Amy y su Nuevo Hermanito

Había una vez una niña llamada Amy. Amy tenía el cabello castaño suave y unos ojos grandes llenos de curiosidad. Vivía en una casa acogedora con su mamá y su papá, quienes la querían mucho. Todos los días, Amy jugaba en su habitación con sus muñecas, sus bloques de colores y su peluche favorito, un conejito de orejas largas.

Un día, algo emocionante sucedió en la casa de Amy. Mamá y papá le dijeron que pronto llegaría un nuevo miembro a la familia: ¡un hermanito! Al principio, Amy no estaba muy segura de lo que eso significaba. Sabía que los bebés eran pequeños y necesitaban muchos cuidados, pero no sabía cómo cambiaría su vida con un hermanito.

—Amy, pronto tendrás un compañero de juegos —le dijo su mamá con una sonrisa—. Él será muy pequeño al principio, pero con el tiempo, podrán jugar juntos y compartir muchas aventuras.

Amy sonrió un poco, pero aún tenía muchas preguntas en su cabeza. Se preguntaba si su hermanito sería tan divertido como sus juguetes o si se reiría con las mismas canciones que a ella le gustaban. Mamá y papá la tranquilizaron, diciéndole que sería un cambio bonito, lleno de amor.

Pasaron los días y Amy ayudó a sus papás a preparar todo para la llegada del bebé. Juntos decoraron una nueva habitación para él, con una cuna suave y mantas coloridas. Amy eligió algunos de sus juguetes favoritos para colocarlos en la cuna, queriendo asegurarse de que su hermanito se sintiera feliz y bienvenido desde el primer día.

Finalmente, el día llegó. Mamá y papá fueron al hospital, y cuando volvieron a casa, traían en brazos a su nuevo bebé. Amy estaba muy emocionada, pero también un poco nerviosa. No sabía exactamente qué hacer, pero cuando vio a su hermanito dormido en los brazos de su mamá, algo en su corazón se llenó de ternura.

—Ven, Amy —dijo papá—. ¿Quieres conocer a tu hermanito?

Con cuidado, Amy se acercó y vio al bebé por primera vez. Era tan pequeño, con una carita redonda y suave, y sus manos eran tan diminutas que apenas podían sujetar un dedo de Amy.

—Es muy lindo —dijo Amy con una sonrisa, tocando suavemente la cabecita del bebé.

—Sí, y a partir de hoy, será parte de todas nuestras aventuras —dijo mamá, abrazando a Amy y al bebé con mucho cariño.

Los días que siguieron fueron muy especiales. Amy descubrió que ser una hermana mayor era una aventura en sí misma. Cada mañana, ayudaba a su mamá a cuidar del bebé. Le pasaba los pañales, traía la crema suave que usaban para su piel, y hasta le cantaba canciones cuando él empezaba a llorar.

—Shhh, hermanito —le susurraba Amy—. Yo estoy aquí contigo, no te preocupes.

Con el tiempo, Amy se dio cuenta de que aunque su hermanito era pequeño y no podía jugar todavía como ella, ya lo amaba mucho. Le gustaba sentarse junto a su cuna y contarle historias, tal como mamá y papá hacían con ella. A veces, el bebé la miraba con sus grandes ojos, y Amy estaba segura de que, aunque no podía hablar, él entendía lo que ella le decía.

Una tarde, mientras el sol brillaba suavemente a través de la ventana, Amy se dio cuenta de que su vida con su hermanito estaba llena de amor. Ya no se preguntaba si sería divertido o si se reiría con las mismas cosas que ella. Sabía que, con el tiempo, compartirían muchas risas y momentos especiales.

—Eres mi mejor amigo —le dijo Amy a su hermanito mientras él dormía.

Y así, la familia de Amy, con su nuevo hermanito, vivió momentos llenos de amor y felicidad. Cada día, Amy descubría algo nuevo sobre ser hermana mayor, y aunque había aprendido muchas cosas, sabía que lo más importante era el amor que los unía a todos.

Fin

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