En un rincón mágico del mundo, donde los árboles susurran secretos y el viento canta melodías olvidadas, se encontraba el Bosque Encantado. Este lugar, conocido solo por unos pocos, guardaba historias de criaturas maravillosas y aventuras sin fin. Fue aquí donde comenzó la inolvidable historia de amistad entre tres niños y un pequeño dragón.
Era una mañana de otoño, cuando Jenifer, Arturo y Aina decidieron aventurarse en el bosque con su cometa favorita. Corrían y reían bajo el manto dorado de las hojas caídas, disfrutando de un día que prometía ser perfecto. Sin embargo, la perfección tomó un giro inesperado cuando la cometa, impulsada por una ráfaga de viento traviesa, se enganchó en lo más alto de un pino antiguo.
Después de varios intentos fallidos por rescatarla, Jenifer, con una mezcla de frustración y tristeza, preguntó: “Y ahora ¿cómo vamos a conseguirla?” Fue entonces cuando, de detrás de unos arbustos, una voz respondió: “¡Volando!”
Los tres amigos se sobresaltaron. Los arbustos se agitaron y, para su asombro, de ellos emergió Marte, un pequeño dragón cuyas escamas brillaban con todos los colores del arcoíris. Arturo y Aina dieron un paso atrás, asustados, pero Jenifer se quedó mirándolo con una mezcla de curiosidad y admiración.
Marte, sintiéndose un poco intimidado por las reacciones, empezó a retirarse tristemente. Sin embargo, la voz de Jenifer lo detuvo. “¿Podrías ayudarnos a recuperar la cometa? Así podríamos jugar todos juntos”. El rostro de Marte se iluminó con una sonrisa, y sin decir una palabra, desplegó sus alas y voló hacia el pino, rescatando la cometa en un abrir y cerrar de ojos.
Desde ese día, Marte se convirtió en un amigo más del grupo. Cada tarde, después de la escuela, se reunían en el bosque para jugar y explorar. Marte les mostró rincones del bosque que nunca habían imaginado, lugares donde las flores cantaban y los árboles danzaban al compás del viento.
Un día, mientras jugaban a las escondidas, una densa niebla los sorprendió. La visibilidad se redujo tanto que pronto se encontraron perdidos, incapaces de encontrar el camino de regreso. La preocupación comenzó a apoderarse de ellos, pero Marte, con su visión de dragón, logró guiarlos a través de la niebla, llevándolos sanos y salvos de vuelta a casa.
Esa noche, al calor de una fogata que Marte encendió con un pequeño soplo de fuego, compartieron historias y sueños. Jenifer soñaba con volar, Arturo quería ser un explorador y Aina deseaba hablar con los animales. Marte, con una chispa en sus ojos, reveló que podía conceder deseos a aquellos de gran valentía.
Decidieron que al día siguiente, cada uno enfrentaría un desafío para demostrar su valentía. Jenifer se propuso escalar el pino más alto del bosque, Arturo decidió cruzar el río tempestuoso y Aina quiso pasar una noche entera en el bosque. Marte, orgulloso de sus amigos, los acompañó y apoyó en cada desafío.
Cuando todos superaron sus miedos, Marte cumplió sus deseos. Jenifer recibió unas alas mágicas para volar, Arturo un mapa que señalaba aventuras sin fin y Aina un collar que le permitía comprender a los animales. La alegría y la gratitud llenaron sus corazones, sabiendo que lo imposible se había vuelto posible gracias a la amistad.
Los días pasaron, y cada aventura los unía más. Se dieron cuenta de que, aunque Marte les había concedido deseos maravillosos, el verdadero regalo era la amistad que habían forjado. Habían aprendido que juntos podían enfrentar cualquier desafío y que la magia verdadera residía en sus corazones.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.