Cuentos de Amor

Cuando el Amor No Tiene Fecha de Caducidad Nuestro Círculo de Vida

Lectura para 11 años

Tiempo de lectura: 2 minutos

Español

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En un pequeño pueblo rodeado de montañas y ríos cristalinos, vivían dos amigos inseparables: Lorena y Edwing. Ellos eran como dos piezas de un rompecabezas que encajaban a la perfección. Desde pequeños, compartían risas, secretos y aventuras. La naturaleza que los rodeaba era su patio de juegos, donde cada día descubrían cosas nuevas. Mientras ellos corrían por los campos verdes, sus corazones palpitaban al unísono, sin que ellos lo supieran, ya que un sentimiento más grande estaba floreciendo en su interior, un sentimiento que iba más allá de la amistad.

Un día, mientras exploraban un bosque cercano, se encontraron con un extraño árbol muy antiguo que tenía un tronco grueso y torcido. Sus hojas eran de un color dorado y brillaban como si estuvieran iluminadas por el sol. «¿Ves eso, Edwing? ¡Es el árbol más bonito que he visto!» exclamó Lorena, maravillada por la belleza que los rodeaba. Edwing se acercó y la miró con una sonrisa. «Sí, es asombroso. Siento que tiene una magia especial, como si pudiera escuchar nuestros secretos», dijo mientras apoyaba su mano en la áspera corteza del árbol.

Mientras hablaban, un pequeño pájaro de plumaje colorido se posó en una de las ramas del árbol. «¡Mira, un pajarito!», gritó Lorena. Con su canto melodioso, la criatura comenzó a cantar una dulce canción que llenó el aire. Edwing, fascinado, se sentó junto a Lorena y comenzaron a hacer un nuevo juego: cada uno debía inventar una historia sobre lo que el pajarito podría estar pensando mientras cantaba.

Fue en ese momento que se dieron cuenta de lo mucho que disfrutaban estar juntos. Sin embargo, el clima cambió repentinamente. Nubes grises cubrieron el cielo y comenzaron a caer gotas de lluvia. Lorena y Edwing, con su espíritu aventurero, decidieron correr hacia un refugio, pero se separaron un momento. Mientras Lorena se apresuraba, vio algo inusual en el suelo: un brillante colgante en forma de corazón. Lo recogió y se lo mostró a Edwing, quien la miró sorprendido. «¿Crees que eso pertenece a alguien?» preguntó, intrigado. Lorena solo sacudió la cabeza. «No lo sé, pero me gustaría saber a quién le pertenece».

Decididos a encontrar al dueño del colgante, los dos amigos comenzaron a preguntar a los habitantes del pueblo. Mientras exploraban el lugar, conocieron a Rosa, una madrecita llena de historias. Ella les contó sobre un antiguo amor que había vivido en el pueblo hace muchos años. «Dicen que el amor verdadero nunca muere, solo se transforma», les dijo con una sonrisa en el rostro. Esta frase resonó en los corazones de Lorena y Edwing. ¿Podría haber algo más profundo entre ellos que una simple amistad?

Después de hablar con Rosa, un nuevo aire de emoción llenó el corazón de Lorena. A partir de ese día, su mirada hacia Edwing cambió sutilmente. Comenzaron a observar pequeños detalles que antes pasaban desapercibidos: la forma en que sus ojos brillaban al reír, la manera en que su voz se tornaba suave cuando hablaban de sus sueños. Sin embargo, ninguno de los dos se atrevería a confesar lo que sentía, porque temían que su hermosa amistad pudiera verse afectada por esos nuevos sentimientos.

Las semanas pasaron y el verano llegó al pueblo. Lorena y Edwing decidieron organizar una fiesta en el campo, invitando a sus amigos más cercanos. Mientras todos bailaban y se reían, los dos encontraron un momento a solas. «Siento que hay algo diferente entre nosotros», dijo Lorena, frunciendo suavemente el ceño. Edwing se sintió nervioso. «Yo también lo siento, pero… ¿y si estropeamos nuestra amistad?», respondió, sin poder ocultar su inquietud.

En ese instante, el pequeño pájaro que habían visto en el árbol apareció nuevamente, posándose cerca de ellos. Cantó una melodía que resonó en su interior y, como si no pudieran resistir más, ambos se miraron a los ojos. «¿Sabes? Tal vez el amor no debería ser algo que temamos», musitó Lorena. «Quizás debería ser parte de nuestro círculo de vida», añadió Edwing, sonriendo. Y en ese mágico momento, se acercaron un poco más, sus corazones latiendo con la misma frecuencia. Se dieron la mano, y un simple gesto se transformó en un abrazo tierno, sellando lo que sentían por dentro.

La felicidad los invadió de inmediato, y decidieron hablar abiertamente sobre lo que sentían. Mientras compartían sus sueños y emociones, entendieron que el amor puede coexistir con la amistad, que puede crecer sin miedo a arruinar lo que construyeron juntos. Desde aquel día, su relación se volvió aún más fuerte. Aprendieron que el amor se nutre en la confianza y en la comunicación.

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Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.

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