Susana, una dulce conejita blanca con orejas largas y suaves, vivía en un hermoso bosque lleno de árboles altos y flores de mil colores. Susana siempre estaba rodeada de sus amigos: Daniel, el gallito amarillo que cantaba cada mañana para alegrar el día; Ninfa, la mariposa que danzaba en el aire con sus alas brillantes; Fátima, una tortuguita tranquila que siempre tenía una sonrisa en su rostro, y Virgilio, el pequeño ratón que siempre estaba dispuesto a ayudar. Juntos, formaban un grupo lleno de risas y aventuras.
Un día, mientras Susana saltaba por el bosque, decidió que quería sorprender a sus amigos. «Voy a organizar un picnic», pensó. «Vamos a comer ricas galletas y jugar mucho». Así que comenzó a recolectar las cosas que necesitaría: frutas frescas, algunas galletas que había hecho con su mamá y una bonita manta de colores.
Cuando Susana terminó de preparar todo, fue a buscar a sus amigos. Primero, encontró a Daniel posado en una rama alta, cantando su hermosa canción. «¡Daniel!», llamó Susana con emoción. «¡Voy a hacer un picnic! ¿Quieres venir?». «¡Claro que sí!», respondió Daniel con su voz alegre, saltando de la rama hacia el suelo.
Susana y Daniel siguieron su camino y pronto encontraron a Ninfa revoloteando alrededor de las flores. «¡Ninfa!», exclamó Susana. «¡Estamos organizando un picnic, ven a jugar con nosotros!». Ninfa sonrió y giró feliz en el aire. «¡Me encantaría unirme!», dijo, y juntas siguieron en busca de Fátima y Virgilio.
Al llegar a la orilla del lago, encontraron a Fátima tomando el sol en una piedra. «¡Fátima!», llamó Susana. «Vamos al picnic, será muy divertido». Fátima levantó la cabeza y respondió con ternura: «¡Claro, Susana! Siempre es bonito estar con ustedes».
Finalmente, Susana, Daniel y Ninfa caminaron un poquito más y encontraron a Virgilio buscando comida en un pequeño agujero. «¡Virgilio!», gritaron todos al mismo tiempo. «¡Es hora del picnic!». Virgilio salió rápidamente de su escondite, con una pequeña migaja de pan en la mano. «¡Qué divertido! ¿Qué tengo que hacer?», preguntó entusiasmado.
El grupo se dirigió a un claro en el bosque, donde había un gran árbol que les ofrecía sombra. Susana extendió la manta en el suelo, y todos comenzaron a sacar los deliciosos alimentos. Las galletas crujientes, las fresas jugosas y el jugo de frutas llenaron la mesa improvisada. Risas y charlas alegraban el aire mientras disfrutaban de la comida.
Después de comer, Susana sugirió jugar a las escondidas. «¡Yo contaré primero!», dijo. Se tapó los ojos con sus patitas y comenzó a contar mientras sus amigos salían corriendo a esconderse. Daniel se escondió detrás de un arbusto, Ninfa voló hacia una flor, Fátima se metió dentro de su caparazón, y Virgilio se escondió en un pequeño agujero.
Mientras Susana contaba, se sentía muy feliz. Al llegar al número diez, gritó: «¡Listos o no, allá voy!». Comenzó a buscar, y cada vez que encontraba a un amigo, todos reían a carcajadas. Después de un rato, Susana encontró a todos y decidieron que era momento de cambiar el juego.
«¿Y si escribimos una carta a nuestros amigos que no pueden venir?», sugirió Ninfa. «Tal vez podamos hacer un club de amigos en el bosque», agregó Daniel. Todos agreearon que era una idea maravillosa, así que se pusieron a trabajar en la carta.
Mientras escribían, una pequeña ardilla, que nunca habían visto antes, se acercó a ellos. «¡Hola! ¿Puedo unirme?», preguntó con ojos brillantes. Susana sonrió y dijo: «¡Claro que sí, somos amigos! ¿Cuál es tu nombre?». «Me llamo Lía», respondió la ardilla. «Me encanta jugar y hacer amigos, pero a veces me siento sola».
Los amigos entonces decidieron invitar a Lía al picnic. «¡Vamos a comer algo delicioso juntas!», dijo Fátima. Todos se sentaron de nuevo en la manta, compartieron la comida y se rieron mucho. Lía se sintió muy feliz de estar en compañía y pronto comenzó a contar historias sobre sus aventuras en el bosque.
Mientras hablaban y reían, Susana se dio cuenta de algo importante. Miró a todos sus amigos y dijo: «Hoy, con tantos amigos juntos, el bosque se siente lleno de alegría y amor. A veces, la soledad puede ser un sentimiento grande, pero cuando tenemos amigos, el vacío en el corazón se llena de risas y felicidad». Todos asintieron con la cabeza, sintiendo el abrazo cálido de la amistad.
Así pasaron el día, compartiendo historias, juegos y muchas risas. Al final del picnic, Susana, Daniel, Ninfa, Fátima, Virgilio y Lía se hicieron promesas. Prometieron siempre estar juntos, hacer nuevos amigos y nunca dejar que nadie se sintiera solo.
De esta manera, el bosque se convirtió en un hogar sin fronteras, donde todos eran bienvenidos. Y aunque había momentos de tristeza o vacíos en los corazones, siempre habían amigos listos para llenarlos de amor y compañía. Así, aprendieron que la amistad es el mejor regalo y que, con amigos, nunca están solos.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.