Había una vez dos amigos llamados Adrián y José. Eran los mejores amigos del mundo y les encantaban las aventuras. Siempre estaban explorando el bosque cercano a su casa, sin importar los peligros que pudieran encontrar, porque para ellos, cada día era una nueva oportunidad de descubrir algo emocionante. Un día, prometieron que cuando crecieran, iban a explorar el mundo entero juntos.
Un día, mientras estaban en la escuela, escucharon a un grupo de niños murmurando algo interesante. Decían que había un monstruo merodeando por el bosque. Adrián y José, con su espíritu aventurero, no pudieron resistir la tentación de averiguar si el monstruo era real. Decidieron que, ese fin de semana, irían a buscar al misterioso monstruo.
El viernes por la tarde, después de la escuela, se reunieron para planificar su aventura. Prepararon sus mochilas con linternas, comida, agua y algunas cuerdas, por si acaso. Estaban emocionados y un poco nerviosos, pero eso no les detuvo. El sábado por la mañana, muy temprano, se adentraron en el bosque.
Caminaron durante horas, buscando cualquier rastro del monstruo. Pero no encontraron nada. El bosque era denso y frondoso, con árboles altos y arbustos espesos que dificultaban el paso. A medida que avanzaban, se dieron cuenta de que se estaban perdiendo. José había olvidado dejar rastros para encontrar el camino de vuelta, porque estaba demasiado asustado por la idea de encontrarse con el monstruo.
La tensión entre los dos amigos comenzó a crecer. Empezaron a discutir y a culparse mutuamente por haberse perdido. Adrián decía que José debería haber sido más cuidadoso, mientras que José insistía en que Adrián debería haber prestado más atención al mapa. La discusión se hizo más intensa hasta que ambos se quedaron en silencio, frustrados y cansados.
De repente, un rugido enorme rompió el silencio del bosque. Los dos amigos se miraron, asustados pero decididos. Sabían que no podían rendirse ahora. Con cuidado, siguieron el sonido del rugido, que los llevó a una colina empinada. Desde la cima, pudieron ver algo sorprendente.
No era un monstruo lo que encontraron, sino un oso grande y amable, que estaba atrapado entre dos rocas. Junto a él, sus crías lloraban, asustadas y atrapadas. Adrián y José se dieron cuenta de que el oso necesitaba ayuda. Olvidando sus miedos y diferencias, se pusieron a pensar en cómo podrían liberar al oso y a sus crías.
Después de analizar la situación, decidieron que la mejor opción era usar una roca grande desde la colina para empujar las rocas que atrapaban al oso. Con mucho esfuerzo, lograron mover la roca y la dejaron caer desde la colina. La roca rodó y chocó con las rocas que atrapaban al oso, liberándolas.
El oso y sus crías estaban libres. El oso, agradecido, les dio un pequeño empujón amistoso con su hocico. Adrián y José estaban felices de haber ayudado y de haber superado su miedo. Se dieron cuenta de que juntos podían lograr cualquier cosa, incluso enfrentarse a lo desconocido.
Con el oso y sus crías a salvo, los dos amigos comenzaron a buscar el camino de vuelta a casa. Esta vez, fueron más cuidadosos y dejaron rastros para no perderse. Después de un rato, encontraron el camino de vuelta al claro donde habían comenzado su aventura.
Cuando regresaron a casa, estaban agotados pero llenos de emoción por lo que habían vivido. Sus padres, preocupados al principio, se sintieron aliviados al verlos regresar sanos y salvos. Adrián y José no paraban de hablar sobre su aventura y sobre cómo habían ayudado al oso.
Esa noche, mientras se preparaban para dormir, los dos amigos hicieron otra promesa. Prometieron que siempre se cuidarían el uno al otro y que, sin importar lo que sucediera, siempre enfrentarían sus miedos juntos. Sabían que la vida estaba llena de aventuras y estaban listos para enfrentarlas todas, siempre juntos.
Y así, Adrián y José siguieron explorando el bosque, pero ahora con más cuidado y sabiduría. Aprendieron que la verdadera aventura no siempre es encontrar monstruos o tesoros, sino descubrir la fuerza y el valor que llevaban dentro de sí mismos. Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.
Cuentos cortos que te pueden gustar
Zoe y el Encuentro Inesperado
El Jardín de las Estrellas Dormidas Cuando el Cielo Llora Estrellas
Alicia y el Valor de la Educación
Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.