Había una vez una niña de 6 años llamada María. Ella era muy especial, ya que había nacido sin la capacidad de ver. A pesar de su ceguera, era una niña llena de alegría y amor. Su sonrisa iluminaba cualquier habitación y su risa era contagiosa. Sus padres siempre le decían que ella tenía un don especial, que podía ver con su corazón lo que otros no podían ver con sus ojos.
María asistía a una escuela primaria en su barrio. Sus compañeros de clase la conocían bien y algunos la trataban con cariño, pero no todos entendían su condición. A menudo, María escuchaba susurros a su alrededor, y aunque no podía ver las miradas curiosas, sentía el juicio en el aire. Sin embargo, María mantenía su espíritu positivo, confiando en que, con el tiempo, todos entenderían que ella era igual que ellos, solo que veía el mundo de una manera diferente.
En la escuela había un grupo de tres niñas populares que siempre parecían tener algo que decir sobre todo el mundo. Sus nombres eran Laura, Sofía y Ana. Estas niñas no eran malas, pero no entendían a María y, a veces, sin darse cuenta, sus palabras y acciones eran hirientes. Solían burlarse de María, haciendo comentarios sobre su ceguera y excluyéndola de los juegos.
Un día, mientras jugaban en el recreo, Laura, Sofía y Ana se acercaron a María y comenzaron a reírse de ella. Le dijeron que no podía jugar a la pelota con ellos porque no podía ver y que solo sería una molestia. María, con el corazón apesadumbrado, trató de ignorarlas y se sentó sola en un banco, fingiendo que no le importaba. Pero la verdad era que sus palabras la habían lastimado profundamente.
Al día siguiente, un grupo de niños, encabezado por Juan y Elena, notaron lo que había sucedido. Juan, que siempre había sido sensible y considerado, decidió que era hora de hacer algo al respecto. Habló con sus amigos y juntos decidieron apoyar a María y demostrarle que no estaba sola.
Durante el recreo, Juan y Elena se acercaron a María y le dijeron: «Hola María, ¿te gustaría jugar con nosotros?» María, sorprendida y agradecida, aceptó con una sonrisa. Los otros niños se unieron y comenzaron a jugar juegos donde María podía participar sin problemas, como el escondite y juegos de palabras.
La bondad de Juan y Elena no pasó desapercibida. Poco a poco, otros niños comenzaron a seguir su ejemplo y pronto, María se encontró rodeada de amigos que la aceptaban y querían tal como era. Sin embargo, Laura, Sofía y Ana seguían burlándose de ella. Pero esta vez, cuando lo hicieron, algo inesperado sucedió.
Juan, Elena y el resto de los niños que habían decidido apoyar a María, se enfrentaron a las tres niñas. Les dijeron que sus burlas no eran justas ni amables y que todos merecían ser tratados con respeto. Laura, Sofía y Ana se quedaron sorprendidas. No esperaban que alguien se atreviera a defender a María. Por un momento, no supieron qué decir.
Al día siguiente, el director de la escuela llamó a Laura, Sofía y Ana a su oficina. Les explicó que sus acciones tenían consecuencias y que no se toleraría el bullying en la escuela. Las tres niñas fueron suspendidas por unos días como resultado de su comportamiento. Durante ese tiempo, tuvieron la oportunidad de reflexionar sobre lo que habían hecho y cómo había afectado a María.
Mientras tanto, María y sus nuevos amigos disfrutaban de los recreos y las clases juntos. María comenzó a sentirse más segura y feliz. Sabía que tenía amigos que la apoyaban y eso le daba fuerzas para enfrentar cualquier desafío.
Cuando Laura, Sofía y Ana regresaron a la escuela, algo había cambiado en ellas. Se acercaron a María y, con un tono sincero, le pidieron disculpas. Le dijeron que no habían comprendido lo difícil que era para ella y que lamentaban haberla lastimado. María, con su corazón generoso, las perdonó sin dudarlo. Les dijo que todos cometemos errores y que lo importante es aprender de ellos.




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