Cuentos de Amor

Bajo las Auroras

Lectura para 11 años

Tiempo de lectura: 5 minutos

Español

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Diego siempre había sido un chico al que le gustaban los desafíos. Desde pequeño, se había esforzado en todo lo que hacía, especialmente en el fútbol, su pasión. Sus amigos lo conocían por su dedicación en el campo y su energía inagotable, pero no era hasta que conoció a Fer que empezó a sentir un tipo de emoción completamente diferente, algo que lo sacaba de su zona de confort.

Todo comenzó una mañana de verano, cuando Diego la vio por primera vez. Fer no era como las demás chicas que había conocido. Había algo en su risa, en la forma en que sus ojos brillaban cuando hablaba con sus amigas, que capturó su atención de inmediato. Era nueva en la escuela, y aunque Diego no sabía mucho de ella, había algo en su presencia que lo hacía querer saber más.

Pasaron los días, y aunque Diego la veía a menudo, nunca encontraba el momento adecuado para acercarse. Su timidez, algo que rara vez mostraba en el campo de fútbol, aparecía cada vez que intentaba pensar en cómo hablarle. Pero poco a poco, fue encontrando pequeñas excusas para acercarse a ella. Comenzó preguntándole sobre cosas triviales, como tareas o clases, y pronto esas pequeñas interacciones se convirtieron en momentos más largos, donde ambos compartían risas y charlas.

—¿Te gusta el fútbol? —le preguntó Diego un día, con la esperanza de encontrar algo en común.

—No lo sé mucho, pero parece divertido —respondió Fer, con una sonrisa.

Ese fue el inicio de algo especial. Diego comenzó a invitarla a sus partidos, deseando impresionarla con sus habilidades en el campo. Cada vez que metía un gol, su primera mirada iba hacia las gradas, donde Fer lo observaba con una sonrisa tímida. Con el tiempo, ella comenzó a interesarse más en el deporte, no tanto por el fútbol en sí, sino por la forma en que Diego jugaba, con una pasión que la conmovía.

Después de varios partidos, Diego decidió dar el siguiente paso. La invitó a salir a comer después de uno de sus entrenamientos. Quería hacer algo especial, así que la llevó a un pequeño puesto de comida callejera que conocía, donde servían los mejores antojitos de la ciudad.

—¿Qué te parece? —le preguntó Diego mientras le ofrecía un plato de tacos.

—¡Son deliciosos! —dijo Fer, con una risa que hizo que el corazón de Diego latiera más rápido—. No sabía que fueras tan bueno eligiendo comida también.

Los días se convirtieron en semanas, y las semanas en meses. Cada vez se veían más, y Diego no podía evitar sentirse más cerca de ella con cada momento compartido. Fer lo acompañaba a los partidos, lo apoyaba en sus triunfos y lo animaba en sus derrotas. A su vez, Diego hacía todo lo posible por hacerla feliz, llevándola a lugares que sabía que disfrutaría, comprándole pequeños detalles que le recordaban a ella, y siempre buscando formas de hacerla reír.

Un día, después de un partido particularmente difícil, Diego se armó de valor. Había estado pensando en esto durante semanas, pero no encontraba el momento perfecto. Decidió que esa noche, bajo el cielo estrellado, sería el momento adecuado.

—Fer —dijo, mientras caminaban juntos hacia el parque—, hay algo que quiero decirte.

Ella lo miró, curiosa pero con una sonrisa. —Dime, Diego.

—Desde que te conocí, he sentido algo diferente. No sé cómo explicarlo, pero cada vez que estoy contigo, siento que todo es más… completo. No puedo imaginar mi vida sin ti, y quería preguntarte… ¿te gustaría ser mi novia?

Fer lo miró sorprendida por un momento, pero luego su rostro se iluminó con una sonrisa aún más amplia. —¡Claro que sí, Diego! Yo también siento lo mismo.

Fue un momento que Diego nunca olvidaría. El beso que compartieron bajo las estrellas fue el primero de muchos, pero ese siempre tendría un lugar especial en su memoria.

Sin embargo, no todo sería fácil. A medida que su relación florecía, también lo hacían las expectativas y las responsabilidades. Diego, con su dedicación al fútbol, a veces se encontraba atrapado entre su pasión por el deporte y su amor por Fer. Los malentendidos comenzaron a surgir. Pequeños desacuerdos, que al principio parecían insignificantes, comenzaron a crecer. Diego, en su intento de complacer tanto a Fer como a su equipo, a veces fallaba en ambos frentes.

