Cuentos de Amor

El Amor de Hardy y Andrea

Lectura para 11 años

Tiempo de lectura: 5 minutos

Español

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Todo comenzó el día en que conocí a Andrea. Era una mañana fría de diciembre, y la oficina estaba más ajetreada de lo normal debido a la temporada navideña. Yo, Hardy, llevaba varios años trabajando en la empresa, y aunque mi trabajo me gustaba, a veces sentía que me faltaba algo. Sin embargo, ese día algo cambió.

Andrea llegó con una sonrisa radiante, presentándose como la nueva integrante del equipo de marketing. Desde el primer momento en que la vi, sentí mariposas en el estómago. Era una sensación que no había experimentado antes, una mezcla de nerviosismo y emoción que me hizo saber que algo especial estaba por suceder.

Los primeros días en la oficina fueron de adaptación para Andrea, y yo aproveché cualquier oportunidad para conversar con ella. Descubrí que era una persona increíblemente amable y que compartíamos muchos intereses, desde la música hasta la pasión por los viajes. Poco a poco, nos fuimos haciendo más cercanos, y cada conversación hacía que mi corazón latiera un poco más rápido.

Un día, mientras tomábamos un café en la sala de descanso, me armé de valor y la invité a salir. Para mi sorpresa y alegría, aceptó con una sonrisa que iluminó su rostro. Nuestra primera cita fue mágica. Fuimos a un pequeño café en el centro de Santiago, donde hablamos durante horas. Descubrí que Andrea era aún más fascinante de lo que había imaginado. Era una persona llena de sueños y ambiciones, y su entusiasmo por la vida era contagioso.

Después de esa primera cita, comenzamos a salir con más frecuencia. Visitamos varios lugares bonitos en Santiago, desde parques hasta museos, y cada salida fortalecía nuestro vínculo. Andrea y yo compartíamos una conexión especial que crecía con cada día que pasaba. Dos semanas después de nuestra primera cita, decidimos hacernos pololos. Era un paso importante, y ambos estábamos emocionados por lo que el futuro nos deparaba.

Nuestro amor nos llevó a explorar muchos lugares juntos, especialmente en el sur de Chile, una región que ambos amábamos por su belleza natural. Visitamos el Parque Nacional Torres del Paine, donde hicimos largas caminatas y admiramos los majestuosos picos montañosos. Recuerdo una noche en particular, mientras acampábamos bajo las estrellas, donde hablamos sobre nuestros sueños y planes para el futuro. Fue en ese momento que supe que Andrea era la persona con la que quería pasar el resto de mi vida.

Cada viaje era una nueva aventura. Fuimos a Chiloé, donde nos maravillamos con las coloridas casas sobre pilotes y disfrutamos de la deliciosa comida local. También exploramos los lagos y volcanes de la Región de Los Lagos, donde vivimos experiencias inolvidables, como navegar en kayak y relajarnos en termas naturales. Cada uno de estos momentos estaba lleno de amor y risas, y cada vez me sentía más afortunado de tener a Andrea a mi lado.

Con el paso de los meses, nuestras experiencias juntos nos hicieron crecer tanto individualmente como en pareja. Andrea me enseñó a ver el mundo con una perspectiva más optimista y a apreciar las pequeñas cosas de la vida. Yo, por mi parte, traté de ser el mejor compañero posible, apoyándola en sus proyectos y sueños.

Llevábamos ya casi un año de relación cuando decidí que era el momento de dar el siguiente gran paso. El día 9 de junio del 2024 sería el día en que le pediría a Andrea que se casara conmigo. Estaba nervioso, pero también muy emocionado. Quería que ese momento fuera perfecto, así que planeé todo cuidadosamente.

Elegí un hermoso parque en Santiago, donde solíamos pasear y hablar sobre nuestras vidas. Era un lugar especial para ambos, y sabía que sería el escenario perfecto para hacer la gran pregunta. Preparé un pícnic con sus comidas favoritas y llevé una botella de vino para celebrar.

Cuando llegó el día, nos dirigimos al parque como de costumbre. Andrea no sospechaba nada, lo cual hacía todo aún más emocionante. Mientras caminábamos, recordamos nuestros momentos juntos, riendo y disfrutando de la compañía mutua. Al llegar al lugar elegido, extendí la manta y comenzamos nuestro pícnic.

Después de un rato, tomé la caja con el anillo que había estado escondiendo en mi bolsillo. Miré a Andrea a los ojos, tomé su mano y le dije cuánto significaba para mí. Le hablé de todos los momentos increíbles que habíamos compartido y de cómo no podía imaginar mi vida sin ella. Luego, me arrodillé y, con el corazón latiendo con fuerza, le pregunté si quería ser mi esposa.

Andrea se quedó en silencio por un momento, con los ojos llenos de lágrimas de felicidad. Luego, con una sonrisa radiante, respondió:

—Sí, Hardy, quiero pasar el resto de mi vida contigo.

Nos abrazamos y reímos, y yo le puse el anillo en su dedo. Era un momento de pura felicidad, uno que nunca olvidaría. Celebramos con nuestro pícnic, brindando por nuestro futuro juntos y soñando con todas las aventuras que aún nos esperaban.

La noticia de nuestro compromiso fue recibida con alegría por nuestras familias y amigos. Todos estaban felices por nosotros y ansiosos por la boda. Decidimos que queríamos una ceremonia sencilla pero hermosa, rodeados de las personas que más nos importaban.

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Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.

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