Cuentos de Amistad

Un encuentro inesperado en el corazón del bosque

Lectura para 4 años

Tiempo de lectura: 2 minutos

Español

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En un hermoso bosque lleno de árboles altos y flores de colores, vivían dos amigos muy especiales: un pequeño Ratón llamado Ratico y un gran León llamado Leóncio. Ratico era diminuto, con un suave pelaje gris y unos grandes ojos brillantes que siempre estaban llenos de curiosidad. Leóncio, en cambio, era majestuoso y fuerte, su melena dorada ondeaba con el viento y su voz retumbaba como un trueno, pero en su corazón escondía un gran cariño.

Un día, mientras Ratico exploraba un sendero cubierto de hojas crujientes, se encontró con Leóncio. El Ratón daba saltitos de alegría porque siempre adoraba jugar con su amigo el León. Leóncio, al verlo, sonrió y le dijo:

—¡Hola, Ratico! ¿Te gustaría pasear por el bosque conmigo hoy?

—¡Sí! —exclamó el Ratón—. Siempre es divertido estar contigo.

Y así, los dos amigos comenzaron su aventura por el bosque. Mientras caminaban, Ratico le contaba a Leóncio sobre las cosas que había visto: un grupo de mariposas que danzaban en el aire, una ardilla que recolectaba nueces y un burbujeante arroyo donde los peces nadaban felices. Leóncio escuchaba atentamente, riéndose de las travesuras de su pequeño amigo.

De repente, mientras pasaban junto a un gran roble, escucharon un extraño sonido. Era un quejido débil que parecía venir de entre las raíces del árbol. Intrigados, se acercaron y encontraron a una tortuga llamada Tortuga Tila, que estaba atrapada en un estirón de ramas.

—¿Puedes ayudarme, por favor? —lloró Tila—. No puedo salir de aquí sola.

Ratico miró a Leóncio con preocupación. Sabía que el León era muy fuerte, pero a veces, su tamaño era un problema en espacios pequeños. Leóncio, sin embargo, dijo con voz suave:

—No te preocupes, Tila. Juntos encontraremos una manera de ayudarte.

Ratico se subió al lomo de Leóncio y ambos comenzaron a pensar. El Ratón era muy ingenioso, así que dijo:

—¡Ya sé! Leóncio, tú puedes mover las ramas más grandes, mientras yo intento liberar a Tila de las más pequeñas.

Leóncio asintió y con su poderosa pata, comenzó a mover las ramas más gruesas. Ratico, ágil como siempre, se metió entre las ramas y trató de liberar a Tila de los enredos. Tras unos minutos de esfuerzo, Leóncio logró abrir un espacio y Ratico finalmente pudo liberar a la tortuga.

—¡Hurra! ¡Eres libre! —gritó Ratico, dando saltitos de alegría.

—Gracias, amigos —dijo Tila, con una gran sonrisa—. No sé qué hubiera hecho sin ustedes.

—Fue un trabajo en equipo —respondió Leóncio—. Siempre es mejor ayudar a un amigo.

Los tres se sentaron un ratito a descansar bajo el roble, disfrutando del suave murmullo de las hojas. Tila, agradecida, les preguntó:

—¿Quieren jugar un poco? Podemos hacer una carrera.

—¡Una carrera! —dijo Ratico, emocionado—. Pero, ¿no es un poco desigual? Tú eres muy lenta, Tila.

—¡No me subestimes! —exclamó la tortuga—. Siempre me dicen que las cosas no siempre son como parecen.

Y así, decidieron que los tres correrían juntos. Leóncio se ofreció para tomar la delantera, mientras que Ratico y Tila se colocarían en la línea de salida. Con un gran rugido de Leóncio, ¡la carrera comenzó!

Leóncio salió disparado, mientras Ratico corría rápidamente a su lado. Tila, por su parte, avanzaba despacio pero segura, con su caparazón brillando al sol. De repente, Leóncio llevó la ventaja y, emocionado, decidió mirar hacia atrás para ver a sus amigos. Al darse la vuelta, se dio cuenta de que Ratico había decidido hacer un pequeño truco: ¡estaba corriendo por la rama de un árbol!

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Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.

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