Cuentos de Amor

Bajo el Sol del Viñedo

Lectura para 11 años

Tiempo de lectura: 5 minutos

Español

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Había una magia particular en los viñedos cuando el sol comenzaba a ponerse. Los tonos cálidos del cielo, que iban desde el naranja hasta el violeta, se reflejaban en las vides llenas de uvas que colgaban pesadas y brillantes. Era un lugar perfecto para el amor, y Pablo lo sabía.

Con 40 años, Pablo había vivido lo suficiente como para entender que el amor verdadero no siempre llegaba en el momento que uno esperaba, sino cuando menos se lo imaginaba. Y así fue como conoció a Eva. Eva, con sus ojos brillantes y su sonrisa cálida, había entrado en su vida como una brisa suave, transformando todo a su alrededor. Tenían la misma edad, ambos habían pasado por varias etapas en sus vidas, y al encontrarse, supieron que algo especial los unía.

Esa tarde en el viñedo, Pablo tenía un plan que había estado preparando durante meses. Había esperado el momento perfecto, el lugar adecuado, y sabía que hoy era el día. El viñedo era uno de sus lugares favoritos, un espacio donde ambos solían pasear, compartir risas y sueños. Ahora, estaba a punto de convertirse en el escenario de uno de los momentos más importantes de sus vidas.

Mientras caminaban entre las vides, su perra Kali corría alegremente a su alrededor, y sus gatos San y Fredja los seguían desde la distancia, como siempre hacían. Kali, una compañera fiel y juguetona, era parte de la pequeña familia que habían construido juntos. Los gatos, tranquilos y curiosos, observaban cada movimiento con su típico aire de independencia.

Pablo sintió que su corazón latía con fuerza mientras Eva hablaba sobre cómo el otoño traía un color especial a las uvas. Era el momento. Se detuvo, y sin que Eva lo notara, se arrodilló sobre una rodilla, sacando una pequeña caja de su bolsillo.

—Eva —dijo con voz suave, pero firme—, hay algo que quiero preguntarte.

Eva, sorprendida, se giró hacia él, y sus ojos se abrieron al ver a Pablo en esa posición, con una mirada amorosa y la pequeña caja en sus manos.

—¿Te casarías conmigo? —preguntó Pablo, abriendo la caja para revelar un anillo que brillaba tanto como el cielo al atardecer.

Eva, con el corazón acelerado y una gran sonrisa, se quedó sin palabras por un segundo. Su mente viajó a través de los momentos que habían compartido: los paseos por el viñedo, las tardes lluviosas acurrucados con sus mascotas, las risas, las complicidades, y también los desafíos que habían superado juntos.

—Sí, Pablo, por supuesto que sí —respondió finalmente, con lágrimas de felicidad en los ojos.

Pablo se levantó y la abrazó, sintiendo que en ese momento todo estaba en su lugar. Kali ladró emocionada a su alrededor, y los gatos, aunque más discretos, se acercaron como si también quisieran ser parte de ese instante mágico.

El día de su boda fue como un cuento de hadas. Eva, con su largo vestido blanco que brillaba como la nieve, caminaba por el pasillo de un castillo junto al mar, donde las olas susurraban suavemente como si el océano mismo quisiera bendecir su unión. Pablo la esperaba al final, vestido como un príncipe de los cuentos que Eva tanto leía cuando era niña. Era un castillo antiguo, pero lleno de vida, con jardines que olían a lavanda y rosas, y una vista al océano que parecía infinita.

Amigos y familiares estaban allí para celebrar ese momento tan especial. Sin embargo, lo más importante para Pablo y Eva era lo que sentían el uno por el otro. Al mirarse a los ojos, se reconocían no solo como pareja, sino como compañeros de vida, que habían superado los retos de la vida juntos y que estaban listos para enfrentar cualquier dragón que se les presentara, siempre unidos.

