Cuentos de Amor

Anaís, Diego y Denis en el Jardín de la Verdad

Lectura para 11 años

Tiempo de lectura: 2 minutos

Español

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Había una vez, en un pequeño pueblo rodeado de montañas y ríos, tres amigos inseparables: Anaís, Diego y Denis. Desde que eran pequeños, solían explorar los bosques y campos que rodeaban su hogar, compartiendo aventuras y descubriendo secretos ocultos en la naturaleza. Aunque cada uno tenía una personalidad diferente, su amistad era fuerte y siempre se apoyaban mutuamente.

Anaís era una niña soñadora, con una gran imaginación. Siempre veía la belleza en todo lo que la rodeaba y creía firmemente en la magia de la naturaleza. Diego, por otro lado, era práctico y tranquilo. Siempre pensaba antes de actuar y tenía una paciencia infinita. Denis, el más serio de los tres, era valiente y protector, siempre dispuesto a defender a sus amigos si surgía algún problema.

Un día, mientras exploraban un sendero poco transitado en el bosque, encontraron un arco hecho de ramas entrelazadas, cubierto de flores brillantes. Era un lugar que nunca habían visto antes. La curiosidad de Anaís se encendió al instante.

—¡Miren esto! —exclamó Anaís, señalando el arco—. ¿No les parece que esconde algo especial?

Diego y Denis se acercaron, también intrigados. Sentían que el lugar emanaba una energía diferente, como si los estuviera llamando.

—Deberíamos entrar —dijo Denis, siempre listo para una nueva aventura.

Sin dudarlo, cruzaron el arco y se encontraron en un jardín como ningún otro. Las flores eran de colores tan vivos que parecía imposible que existieran en la realidad. Un suave aroma dulce llenaba el aire, y en el centro del jardín había una fuente de la que brotaba un agua luminosa que reflejaba todos los colores del arcoíris.

—Este lugar es increíble —murmuró Diego, asombrado.

Mientras caminaban por el jardín, notaron que cada vez que tocaban una flor o una planta, algo extraño sucedía. Las flores parecían susurrar secretos, y los colores cambiaban según las emociones que sentían. Anaís, fascinada por lo que veía, se acercó a la fuente. Justo al borde del agua, había una inscripción grabada en la piedra.

—»Este es el Jardín de la Verdad» —leyó Anaís en voz alta—. «Aquí, las emociones y los verdaderos sentimientos se revelan. Solo los corazones sinceros pueden descubrir su propio destino.»

Denis, siempre desconfiado de lo desconocido, frunció el ceño.

—¿Qué crees que significa? —preguntó, mirando a Diego.

Diego, sin apartar la vista de la fuente, respondió:

—Creo que este jardín refleja lo que realmente sentimos en nuestro interior. Es un lugar mágico donde no podemos esconder nada.

Anaís, emocionada por la idea, decidió probarlo. Se acercó a una flor cercana y la tocó suavemente, cerrando los ojos y pensando en sus sentimientos. La flor cambió de color, pasando de un azul profundo a un rosa suave.

—¡Funciona! —exclamó—. Es como si la flor supiera lo que siento.

Denis, aún escéptico, también intentó. Pero cuando tocó una flor, esta se volvió de un color gris opaco. Denis se sintió incómodo, como si el jardín hubiera revelado algo que él no quería admitir.

—Este lugar… es extraño —dijo Denis, dando un paso atrás—. No estoy seguro de que me guste.

Anaís, preocupada por su amigo, se acercó a él.

—Denis, este jardín solo muestra lo que realmente sentimos. No hay nada de qué preocuparse. Aquí, podemos ser sinceros con nosotros mismos.

Denis miró a Anaís y luego a Diego, que lo observaban con preocupación. Finalmente, suspiró y admitió:

—A veces, siento que tengo que ser fuerte todo el tiempo, pero en realidad, también tengo miedo. No quiero que piensen que soy débil.

Anaís y Diego intercambiaron una mirada de comprensión. Sabían que Denis siempre había sido el más valiente, pero también sabían que incluso los más fuertes tienen momentos de vulnerabilidad.

—No tienes que ser fuerte todo el tiempo, Denis —dijo Diego con suavidad—. Somos tus amigos, y estamos aquí para apoyarte, sin importar lo que sientas.

Anaís asintió, y el jardín pareció responder a sus palabras. Las flores alrededor de Denis comenzaron a cambiar de color, pasando de gris a un cálido tono dorado. Denis sintió que un peso se levantaba de sus hombros, y una sonrisa sincera apareció en su rostro.

—Gracias, chicos —dijo, aliviado—. Este jardín… nos ha mostrado que podemos ser sinceros, y eso es lo que realmente importa.

Pasaron el resto de la tarde explorando el jardín, tocando las flores y descubriendo más sobre sus sentimientos. Aprendieron que el verdadero amor y amistad no se basan en ser perfectos o fuertes todo el tiempo, sino en aceptar y apoyar a los demás tal como son.

Cuando el sol comenzó a ponerse, supieron que era hora de regresar a casa. Salieron del Jardín de la Verdad con el corazón lleno de nuevas experiencias y una comprensión más profunda de sí mismos y de su amistad.

Desde ese día, Anaís, Diego y Denis continuaron siendo grandes amigos, pero su relación se fortaleció aún más. Sabían que siempre podían contar el uno con el otro, sin importar lo que pasara. Y, aunque nunca revelaron el secreto del jardín a nadie más, lo llevaban en sus corazones como un recordatorio de la importancia de la verdad y la sinceridad en cualquier relación.

Fin del cuento.

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Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.

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