él y la llevó con ella. Al llegar al parque, su corazón se llenó de alegría al ver a Rober revolotear en su jaula, mientras los rayos del sol iluminaban sus plumas verdes. “Mira, Rober, este es tu lugar favorito”, dijo, señalando los árboles y las flores que llenaban el parque.
Cuando abrieron la puerta de la jaula, Rober voló un poco, pero rápidamente volvió a la mano de Daniela. Ella sonrió y le susurró: “No tengas miedo. Aquí es seguro, este es tu hogar ahora”. Rober, confiando en su amiga, comenzó a explorar poco a poco. Voló de un lado a otro, picoteando algunas flores y disfrutando del sol. Daniela lo observaba con alegría, sintiendo que su corazón se llenaba de amor por el pequeño pájaro que había salvado.
Mientras pasaban el día en el parque, Daniela y Rober vivieron momentos maravillosos. Se hicieron amigos inseparables, y aunque Rober era un periquito, siempre sabía cómo alegrar el día de Daniela con sus pequeños cantos y travesuras. Cada vez que volaba cerca de ella, Daniela sentía una gran felicidad y gratitud por haberlo encontrado.
Sin embargo, llegó un momento en que Daniela se dio cuenta de que Rober ya estaba completamente recuperado. Aunque sentía tristeza al pensar en dejarlo volar libre, sabía que era lo mejor para él. “Rober, ya no estás herido. Es hora de que regreses a tu hogar, donde puedes ser feliz”, le dijo un día, con la voz un poco quebrada. Rober la miró y, como si comprendiera, se posó en su hombro.
Daniela llevó a Rober de vuelta al parque, a aquel hermoso lugar donde lo había encontrado. Allí, bajo el sol brillante, con una sonrisa en su rostro, abrió la puerta de la jaula y lo animó a volar. “¡Eres libre, Rober! Ve y vive tus aventuras”, le dijo con emoción. Rober dudó un momento, mirando a su amiga. Luego, extendió sus alas y, con un ligero aleteo, se elevó hacia el cielo.
Mientras Rober volaba alto, Daniela sintió una mezcla de felicidad y tristeza. Sabía que había hecho lo correcto, pero no podía evitar extrañarlo. Sin embargo, al ver a Rober surcando los cielos y jugando con otros pájaros, su corazón se llenó de alegría. “Siempre serás mi amigo, Rober”, susurró, con lágrimas en los ojos.
Desde aquel día, cada vez que Daniela iba al parque, miraba al cielo con la esperanza de ver a su querido periquito. Y aunque no siempre lo veía, sabía que siempre estaría volando libre y feliz, gracias al amor y cuidado que le había brindado. Con el tiempo, se dio cuenta de que su amistad con Rober era especial y siempre llevaría en su corazón.
Así, la historia de Daniela y Periquito Rober se convirtió en una hermosa lección sobre la amistad y el amor hacia los animales. A veces, el verdadero amor se expresa dejando que quienes amamos sean libres. Y aunque Rober volara lejos, siempre llevaría en su corazón el cariño de Daniela.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.