Cada lunes, sin falta, un pequeño grupo de amigas se reunía en la salita iluminada de una casita de madera, cálida y amable, donde el aroma a café recién hecho se mezclaba con risas y charlas. Ellas eran amigas desde hace muchos años y la edad no era más que un número que no lograba menguar la alegría que sentían cada vez que se encontraban. Sus nombres eran Carolina, Ivonne, Marisa, Zulemita y Nonnin, y junto a ellas siempre estaba Roxy, la acompañante fiel de Carolina, que tenía el talento especial de buscar la excusa perfecta para reunirse y hacer volar las risas por el aire.
Aquella tarde de lunes había empezado como cualquier otra, pero para estas mujeres, que se querían muchísimo y se admiraban con profundidad, no existía un “lunes cualquiera”. Para ellas, esos días eran como un pequeño tesoro en la rutina, un momento para compartir la vida, los recuerdos, y el cariño que había crecido entre tanta charla, juegos y tazas humeantes de café.
Carolina, con su voz suave y conciliadora, era la que siempre encontraba la manera de poner paños fríos cuando las discusiones o los problemas asomaban la cabeza. Tenía ese don de calmar con palabras sabias y dulces, como quien imprime calma en una tormenta. A su lado, siempre atenta, estaba Roxy. Roxy no solo acompañaba a Carolina, sino que con la chispa que guardaba en su mirada movía a todo el grupo a reír, a ver la luz en los días nublados y a inventar excusas para encontrarse una, dos o diez veces más.
Ivonne era una narradora de primera. Siempre llegaba con sus historias detalladas de viajes por el país que las trasladaban a todos a lugares maravillosos. Hablaba de montañas verdes, ríos que cantaban y pueblos pintorescos donde colores y olores parecían propios de un cuento fantástico. Ella, además, tenía un cuaderno lleno de mapas, fotos y anotaciones que compartía con todo entusiasmo.
Marisa, por su parte, era quien repartía amor con cada gesto. Su belleza, que iba mucho más allá de lo físico, se reflejaba en su forma cariñosa de cuidar a sus amigas. Tenía un corazón tan grande como la casa en la que se reunían, y siempre sabía cuándo alguien necesitaba un abrazo, una escucha o simplemente alguien con quien estar.
Zulemita era la personificación de independencia y ternura. A veces parecía una fuerza de la naturaleza, segura y fuerte, pero también sabía bajar la guardia para mostrar lo amorosa y delicada que podía ser. Sus consejos eran sabios y su risa, un puente entre la esperanza y la realidad.
Nonnin, divertida y con un don para hacer chistes que hacían reventar de risa las mejillas, era la alegría viviente del grupo. Siempre estaba preparada con una broma o una anécdota graciosa, tantas que muchas veces habían tenido que pedirle que calmara un poco para poder continuar con sus charlas.
Además de ellas, había otras amigas que, aunque no siempre estaban presentes, formaban parte del grupo por medio de sus relatos, risas y recuerdos. Beatriz, que adoraba contar historias de su Jujuy natal con la pasión de quien lleva un tesoro en el corazón, Fabiana, con sus interminables problemas que al final se convertían en presentes oportunidades para compartir y apoyar, y Raquel, la elegante y cariñosa amiga que siempre llegaba con un saludo dulce y un gesto noble, que enseñaba a todas cómo llevar la vida con gracia.
Esa tarde, el grupo llegó como cada lunes, una tras otra, trayendo consigo sus historias del mundo y sus experiencias, listas para compartir y aprender. Roxy había preparado una excusa especial para la reunión: una caja con juegos de mesa. “Hoy vamos a reír hasta que se nos olvide el cansancio”, había dicho, y todas la aplaudieron y se mostraron entusiasmadas.
Sentadas alrededor de la mesa, comenzaron a jugar. La voz de Carolina, suave y pausada, intercalaba consejos y observaciones que calmaban cualquier tensión. “Recordemos que la vida se trata de disfrutar lo que tenemos y aprender de lo que no”, decía mientras pasaba las cartas. Ivonne, por su lado, describía los paisajes de su último viaje de verano. Habló de un pueblo pequeño con casas pintadas de azul y rojo, donde aprendió a bailar una danza típica acompañada de música alegre. Cada palabra que decía era una ventana abierta hacia lugares que ningún mapa podría describir con tanta vida.