—Diego, siento que a veces no me prestas atención —le dijo Fer un día, después de que él llegara tarde a una cita debido a un entrenamiento.

—Lo siento, Fer, de verdad, es que el fútbol es importante para mí, pero también lo eres tú —respondió Diego, sintiendo que estaba perdiendo el control de la situación.

Pero a pesar de sus intentos de equilibrar las cosas, los malentendidos continuaron. Hubo momentos en los que Diego se sentía como si estuviera fallando en todo: en el fútbol, en su relación, y consigo mismo. Las discusiones se volvieron más frecuentes, y aunque Diego intentaba solucionarlas, parecía que siempre había algo que lo arrastraba hacia el conflicto.

Finalmente, llegó el día en que las cosas colapsaron. Una discusión particularmente fuerte dejó a ambos heridos y confundidos. Fer decidió alejarse por un tiempo, y Diego, devastado, se dio cuenta de que había cometido errores que ahora tenía que enmendar.

Fue un período difícil para Diego. Sin Fer a su lado, se sentía perdido. Pero en lugar de rendirse, decidió que debía cambiar. Reconoció sus errores y comenzó a trabajar en sí mismo, no solo para ser un mejor novio, sino también para ser una mejor persona. Empezó a prestar más atención a las pequeñas cosas, a ser más considerado y a encontrar un mejor equilibrio entre sus pasiones y su relación.

El tiempo pasó, y Diego siguió adelante con determinación. Sabía que recuperar a Fer no sería fácil, pero estaba dispuesto a hacer lo que fuera necesario. Finalmente, después de meses de crecimiento personal, decidió que era el momento de buscarla.

Fer, por su parte, también había reflexionado sobre todo lo que había pasado. Sabía que ambos habían cometido errores, pero también sabía que aún lo amaba. Cuando Diego volvió a buscarla, lo recibió con una sonrisa.

—He cambiado, Fer —le dijo Diego, con los ojos llenos de sinceridad—. Sé que cometí errores, pero quiero hacerlo bien esta vez. Quiero que veas el esfuerzo que he puesto para mejorar, para nosotros.

Fer, emocionada, lo miró y asintió. —Yo también he pensado mucho, Diego. Creo que podemos intentarlo de nuevo.

Desde ese momento, su relación resurgió con más fuerza que antes. Diego no solo cumplió con su promesa de ser más atento, sino que también comenzó a planear cosas aún más grandes para sorprender a Fer. Sabía que ella siempre había soñado con viajar, y especialmente con ver las auroras boreales en Noruega.

Un año después, durante un frío invierno, Diego la llevó a Noruega. Bajo las luces verdes y violetas que danzaban en el cielo nocturno, Diego se arrodilló y le pidió matrimonio.

—Fer, te prometí que te llevaría a ver las auroras, pero ahora quiero prometerte algo más. Quiero pasar el resto de mi vida contigo. ¿Te casarías conmigo?

Fer, con lágrimas en los ojos, dijo que sí, y bajo las auroras boreales, sellaron su compromiso con otro beso, como el que habían compartido años atrás, pero esta vez con la promesa de un futuro juntos.

Días después, se casaron en una ceremonia íntima rodeados de amigos y familiares, y partieron de luna de miel a Suiza, donde disfrutaron de las praderas verdes, los lagos cristalinos y la paz que solo el campo podía ofrecer.

Con el tiempo, tuvieron dos hijos, y aunque la vida nunca fue perfecta, siempre encontraron la manera de superar los obstáculos juntos. Diego seguía jugando fútbol, pero esta vez, con Fer y sus hijos apoyándolo desde las gradas. Y aunque los malentendidos y desafíos seguían apareciendo de vez en cuando, ambos sabían que el amor que se tenían era lo suficientemente fuerte como para superar cualquier cosa.

Al final, Diego siempre supo que Fer era la persona con la que quería compartir su vida, y aunque el camino fue difícil, ambos aprendieron que el verdadero amor no se trata de ser perfectos, sino de crecer juntos, apoyarse mutuamente y, sobre todo, nunca dejar de intentarlo.

Fin.

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Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.

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