Había una vez, en un pequeño y alegre pueblo, un grupo de amigos inseparables: Jhoan, Mateo, Iker, Hellen y Santiago. Siempre jugaban juntos y compartían muchas aventuras. A menudo exploraban el bosque cercano, inventando historias y buscando tesoros imaginarios. Se querían mucho y no podían imaginar un día sin estar juntos.
Una mañana soleada, Jhoan se levantó lleno de entusiasmo. Había soñado con una nueva aventura y no podía esperar para contarles a sus amigos. Se puso sus zapatos rápidamente y salió corriendo de su casa, directo a la plaza donde siempre se encontraban.
Al llegar, vio a Mateo, Iker, Hellen y Santiago hablando entre ellos. «¡Hola, chicos! ¿Vamos a jugar?» dijo Jhoan con una gran sonrisa. Pero algo extraño sucedió. Sus amigos lo miraron con rostros confusos.
«¿Quién eres?» preguntó Mateo, ajustando sus gafas para ver mejor.
«Sí, no te conocemos,» agregó Hellen, moviendo sus trenzas rubias de un lado a otro.
Jhoan se quedó desconcertado. «¿Cómo que no me conocen? Soy Jhoan, su mejor amigo.»
Iker, el más deportivo del grupo, frunció el ceño. «Nunca hemos oído hablar de ti.»
Santiago, con su cabello rizado y siempre lleno de ideas, miró a los demás y dijo: «Tal vez deberíamos irnos. Este niño es un extraño.»
Jhoan sintió su corazón romperse en mil pedazos. ¿Cómo podían sus amigos no recordarlo? Sabía que algo andaba mal. De repente, recordó una antigua leyenda que su abuela solía contarle sobre la Piedra de la Memoria, una piedra mágica que podía borrar los recuerdos de las personas.
«Esto debe ser obra de la piedra,» pensó Jhoan. Decidido a recuperar a sus amigos, Jhoan supo que tenía que encontrar la piedra antes de que fuera demasiado tarde.
Sin perder más tiempo, Jhoan se adentró en el bosque. Sabía que la Piedra de la Memoria se encontraba en algún lugar entre los árboles, pero no tenía idea de por dónde empezar. Mientras caminaba, escuchó una suave melodía. Siguiendo el sonido, llegó a un claro donde un anciano de aspecto sabio tocaba una flauta.
«Hola, pequeño,» dijo el anciano, «¿qué te trae por aquí?»
Jhoan explicó su situación, esperando que el anciano pudiera ayudarlo. «Mis amigos han olvidado quién soy. Creo que es por la Piedra de la Memoria. ¿Sabe dónde puedo encontrarla?»
El anciano asintió lentamente. «La Piedra de la Memoria es poderosa y peligrosa. Se encuentra en el corazón del bosque, custodiada por antiguos guardianes. No será fácil llegar hasta ella.»
Jhoan, decidido, respondió: «Haré lo que sea necesario para recuperar a mis amigos.»
El anciano sonrió. «Muy bien, joven valiente. Te daré algo que te ayudará en tu búsqueda.» Sacó una pequeña brújula de su bolsillo y se la entregó a Jhoan. «Esta brújula te guiará hasta la piedra, pero debes recordar que la verdadera fuerza está en tu corazón.»
Jhoan tomó la brújula con gratitud y se despidió del anciano. Siguió el rumbo indicado por la brújula, adentrándose cada vez más en el bosque. El camino era difícil y a veces se sentía solo, pero pensaba en sus amigos y eso le daba fuerzas para continuar.
Después de un largo rato, Jhoan llegó a un puente que cruzaba un río caudaloso. Al otro lado del puente, vio a un enorme dragón durmiendo. La brújula indicaba que debía cruzar, pero ¿cómo hacerlo sin despertar al dragón?
Con mucho cuidado, Jhoan comenzó a cruzar el puente, intentando no hacer ruido. Justo cuando estaba a punto de llegar al otro lado, una tabla crujió bajo sus pies. El dragón abrió un ojo y miró directamente a Jhoan.
«¿Quién osa perturbar mi descanso?» rugió el dragón.
Jhoan, tratando de no mostrar miedo, respondió: «Soy Jhoan y busco la Piedra de la Memoria para recuperar a mis amigos.»
