Había una vez, en un bosque lleno de colores y sonidos alegres, tres buenos amigos: Luna, la pequeña conejita blanca, Bruno, un oso perezoso y juguetón, y Lila, una encantadora ratoncita de orejitas grandes. Ellos pasaban sus días explorando y jugando entre los árboles, disfrutando del sol y el canto de los pájaros. Pero aunque siempre se divertían juntos, había algo que los hacía sentir un poco curiosos.
Un día, mientras daban un paseo cerca de un arroyo que brillaba como diamantes, Luna notó que sus amigos se veían un poco diferentes. Bruno, que siempre estaba riendo, ahora parecía triste y lo miraba todo con un suspiro. Lila, normalmente llena de energía, parecía un poco preocupada y no decía mucho. Luna se preguntó si había algo que ella pudiera hacer para ayudar.
“¡Amigos!” exclamó Luna, saltando de felicidad a su lado. “¿Por qué se ven tan tristes hoy? ¿Hay algo que les preocupe?” Bruno levantó la mirada y con voz suave le respondió: “Es que hemos perdido el color en los juegos, Luna. Ya no siento esa alegría brillante que solíamos tener.” Lila asintió y añadió: “Sí, siento que algo nos falta. Pero no sé qué es.”
Luna pensó un momento. Como conejita, siempre había tenido una gran curiosidad por descubrir cosas. “¡Tengo una idea! ¿Y si nos convertimos en detectives de emociones? podríamos buscar lo que nos falta y devolverle la alegría a nuestros juegos,” propuso entusiasmada. Bruno y Lila miraron a Luna con ojos brillantes, empezando a entusiasmarse. “¡Eso suena divertido!” dijo Bruno. “¡Sí! ¡Seamos detectives!” gritó Lila con una sonrisa.
Los tres amigos comenzaron su aventura en el bosque, buscando pistas que los llevaran a recuperar la alegría que faltaba. Primero, decidieron ir al lugar donde jugaban a saltar a los charcos. A medida que caminaban, Luna notó a un pequeño pajarito amarillo que parecía nervioso. Se acercaron y Luna preguntó: “Hola, pequeño pájaro, ¿por qué te ves tan asustado?” El pajarito miró a Luna con ojos grandes y tristes. “Estoy buscando a mi mamá, pero no la encuentro. Me siento muy solo y eso me da miedo,” contestó.
Luna, sintiendo empatía, le dijo: “No te preocupes, ¡aquí estamos nosotros! Podemos ayudarte a encontrarla.” Bruno y Lila asintieron, y juntos comenzaron a buscar a la mamá del pajarito. Después de un rato, escucharon un canto hermoso proveniente de un árbol cercano. Al acercarse, ¡sorpresa! Allí estaba la mamá pájaro, buscando a su pequeño con gran ansiedad.
El pequeño pajarito voló hacia su mamá, y se abrazaron contentos. Luna se sintió feliz porque había ayudado a un amigo. “¡Qué bonito! Ahora tú tienes de nuevo tu alegría,” dijo Bruno. Pero Lila miró a sus amigos y replicó: “¡Y nosotros aún estamos buscando nuestra alegría!” Así que continuaron su búsqueda.
Caminaron un poco más y llegaron a un claro lleno de flores. Allí encontraron a una tortuga llamada Tula, que estaba llorando. Cuando la vieron, Luna se acercó y la abrazó. “¿Por qué lloras, Tula?” preguntó. La tortuga, entre sollozos, explicó: “Mis amigos han estado muy ocupados y me siento sola. Siempre estoy aquí, y me gustaría jugar, pero nadie quiere hacerlo.”
Luna, Bruno y Lila se miraron y sintieron que Tula necesitaba un poco de compañía. “¡Ven con nosotros, Tula! Vamos a jugar juntos,” dijo Luna. La tortuga dejó de llorar, y sus ojos comenzaron a brillar de esperanza. Juntos, comenzaron a jugar a un nuevo juego que Luna había inventado: se llamaba “salta la tortuga”. Todos se reían y se divirtieron tanto que pronto olvidaron cualquier tristeza. El sol brilló más, y el bosque parecía más colorido.
Luego de un rato de jugar, Luna se dio cuenta de que al ayudar a sus nuevos amigos, también estaban encontrando la alegría que habían perdido. Cuando pasaron la tarde juntos, Bruno, que había estado triste al principio, se sintió pleno y alegre. Lila sonreía de oreja a oreja. Tula, que se unió al grupo, también se veía feliz.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.