En un pequeño pueblo rodeado de montañas y ríos brillantes, vivían tres amigos inseparables: Daniela, Luis y Santiago. Los tres pasaban casi todo su tiempo juntos, explorando los misterios de la naturaleza y creando aventuras en su mundo de fantasía.
Era un radiante día de primavera, lleno de sol y risas. Las flores silvestres comenzaban a florecer y los árboles lucían un verde intenso. Daniela, con su cabello rizado y su sonrisa contagiosa, presentó una idea que emocionó a sus amigos. “¡Vamos a buscar el gran árbol de manzanas doradas de la colina! He oído que es el más alto y hermoso que hay”, sugirió.
Luis, que siempre mostraba una gran curiosidad, aplaudió la idea. “¡Sí, eso suena genial! He leído sobre ese árbol en un libro de aventuras. Se dice que quien lo encuentre se hará amigo de un espíritu del bosque que cuida el lugar”, explicó. Santiago, el más prudente del grupo, miró un poco dudoso. “Pero… no sabemos qué tan lejos está. No deberíamos preguntarle a alguien primero, por si acaso nos perdemos”, dijo con voz prudente.
Daniela, tomando la mano de sus amigos, respondió: “No te preocupes, será una aventura. Además, siempre podemos volver si encontramos alguna dificultad”. Así, los tres amigos decidieron emprender su búsqueda. Antes de salir, se encontraron con una anciana en el camino. Su nombre era doña Clara y siempre tenía historias interesantes que contar. Los niños la respetaban mucho.
“¿Adónde van tan emocionados, pequeños?” preguntó doña Clara, frunciendo un poco el ceño. “Estamos buscando el árbol de manzanas doradas en la colina”, respondió Luis con energía. La anciana los miró y, después de pensarlo unos segundos, les dijo: “Ese árbol es especial. Está protegido por el espíritu del bosque, así que recuerden ser amables y respetuosos. Si actúan con buen corazón, el espíritu seguramente los ayudará”.
Con esos sabios consejos en mente, los amigos caminaron por el sendero que conducía a la colina. El camino estaba cubierto de piedras y algunos arbustos, pero su emoción los mantenía enérgicos. Cantaban y reían mientras se adentraban más en el bosque. Después de un rato, se encontraron con un pequeño arroyo que cruzaba el camino.
“¡Miren!” exclamó Daniela, señalando a los pececitos que nadaban en el agua clara. “Podemos descansar un momento aquí”. Los amigos se sentaron en una roca grande al borde del arroyo. “Me gusta estar aquí porque el agua suena como música”, dijo Santiago. Mientras tanto, Luis sacó una pequeña canasta con frutas que había traído. “Podemos comer algo y seguir nuestro camino después”, propuso.
Mientras disfrutaban de su picnic, un pequeño pájaro de plumas brillantes se posó cerca de ellos. “¡Qué lindo es ese pájaro! Creo que nunca he visto uno así”, murmuró Daniela. El pájaro pareció escucharlos y, para sorpresa de todos, comenzó a acercarse. “Quizás está curioso por nosotros”, dijo Luis sonriendo. Pero de repente, el pájaro empezó a cantar una hermosa melodía que llenó el aire. Los amigos, asombrados, permanecieron en silencio disfrutando de su canto.
El día pasaba y el sol se escondía poco a poco en el horizonte. “Deberíamos irnos ya para llegar al árbol antes de que se haga de noche”, sugirió Santiago, siempre tan racional. Así que, después de guardar sus cosas, los amigos continuaron su camino. Mientras subían la colina, el paisaje se volvía cada vez más hermoso. Flores de todos los colores decoraban el terreno, y el aire fresco les llenaba los pulmones.
Finalmente, después de una larga caminata, vieron el gran árbol de manzanas doradas en la cima de la colina. Era realmente majestuoso, con ramas que se extendían hacia el cielo y manzanas brillantes que relucían con la luz del sol. Los ojos de los niños se iluminaron, y corrieron hacia él emocionados. “¡Lo encontramos!”, gritaron al unísono.
Mientras observaban las manzanas, de repente, un suave viento comenzó a soplar, y de la nada apareció una figura luminosa. Era un espíritu del bosque, con una apariencia amable y serena. “He estado esperando a que llegarais”, dijo con una voz que sonaba como el susurro de las hojas. “Soy el guardián de este árbol. Quieres ser mi amigo, ¿verdad?”
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.