El dragón se rió. «Muchos han intentado y han fracasado. ¿Qué te hace pensar que tú tendrás éxito?»
Jhoan recordó las palabras del anciano. «Porque no estoy solo. Tengo el amor y los recuerdos de mis amigos conmigo. Eso me da fuerza.»
El dragón, impresionado por la valentía de Jhoan, asintió. «Bien, te dejaré pasar. Pero debes saber que el camino adelante será aún más difícil.»
Jhoan agradeció al dragón y continuó su viaje. La brújula lo llevó a través de valles y colinas hasta llegar a una cueva oscura. Dentro de la cueva, había tres puertas, cada una con un símbolo diferente.
«Solo una puerta te llevará a la Piedra de la Memoria,» dijo una voz misteriosa. «Las otras dos te llevarán a peligros desconocidos.»
Jhoan observó los símbolos: una estrella, una luna y un sol. Pensó en sus amigos y en las aventuras que habían compartido. Recordó un juego que solían jugar donde cada uno elegía un símbolo. Hellen siempre elegía la estrella, Mateo la luna, y Santiago el sol. Pero Iker siempre decía que el sol era el más fuerte y Jhoan lo apoyaba.
Decidido, Jhoan abrió la puerta con el símbolo del sol. La puerta se abrió lentamente y reveló un brillante pasillo dorado. Al final del pasillo, en un pedestal de cristal, estaba la Piedra de la Memoria.
Jhoan corrió hacia la piedra, pero antes de que pudiera alcanzarla, una figura oscura apareció frente a él. Era el guardián de la piedra, un ser con apariencia fantasmal.
«¿Por qué buscas la Piedra de la Memoria?» preguntó el guardián con voz profunda.
Jhoan respondió con sinceridad: «Mis amigos han olvidado quién soy. Necesito la piedra para devolverles sus recuerdos.»
El guardián lo miró fijamente. «¿Y qué estás dispuesto a sacrificar por ellos?»
Jhoan pensó en todo lo que había pasado y en lo mucho que significaban sus amigos para él. «Estoy dispuesto a sacrificar todo. Mi tiempo, mis esfuerzos, incluso mi propio bienestar. Porque la amistad verdadera vale más que cualquier cosa.»
El guardián, conmovido por la sinceridad de Jhoan, asintió. «Has demostrado un corazón puro y un amor verdadero por tus amigos. Te concederé el acceso a la Piedra de la Memoria.»
Con esas palabras, el guardián desapareció y Jhoan tomó la piedra en sus manos. Inmediatamente, una luz brillante envolvió la cueva y Jhoan sintió una calidez en su corazón. Sabía que debía regresar al pueblo y usar la piedra para restaurar los recuerdos de sus amigos.
Con la piedra en su poder, Jhoan regresó al pueblo lo más rápido que pudo. Al llegar, encontró a sus amigos en el mismo lugar donde los había dejado. Sin perder tiempo, levantó la piedra y dijo: «Piedra de la Memoria, devuelve los recuerdos de mis amigos.»
Una suave luz salió de la piedra y envolvió a Mateo, Iker, Hellen y Santiago. Poco a poco, sus miradas confusas se convirtieron en sonrisas de reconocimiento.
«¡Jhoan!» exclamó Mateo, «¡Te recordamos!»
«¿Dónde has estado?» preguntó Iker, «Te hemos estado buscando.»
Hellen y Santiago corrieron a abrazarlo. «Sabíamos que volverías,» dijo Hellen con una gran sonrisa.
Jhoan, con lágrimas de alegría en los ojos, abrazó a sus amigos. «Estoy tan feliz de que me recuerden.»
Los cinco amigos se reunieron y compartieron las historias de sus aventuras, riendo y jugando como siempre lo habían hecho. La Piedra de la Memoria había cumplido su propósito, y Jhoan supo que su amistad era más fuerte que cualquier magia.
Desde ese día, Jhoan, Mateo, Iker, Hellen y Santiago fueron inseparables. Aprendieron que la verdadera amistad puede superar cualquier obstáculo y que siempre deben valorarse y cuidarse mutuamente. Y así, siguieron compartiendo muchas más aventuras, sabiendo que juntos, podían enfrentar cualquier desafío que se les presentara.
Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.