En un frondoso bosque lleno de árboles altos y flores de colores brillantes, vivía un grupo de amigos muy peculiares. Entre ellos estaban el Conejito, que siempre llevaba una gran sonrisa en su cara; la Tortuga, sabia y tranquila; la Liebre, rápida y divertida; y también la Serpiente, que aunque parecía temerosa a veces, tenía un gran corazón. Además de ellos, había un Gato llamado Tomy, que era un gran soñador y siempre estaba buscando nuevas aventuras.
Un día soleado, mientras todos estaban jugando en el claro del bosque, la Liebre se jactó de su velocidad. “¡Soy la más rápida de todo el bosque!”, exclamó, dando saltitos. “Puedo correr más rápido que cualquier otro animal. Mis patas son como el viento”, dijo riéndose y mostrando lo ágil que era.
El Conejito, que era muy amigo de la Liebre, decidió hacer un pequeño comentario. “Es cierto que eres rápida, pero ¿qué pasaría si tuvieras que competir con alguien? La velocidad no siempre ganará la amistad”. La Serpiente, que estaba en una roca cercana tomando el sol, levantó la cabeza y dijo: “¿Por qué no organizamos una carrera? Eso podría ser muy divertido y también una forma de ver quién es realmente el más veloz”.
La Tortuga, que antes no había dicho nada, sonrió y dijo: “Podríamos incluir una pequeña regla, cada uno debe ayudarse en el camino si uno de nosotros tiene algún problema”.
La Liebre, sintiéndose confiada, aceptó la propuesta. “¡Claro! Estoy lista para la competencia, y ni siquiera tendré que preocuparme por ayudar a los demás porque llegaré a la meta antes que todos”, dijo, chasqueando sus patas con mucha seguridad.
Así, los amigos decidieron organizar la carrera para el día siguiente. La noticia se esparció rápidamente por todo el bosque y, al día siguiente, muchos animales vinieron a ver la carrera. Había pájaros, ardillas y hasta un viejo búho que observaba desde lo alto de un árbol. Todos estaban muy emocionados.
Cuando todo estuvo listo, el Gato Tomy se convirtió en el juez de la carrera. “En la línea de salida todos, por favor”, indicó. La Liebre, el Conejito, la Tortuga y la Serpiente se alinearon. Todos juntos contaron: “¡Uno, dos, tres… ¡ya!” y comenzaron a correr.
La Liebre salió disparada y rápidamente tomó la delantera. El Conejito saltaba a su lado, pero al ver que la Liebre se alejaba tan rápido, decidió tomarlo con calma. “No quiero cansarme demasiado, ya que es un día muy bonito”, pensó, mientras trotaba con su ritmo.
La Tortuga, como siempre, avanzaba lentamente. No le preocupaba la velocidad; se dedicaba a disfrutar del paisaje alrededor de ella, admirando las flores y escuchando el canto de los pájaros. La Serpiente, al principio, se deslizaba rápidamente por el suelo, pero se detuvo al ver que una ramita estaba bloqueando el camino. “Oh no, esto lo hará más difícil,” pensó. Sin embargo, recordó la regla de ayudar a los amigos. Así que decidió esperar a que la Tortuga llegara y le habló suave y tranquilamente. “Tortuga, hay una ramita en el camino. ¿Puedo ayudarte a moverla?”.
La Tortuga, agradecida, respondió: “¡Eso sería genial, Serpiente! Podemos lograr que nuestra carrera sea divertida si trabajamos todos juntos”. De este modo, la Tortuga y la Serpiente se ayudaron mutuamente, moviendo la ramita y asegurándose de que el camino quedara libre.
Mientras tanto, la Liebre ya estaba muy lejos, sintiéndose victoriosa. Pero decidió que era hora de hacer una pequeña pausa. “Tengo tiempo de sobra para descansar”, pensó. Así que se sentó bajo un árbol a tomar un poco de sol. Sin embargo, mientras descansaba, se quedó dormida. Quinces minutos después, todavía soñando, el sueño de la Liebre fue interrumpido por un sonido. Al abrir los ojos, vio que la carrera continuaba, ¡y se dio cuenta de que todos sus amigos estaban muy cerca de la meta!
El Conejito y la Tortuga llegaron juntos, mientras la Serpiente se deslizaba a su lado. La Liebre, al darse cuenta de lo que sucedía, saltó de su lugar y comenzó a correr de nuevo. Pero ya no era la más rápida. La Tortuga llegó primero, seguida del Conejito, y ambos celebraron su victoria con abrazos y risas. La Serpiente estaba muy emocionada por haber completado el recorrido.
Cuando la Liebre llegó, se sintió un poco decepcionada. Pero sus amigos, en lugar de burlarse, le hicieron una gran acogida. “¡Felicidades a todos! Habéis trabajado juntos y eso es lo que importa”, dijo la Tortuga, sonriendo.
La Liebre se dio cuenta de que había más en la diversión que solo ser rápida. “¡Lo siento, amigos! Debería haber estado con ustedes en lugar de descansar!”, dijo con sinceridad. Todos se rieron y la Liebre se unió a la celebración.
El Gato Tomy advirtió la lección del día y sonrió: “A veces, no importa quién es el más rápido. Lo importante es ser buen amigo y ayudarse unos a otros en las carreras de la vida, sea en el bosque o en cualquier lugar”.
Desde ese día, la Liebre aprendió a valorar la amistad más que la velocidad, y cuando alguna vez competían, siempre recordaba la regla de ayudarse mutuamente. Así, en cada carrera, se enfocaron en disfrutar juntos y no solo en llegar a la meta.
Y así, el Conejito, la Tortuga, la Liebre, la Serpiente y el Gato Tomy vivieron muchas más aventuras, siempre recordando que la verdadera amistad supera cualquier competencia. Fin.
Cuentos cortos que te pueden gustar
El Vínculo de la Amistad
El valor de compartir en el aula
El Nuevo Amigo de la Clase
Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.