Marisa, tomando leche con miel en una taza grande, escuchaba y sonreía, mientras acariciaba a Roxy que estaba recostada a sus pies. Era evidente que la tranquilidad y el amor reinaban ahí. De pronto, intervino con una pequeña reflexión: “Lo que más me gusta de estas reuniones es que aquí no hay edad, solo alegría y ganas de compartir nuestro tiempo juntas.”
Zulemita, con su voz firme pero tierna, agregó: “Y eso nos hace fuertes. Aunque a veces la vida nos presente retos, saber que tenemos este espacio y estas amigas, nos fortalece para seguir adelante.”
Nonnin no pudo evitar reír y soltar una broma sobre un acontecimiento gracioso que le había pasado en el banco, que hizo reír a todas a carcajadas por al menos cinco minutos. Después, cuando la risa amainó, Carolina propuso una actividad diferente: contar una anécdota especial que les hubiera dejado una enseñanza. Las amigas aceptaron joyosamente.
Ivonne comenzó contando cómo, en uno de sus viajes, se perdió en un bosque y, aunque sintió miedo, descubrió que la calma y la paciencia la ayudaron a encontrar el camino. “Aprendí que los momentos difíciles también pueden ser aventuras que nos hacen crecer,” dijo con serena voz.
Marisa contó sobre una vez que ayudó a una niña del vecindario que se había lastimado jugando, y cómo ese acto de bondad, aunque pequeño, le hizo sentir una felicidad inmensa, recordándoles a todas el valor de cuidar a los demás.
Zulemita compartió un recuerdo de su juventud, cuando sufrió una caída que la obligó a estar en cama por meses. Comentó cómo la soledad le había enseñado a valorarse y a encontrar fortaleza en ella misma, y que eso la hizo ser la mujer independiente y amorosa que hoy todas admiraban.
Nonnin, después de secarse una lágrima (de felicidad), contó una historia graciosa sobre una confusión en un teatro, cuando accidentalmente terminó actuando en una obra sin saberlo y cómo ese momento le enseñó a no tomarse la vida tan en serio, sino a disfrutar cada instante.
Roxy, aunque no hablaba como las demás, se sentía feliz y segura. Su presencia era como un abrazo silencioso que unía aún más a todas, y cada lunes se guardaba esos momentos tan queridos en su corazón.
El reloj avanzaba apacible pero, en ese pequeño espacio, el tiempo parecía detenerse. Allí la edad no importaba, ni los achaques ni los problemas del pasado o las preocupaciones del futuro. Solo existía el presente, la amistad que era más grande que cualquier dificultad, y la alegría de compartir un lunes que se volvía especial.
Cuando la tarde estuvo por acabar, las amigas se despidieron con promesas de volver la próxima semana, sin importar la lluvia, el frío o el calor. Sabían que esos encuentros eran la luz que iluminaba sus días y la fuerza que mantenía vivo el cariño entre ellas.
Roxy, en el camino de regreso con Carolina, suspiró feliz. Sabía que esos lunes eran magia pura: magia de la amistad verdadera, de los recuerdos que quedan para siempre, y del aprendizaje que cada amiga, cada historia y cada sonrisa les dejaba. “No le demos importancia a la edad”, pensó mientras escuchaba las palabras de Carolina. “Porque cuando se juntan estas amigas divinas, lo único que se nota es la alegría de compartir y hacer que cada lunes sea diferente.”
Y así, con el corazón rebosante de amor y risas, estas amigas siguieron juntándose cada semana. Su amistad, construida con cariño, respeto y alegría, sería un tesoro que perduraría en su recuerdo hasta el infinito y más allá, como una enseñanza para todos que el verdadero valor de la vida está en compartir y en quererse de verdad, sin importar los años que pasen.
Porque al final, lo más importante no es cuántos años tengas, sino cuántas sonrisas y cuántos lunes de amistad guardas en tu corazón para siempre.





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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.