Una noche cálida y tranquila, Santiago, un niño de 7 años, se preparaba para dormir. Se puso sus pijamas favoritos, unos suaves y cómodos que estaban adornados con pequeñas estrellas azules sobre un fondo blanco. Mientras se metía en la cama, no podía dejar de mirar el techo, imaginando que esas pequeñas estrellas en su pijama eran reales, flotando en el inmenso cielo nocturno. Santiago siempre había sido un niño curioso, con una imaginación tan grande como el universo mismo. Le encantaba mirar las estrellas desde la ventana de su cuarto y soñar con los misterios que podrían esconderse en lo profundo del espacio.
Esa noche, Santiago sintió algo especial en el aire. Cerró los ojos con una sonrisa, pensando en todas las aventuras que podría tener si pudiera volar hasta las estrellas. Poco a poco, mientras se iba quedando dormido, notó que su cuerpo se sentía ligero, como si estuviera flotando. Al abrir los ojos, se sorprendió al verse rodeado de oscuridad, pero no era una oscuridad común; era un cielo nocturno, inmenso y profundo, lleno de constelaciones brillantes que parpadeaban alegremente a su alrededor.
Santiago se encontraba flotando en el espacio, sus pijamas resplandeciendo como si fueran parte del mismo firmamento. Estaba emocionado y un poco asustado al mismo tiempo, pero la curiosidad era más fuerte que cualquier temor. Miró a su alrededor, fascinado por las estrellas que lo rodeaban, cada una contando una historia diferente en su luz centelleante.
De repente, algo llamó su atención. Unos pequeños seres flotaban hacia él, brillando suavemente en la penumbra del espacio. Eran marcianos, pero no como los que había visto en los libros o en la televisión. Estos eran diferentes: pequeños, con ojos grandes y expresivos, y sonrisas que sonaban como campanas cuando reían. Tenían una apariencia amistosa, con cuerpos diminutos que parecían hechos de luz, y se movían con una gracia que recordaba al vaivén de las hojas en una brisa suave.
Los marcianos rodearon a Santiago, riendo con alegría. Uno de ellos, el más pequeño y brillante, se acercó y le extendió una mano diminuta. Santiago, sin dudarlo, la tomó. Al instante, sintió una calidez que se extendía por todo su cuerpo, como un abrazo amistoso en una noche fría.
—¿Quieres venir con nosotros? —le preguntó el marciano con una voz suave, que parecía venir de todos lados a la vez.
Santiago asintió, sintiendo que estaba a punto de vivir una aventura como ninguna otra. Los marcianos lo guiaron a través del espacio, deslizándose suavemente entre las estrellas. Pronto, llegaron a un planeta pequeño pero resplandeciente, que parecía hecho de luces y colores. Los árboles brillaban con una luz suave, y los ríos, en lugar de agua, parecían estar llenos de gelatina que cambiaba de color a cada instante. Todo era tan diferente y mágico que Santiago apenas podía creer lo que estaba viendo.
Los marcianos llevaron a Santiago a un campo cubierto de polvo de estrellas, donde las luces danzaban en el aire, creando figuras y formas que lo dejaban sin aliento. Jugaron juntos, corriendo y riendo entre las luces que los rodeaban. Cada paso que daban levantaba pequeñas nubes de polvo estelar que brillaban y flotaban a su alrededor, como si el mismo suelo estuviera hecho de sueños.
Después de un tiempo, los marcianos invitaron a Santiago a una casita hecha de nubes, que flotaba suavemente en el cielo del planeta. Dentro, todo estaba hecho de materiales suaves y esponjosos, como si el propio aire fuera parte de la estructura. En el centro de la casita, había una mesa larga y ancha, cubierta con todo tipo de delicias intergalácticas. Había sándwiches de luna, hechos con un pan tan suave como la espuma y un relleno dulce y delicioso que cambiaba de sabor con cada bocado. También había batidos de arcoíris, que brillaban con todos los colores que Santiago podía imaginar, y que sabían a frutas que nunca antes había probado.
Santiago y los marcianos disfrutaron de la merienda, compartiendo risas y momentos de pura felicidad. A medida que comían, Santiago se dio cuenta de lo afortunado que era por haber encontrado estos nuevos amigos en un lugar tan increíble. Aunque sabía que todo esto podría ser un sueño, no importaba, porque en ese momento todo se sentía real y lleno de vida.
Mientras terminaban la merienda, Santiago sintió que algo vibraba en su bolsillo. Era una pequeña alarma, suave pero persistente, que le recordaba que era hora de volver. Santiago miró a sus nuevos amigos con tristeza, sabiendo que pronto tendría que despedirse.
—Es hora de que regrese —dijo con una sonrisa melancólica.
Los marcianos lo rodearon una vez más, y el más pequeño de ellos, el mismo que lo había invitado a este maravilloso viaje, se acercó con un regalo. Era una estrella fugaz, pequeña y brillante, que cabía perfectamente en la palma de Santiago. La estrella brillaba con una luz cálida y suave, y parecía vibrar suavemente, como si estuviera viva.
—Para que nunca olvides tu aventura —dijo el marciano, colocando la estrella en el bolsillo de Santiago.
Santiago sintió una mezcla de emociones: alegría por el regalo y tristeza por la despedida. Los marcianos lo abrazaron una vez más, sus risas sonando como una despedida que se quedaría con él para siempre. Luego, poco a poco, todo a su alrededor comenzó a desvanecerse, y Santiago sintió que volvía a flotar, esta vez hacia su propia cama.
Cuando abrió los ojos, Santiago se encontró de nuevo en su habitación, acurrucado en su cama con sus pijamas de estrellas. La luz del sol comenzaba a entrar por la ventana, y todo parecía normal. Pero cuando se giró hacia su mesita de noche, vio algo que le hizo sonreír de oreja a oreja: la pequeña estrella fugaz brillaba suavemente junto a su cama, tal como los marcianos se la habían dado.
Santiago se levantó, sintiéndose más feliz que nunca. Sabía que había vivido algo especial, algo que guardaría en su corazón para siempre. Se preparó para ir a la escuela, pero esta vez con una nueva sensación de alegría y esperanza. Sabía que, no importa lo que pasara, siempre llevaría consigo un pedacito del universo y la magia de sus amigos marcianos.
A lo largo del día, Santiago no pudo evitar mirar de vez en cuando la estrella en su bolsillo. Sentía que estaba conectado de alguna manera a esos pequeños seres de ojos grandes y sonrisas brillantes. Y aunque no le contó a nadie sobre su aventura, la estrella fugaz se convirtió en su pequeño secreto, un recordatorio constante de que el universo es un lugar lleno de maravillas y amistades inesperadas.
Con el tiempo, Santiago siguió creciendo, pero nunca dejó de mirar las estrellas con la misma fascinación que cuando era un niño. Y cada vez que se sentía solo o triste, sacaba la estrella de su bolsillo y la miraba, recordando a sus amigos del espacio y las increíbles aventuras que compartieron. Aunque muchos años pasaron, Santiago siempre supo que esa estrella lo acompañaría, guiándolo y recordándole que, no importa cuán lejos o diferentes sean, las verdaderas amistades siempre encuentran una manera de brillar.
Y así, con la estrella en su mesita de noche, Santiago siguió soñando con el día en que podría volver a viajar entre las estrellas, flotando en un cielo oscuro y lleno de constelaciones, en busca de nuevas aventuras y amigos. Porque sabía, en el fondo de su corazón, que mientras tuviera esa estrella de bolsillo, ningún lugar del universo estaría fuera de su alcance.
FIN.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.