Había una vez dos niñas llamadas Mariana y Susan. Desde el primer día que se conocieron en el parque del vecindario, se hicieron inseparables. Ambas tenían once años y compartían una alegría contagiosa por la vida. Aunque venían de familias diferentes y tenían personalidades opuestas, su amistad era más fuerte que cualquier diferencia. Mariana era tranquila, reflexiva y siempre tenía una sonrisa serena. Por otro lado, Susan era una bola de energía, llena de ideas locas y siempre lista para una nueva aventura.
Mariana y Susan pasaban casi todas las tardes juntas. Vivían cerca una de la otra, así que era común que después de la escuela, fueran directamente al parque o a la casa de una de ellas. Les encantaba inventar juegos, crear historias fantásticas y, sobre todo, compartir secretos. Mariana solía decir que Susan era la única persona en el mundo en la que confiaba absolutamente. Y Susan, a su manera despreocupada, siempre respondía: «Claro que sí, somos como dos mitades de un todo».
Un día, decidieron que harían algo especial. Era una tarde soleada de verano, y el cielo azul se extendía como un gran lienzo sobre ellas. Susan, como siempre, tenía una idea. «Vamos a buscar el árbol de los secretos», dijo con los ojos brillando de emoción.
Mariana la miró con curiosidad. «¿El árbol de los secretos? ¿Qué es eso?»
Susan se detuvo un momento para pensar. «Es un árbol mágico, uno que solo las mejores amigas pueden encontrar. Si le susurras un secreto, lo guardará para siempre. Pero nadie más puede escucharlo, solo nosotras».
Mariana se rió. Sabía que Susan tenía una imaginación increíble, pero también le encantaba dejarse llevar por sus historias. «¿Y dónde está ese árbol?»
«En el bosque, por supuesto», respondió Susan, señalando hacia la colina que se veía a lo lejos. Más allá de la colina, estaba el bosque donde a veces iban a jugar, aunque no solían adentrarse mucho porque sus padres les decían que no era seguro. Pero esa tarde, la aventura las llamaba, y ninguna de las dos quería dejar pasar la oportunidad.
Caminaron juntas, con el sol brillando sobre sus cabezas y una ligera brisa acariciando sus rostros. Mientras avanzaban, Susan no dejaba de hablar sobre el misterioso árbol y las historias que se contaban sobre él. Según Susan, el árbol de los secretos era tan antiguo que había guardado los pensamientos más profundos de las personas durante siglos. «Pero solo los amigos de verdad pueden encontrarlo», decía con total convicción.
Cuando llegaron al bosque, todo estaba en silencio, excepto por el canto de los pájaros. Los árboles altos y frondosos formaban una especie de techo natural, y el suelo estaba cubierto de hojas secas que crujían bajo sus pies. Mariana miraba a su alrededor, preguntándose si realmente existía ese árbol del que Susan tanto hablaba.
«¿Y ahora qué?», preguntó Mariana. «¿Cómo lo encontramos?»
Susan se quedó quieta un momento, pensando. «Bueno, dicen que el árbol tiene una corteza diferente, como si estuviera hecha de oro. Pero no es oro de verdad, solo brilla como si lo fuera».
Mariana levantó una ceja, divertida. «¿Corteza de oro? Esto suena cada vez más interesante».
Caminaron por el bosque durante un buen rato, observando cada árbol que encontraban. Algunos eran grandes y robustos, otros pequeños y retorcidos, pero ninguno tenía la corteza dorada que Susan había descrito. A pesar de ello, ambas disfrutaban del paseo y de la emoción de estar juntas en una aventura. Para ellas, el verdadero tesoro no era el árbol, sino el tiempo que compartían.
Después de un rato, cuando ya el sol comenzaba a bajar en el horizonte, Mariana sugirió que tal vez era hora de volver a casa. «No hemos encontrado el árbol, pero ha sido divertido», dijo sonriendo.
Susan suspiró, pero no perdió su entusiasmo. «Tal vez el árbol no sea real, pero podemos inventarlo nosotras. Vamos a elegir uno y convertirlo en nuestro árbol de los secretos».
Mariana estuvo de acuerdo. Caminaron un poco más hasta que encontraron un árbol que les pareció perfecto. Era grande, con ramas fuertes y hojas verdes que brillaban con la luz del atardecer. «Este será nuestro árbol», dijo Susan con una sonrisa triunfante.
Ambas se sentaron al pie del árbol y, siguiendo la idea de Susan, comenzaron a susurrar sus secretos más profundos. Era un juego, pero para ellas significaba mucho. Mariana compartió sus miedos sobre el próximo año escolar, sobre cómo temía perder a sus amigos cuando empezaran en una escuela nueva. Susan, en su estilo típico, compartió su deseo de volverse astronauta y viajar por el espacio algún día. Se rieron, pero también se sintieron más unidas que nunca.
Cuando terminaron de susurrar sus secretos al árbol, se quedaron en silencio por un momento, disfrutando de la paz del bosque y de la compañía mutua. El viento susurraba entre las hojas, como si el propio bosque estuviera guardando sus palabras.
«¿Crees que el árbol realmente guarda nuestros secretos?», preguntó Mariana.
Susan la miró con seriedad fingida. «Por supuesto. Es el árbol más mágico de todo el bosque. Pero recuerda, solo nosotras podemos volver aquí y contarle más secretos».
Mariana sonrió. Aunque sabía que todo era parte de un juego, había algo en esa tarde que la hacía sentir que, de alguna manera, ese árbol realmente guardaría sus pensamientos y sueños para siempre.
Cuando finalmente regresaron a casa, ya era de noche. Sus padres las estaban esperando, preocupados por lo tarde que se habían quedado en el bosque. Pero Mariana y Susan no dijeron nada sobre el árbol de los secretos. Era su pequeño tesoro compartido, algo que solo ellas conocían.
Esa noche, mientras se preparaban para dormir, ambas pensaron en su día juntas. Sabían que el próximo año traería cambios, que la vida no siempre sería tan simple como en esos momentos, pero también sabían que, pase lo que pase, siempre tendrían su amistad y, por supuesto, su árbol de los secretos.
Fin.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.