Porque, aunque su vida no siempre fue fácil, siempre estuvieron uno al lado del otro. Metafóricamente, habían luchado contra «dragones», esos problemas y desafíos que se presentan en el camino del amor. Ya fueran los problemas del trabajo, las complicaciones del día a día o las diferencias que a veces surgían entre ellos, Pablo y Eva siempre encontraban la manera de resolverlo juntos, con paciencia, respeto y mucho amor.

Kali, su fiel perra, había estado con ellos durante muchas de esas batallas. Siempre les brindaba consuelo cuando las cosas se ponían difíciles. Y, por supuesto, San y Fredja, los gatos, con su calma felina, también formaban parte de ese equipo. Siempre presentes, ofreciendo su silenciosa compañía, hacían que la casa fuera un hogar.

Después de la boda, Pablo y Eva decidieron emprender una aventura más. Querían viajar, explorar el mundo y descubrir juntos nuevos horizontes. Así que tomaron un avión y se dirigieron hacia Argentina, un país lleno de maravillas naturales. Allí, vivieron una experiencia inolvidable: vieron pingüinos caminar torpemente por las costas de la Patagonia, y desde un pequeño barco, observaron ballenas saltar majestuosas en el agua.

—Es como un sueño —dijo Eva mientras veía a una ballena surgir del agua con una elegancia que no parecía posible para un ser tan grande.

—Un sueño hecho realidad —respondió Pablo, abrazándola desde atrás mientras ambos observaban el espectáculo de la naturaleza.

Esos momentos de conexión con la naturaleza, junto con las aventuras que vivieron en cada rincón de Argentina, reforzaron su amor por la vida, por el mundo, y especialmente por su relación. Cada día aprendían algo nuevo el uno del otro, y cada nueva experiencia se sumaba a la larga lista de recuerdos que estaban construyendo juntos.

Cuando regresaron a casa, sintieron que su hogar necesitaba algo más. Así que, poco a poco, comenzaron a arreglar su casa con mucho amor y cariño. No lo hicieron todo de una vez, sino que, con paciencia, fueron agregando detalles que hacían de ese espacio su refugio. Pintaron las paredes de colores cálidos, colgaron fotos de sus viajes, y construyeron un jardín donde crecían flores que atraían a las abejas y mariposas.

Cada rincón de la casa contaba una historia, cada objeto tenía un significado especial. Era un lugar lleno de vida, de recuerdos, y sobre todo, de amor.

Aunque siempre estaban rodeados de buenos amigos y de su familia, el mejor momento del día para Pablo y Eva era cuando, al caer la noche, se metían en la cama. Allí, en la tranquilidad de su habitación, se miraban a los ojos y se recordaban lo mucho que se querían.

—Hoy fue un buen día —solía decir Pablo, tomando la mano de Eva.

—Sí, lo fue —respondía ella, sonriendo—. Pero lo mejor siempre es estar juntos al final del día.

Sabían que el matrimonio no era siempre fácil. Era un largo camino lleno de altibajos, de momentos de alegría y de desafíos. Pero también sabían que mientras estuvieran juntos, no había nada que no pudieran superar.

El tiempo pasó, y aunque la vida seguía presentando nuevos retos, Pablo y Eva siempre caminaban de la mano. Juntos, compartieron la vida con sus mascotas, sus amigos, sus sueños y sus momentos de reflexión. Cada viaje que emprendían, cada pequeño proyecto en casa, y cada mirada antes de dormir reforzaba lo que ya sabían desde el primer día: el amor verdadero no es solo una emoción, es una elección diaria de estar presentes el uno para el otro, pase lo que pase.

Y así, mientras las estaciones cambiaban y el mundo a su alrededor seguía girando, Pablo y Eva continuaron viviendo su cuento de hadas, no en un castillo encantado ni en un mundo perfecto, sino en la realidad de dos corazones que se eligieron para caminar juntos, enfrentando dragones, explorando nuevos horizontes, y, sobre todo, amándose profundamente cada día.

Fin.

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Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.

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