Un Adiós a la Altura del Jardín de Infancia

En un pequeño y colorido pueblo, en la clase del jardín de infantes más alegre que uno pudiera imaginar, tres grandes amigos compartían sus días entre juegos y risas.

Carlos, Josefa y Luciano habían estado juntos desde que eran muy pequeños, y cada uno había dejado una huella imborrable en el corazón del otro. Pero como todas las buenas historias, la de su jardín de infantes estaba a punto de tener un cambio importante.

Era el último día de clases y el aire estaba lleno de emociones encontradas. Por un lado, la emoción de graduarse y pasar a la primaria; por el otro, la tristeza de despedirse de un lugar que había sido su segundo hogar. La maestra, siempre comprensiva y cariñosa, había organizado una fiesta de despedida que prometía ser inolvidable.

El aula estaba decorada con banderines de colores, globos y un gran cartel que decía «¡Adiós Jardín!». Carlos, con su característico cabello rizado y una gorra de fiesta, no podía dejar de soplar su trompeta de papel, haciendo reír a todos con el ruido divertido que producía. Josefa, con sus trenzas bien peinadas y sus gafas de montura redonda, repartía gorros y serpentinas a todos los niños, asegurándose de que cada uno se sintiera especial. Luciano, el más alto del grupo, ayudaba a colgar algunos adornos más altos que solo él podía alcanzar.

La fiesta comenzó con juegos y canciones, todos participaban y disfrutaban de los dulces y el pastel que la maestra había traído. Pero lo más especial de todo era la caja de los recuerdos que la maestra les presentó. Dentro, había fotos y dibujos de todos los momentos que habían compartido a lo largo de los años.

— Quiero que cada uno de ustedes tome un recuerdo de esta caja — dijo la maestra con una sonrisa — Y cuando estén en la escuela primaria y se sientan solos o tristes, miren este recuerdo y piensen en todos los momentos felices que pasamos juntos.

Uno a uno, los niños pasaron al frente. Carlos encontró una foto de él disfrazado de sol en la obra de primavera. Josefa escogió un dibujo que todos habían pintado juntos, y Luciano tomó una pequeña estatuilla que había moldeado en clase de arte. Al ver estos objetos, los niños recordaron todas las aventuras que habían vivido y las lecciones que habían aprendido.

El momento de la despedida llegó demasiado rápido. Los niños, ahora con lágrimas en los ojos, pero sonrisas en los labios, se abrazaron fuerte. Sabían que aunque el próximo año estarían en diferentes aulas y quizás hasta en diferentes escuelas, la amistad que habían formado era demasiado fuerte para ser olvidada.

— No es un adiós, amigos, es un hasta luego — dijo Carlos, siempre el optimista del grupo.

— Siempre seremos amigos, pase lo que pase — añadió Josefa, limpiándose una lágrima.

— Y quién sabe, ¡tal vez seamos compañeros de clase otra vez! — concluyó Luciano, intentando aligerar el momento.

Así, con abrazos y promesas de mantenerse en contacto, Carlos, Josefa y Luciano se despidieron del jardín de infantes. Caminaron juntos hasta la puerta, donde sus padres los esperaban para llevarlos a casa, listos para comenzar una nueva etapa en sus vidas.

Y mientras se alejaban, cada uno con su recuerdo en la mano, sabían que no importaba a dónde los llevaran sus caminos, siempre tendrían un pedazo del otro con ellos. Porque la verdadera amistad no conoce de despedidas, solo de nuevas maneras de estar juntos, incluso cuando están aparte.

Así terminó su tiempo en el jardín de infantes, pero empezó otra aventura, una que llevarían siempre en sus corazones, alimentada por los recuerdos de su primera gran amistad.

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