Era un día soleado y lleno de risas en la escuela. Todos los niños estaban emocionados por salir al recreo después de las clases de la mañana. Entre ellos, estaban Roco, Pedro y Juan, tres amigos inseparables a quienes les encantaba correr y jugar a toda velocidad durante el recreo.
—¡Vamos a correr hasta el otro lado del patio! —exclamó Pedro, saltando de emoción.
—¡Sí, vamos! —respondió Juan, que siempre estaba listo para una buena carrera.
Roco, que solía ser un poco más cauteloso, dudó por un momento. Habían tenido una conversación con la maestra esa misma mañana. Ella les había dicho claramente que no debían correr cerca de las escaleras, ya que era peligroso. Pero, como todos estaban tan emocionados, Roco no quiso ser el aguafiestas.
—Está bien, pero tengamos cuidado —dijo Roco finalmente, uniéndose a la carrera.
Los tres amigos comenzaron a correr por el patio, riendo y divirtiéndose. Pero, en medio de la emoción, se acercaron demasiado a las escaleras. Pedro, que iba adelante, resbaló un poco, pero logró recuperar el equilibrio justo a tiempo. Sin embargo, Juan, que venía justo detrás, no tuvo tanta suerte. Corrió demasiado rápido y no pudo frenar a tiempo. Tropezó y cayó al suelo, rodando por las escaleras hasta el final.
Roco y Pedro se detuvieron de inmediato, sus risas desaparecieron en un segundo. Corrieron hacia Juan, que estaba sentado en el suelo, sujetándose la rodilla. Tenía un rasguño, y aunque no parecía grave, estaba claro que el golpe lo había asustado.
—¿Estás bien? —preguntó Roco, con preocupación en los ojos, mientras se arrodillaba a su lado.
Juan asintió, pero se veía molesto y un poco dolorido.
—Me caí… no vi las escaleras —murmuró, intentando levantarse.
Pedro, que había sido el primero en correr hacia las escaleras, se sintió culpable. Sabía que había sido él quien había sugerido la carrera cerca de las escaleras, y ahora Juan estaba lastimado por no haber sido más cuidadosos.
—Lo siento, Juan —dijo Pedro en voz baja—. Fue mi culpa. No debimos correr aquí.
Roco miró a sus amigos y luego recordó lo que la maestra les había dicho esa mañana.
—La maestra nos advirtió sobre esto. Sabíamos que no debíamos correr aquí —dijo Roco con un tono serio, pero sin querer hacer sentir peor a Pedro—. Pero ahora lo más importante es que Juan esté bien.
Justo en ese momento, la maestra llegó corriendo al lugar del accidente. Había visto desde lejos que algo había sucedido y se apresuró para ver si todo estaba bien.
—¿Qué pasó aquí? —preguntó, arrodillándose junto a Juan para revisar su rodilla.
Los tres amigos bajaron la cabeza, sintiéndose un poco avergonzados.
—Corrimos cerca de las escaleras, y Juan se cayó —explicó Roco.
La maestra suspiró, pero no estaba enfadada. Ayudó a Juan a ponerse de pie y lo llevó a la enfermería para que le limpiaran el rasguño. Los otros dos amigos los siguieron en silencio, sintiéndose mal por haber desobedecido.
Después de que la enfermera limpiara y pusiera una pequeña venda en la rodilla de Juan, la maestra los reunió a los tres.
—Sé que a veces es difícil recordar las reglas cuando están emocionados y quieren jugar —les dijo con una sonrisa comprensiva—, pero estas reglas están para protegerlos. Hoy aprendieron una lección importante, ¿verdad?
Los tres amigos asintieron en silencio. Sabían que la maestra tenía razón.
—Prometemos no volver a correr cerca de las escaleras —dijo Pedro, aún sintiéndose culpable.
—Y prometemos recordar siempre las reglas para evitar que alguien más se lastime —añadió Roco.
La maestra sonrió.
—Eso es lo que quiero escuchar. Ahora, vayan a jugar, pero esta vez, con más cuidado.
Los tres amigos salieron de la enfermería y volvieron al patio. Esta vez, no corrieron hacia las escaleras. En su lugar, encontraron una pelota y comenzaron a jugar a patearla en el campo de juego, lejos de cualquier lugar peligroso.
Mientras jugaban, Juan se giró hacia sus amigos y dijo:
—Gracias por ayudarme cuando me caí. Aunque me dolió un poco, estoy bien porque sé que siempre puedo contar con ustedes.
Roco y Pedro sonrieron.
—Siempre estaremos aquí para ti, Juan —respondió Roco—. Somos amigos, y los amigos se cuidan unos a otros.
A partir de ese día, los tres amigos siguieron divirtiéndose en el recreo, pero siempre recordaban las reglas y jugaban con más cuidado. Aprendieron que, aunque la emoción del juego es importante, lo es más cuidarse entre ellos para que todos estén seguros y puedan seguir disfrutando de sus aventuras juntos.
FIN.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.