Había una vez en una pequeña escuela, una clase muy especial donde cinco amigos aprendían juntos todos los días. Los niños se llamaban Jhoan, Iker, Celeste, Hellen y Mateo. Su maestra, Miss Cheerilee, era muy cariñosa y siempre les enseñaba con una gran sonrisa.
Un día, Miss Cheerilee les recordó a sus estudiantes que faltaban dos semanas para los exámenes finales. «Chicos, recuerden que los exámenes están muy cerca. ¡Tenemos que prepararnos bien!» dijo con su voz suave y alegre.
Los niños se miraron con preocupación. Los exámenes finales siempre eran difíciles, y todos querían hacerlo bien. Jhoan, quien era muy confiado y siempre dispuesto a ayudar, se levantó y dijo: «No se preocupen, amigos. Sé que podemos hacerlo. Solo necesitamos estudiar juntos y ayudarnos unos a otros.»
Jhoan tenía una idea brillante. Sabía que cada uno de sus amigos aprendía de manera diferente, así que decidió organizar sesiones de estudio que se adaptaran a los estilos de aprendizaje de cada uno. Durante las próximas semanas, Jhoan y sus amigos se reunieron después de clase para estudiar.
Para Iker, que era muy visual y le gustaba ver dibujos y gráficos, Jhoan hizo coloridos esquemas y mapas mentales que explicaban los temas de los exámenes. Iker miraba los gráficos con gran interés y pronto comenzó a entender mejor las lecciones.
Celeste, quien adoraba las historias y los cuentos, aprendía mejor cuando podía relacionar la información con narraciones. Así que Jhoan inventó divertidos cuentos que incluían los conceptos importantes de las materias. Celeste se emocionaba escuchando las historias y recordaba fácilmente los detalles de las lecciones.
Hellen, que siempre estaba llena de energía y le gustaba moverse, necesitaba una manera activa de aprender. Jhoan creó juegos y actividades físicas que incorporaban los temas de los exámenes. Hellen saltaba y corría mientras aprendía, y pronto dominó los temas con gran entusiasmo.
Mateo, que disfrutaba de la música y los sonidos, encontraba que las canciones le ayudaban a memorizar información. Jhoan escribió una canción especial llamada «Rise Up!» que incluía las principales ideas de cada materia. Los amigos cantaban la canción juntos, y Mateo la tarareaba durante todo el día, recordando fácilmente lo que había aprendido.
Miss Cheerilee observaba con orgullo cómo sus estudiantes trabajaban juntos y se ayudaban mutuamente. Cada día, veía cómo se volvían más seguros y menos preocupados por los exámenes.
Finalmente, llegó el día de los exámenes finales. Los niños estaban un poco nerviosos, pero recordaban todo lo que habían practicado. Se sentaron en sus escritorios y comenzaron a responder las preguntas con confianza.
Jhoan, Iker, Celeste, Hellen y Mateo usaron todas las estrategias que habían aprendido durante sus sesiones de estudio. Iker recordaba los gráficos y esquemas, Celeste pensaba en los cuentos, Hellen recordaba los juegos y actividades, y Mateo tarareaba la canción «Rise Up!» en su mente.
Cuando terminaron los exámenes, todos sintieron que habían hecho un buen trabajo. Miss Cheerilee recogió sus pruebas con una sonrisa y les dijo: «Estoy muy orgullosa de ustedes. Han trabajado muy duro y han aprendido a apoyarse mutuamente. Eso es lo más importante.»
Una semana después, Miss Cheerilee anunció los resultados. Todos los niños habían aprobado con excelentes calificaciones. Jhoan, Iker, Celeste, Hellen y Mateo se abrazaron y saltaron de alegría. Habían demostrado que, con trabajo en equipo y comprensión de sus diferentes formas de aprender, podían superar cualquier desafío.
Desde ese día, los cinco amigos siguieron ayudándose mutuamente en todo lo que hacían. Sabían que juntos eran más fuertes y que la amistad y la colaboración eran las claves para lograr sus sueños.
Y así, en la pequeña escuela, la clase de Miss Cheerilee continuó siendo un lugar de aprendizaje, apoyo y mucha amistad. Los niños aprendieron que el verdadero éxito no solo se mide por las calificaciones, sino también por el amor y el esfuerzo que ponen en ayudar a sus amigos.
Fin.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.