Había una vez, en un pequeño y pintoresco pueblo, una niña llamada Melany Hernández. Melany tenía solo cuatro años, pero su corazón estaba lleno de amor y curiosidad por el mundo que la rodeaba. Con su cabello rubio y sus ojos brillantes, Melany era una niña muy especial. Su papá, Jorge, tenía 32 años y su mamá, Sandra, tenía 40 años. Los tres formaban una familia muy unida y feliz.
A Melany le encantaba pasar tiempo con sus papás. Disfrutaban haciendo muchas actividades juntos. A menudo, Jorge y Sandra llevaban a Melany a pasear por el parque cercano, donde podían disfrutar del aire fresco y la belleza de la naturaleza. Melany siempre se emocionaba al ver las montañas a lo lejos y decía que le gustaban mucho. «¡Mira, papá, mamá! ¡Las montañas son tan grandes y hermosas!» exclamaba con entusiasmo.
Un día, mientras paseaban por el parque, Melany vio algo curioso. «Papá, mamá, ¿qué es eso?» preguntó señalando un pequeño arbusto con flores de colores brillantes. Jorge se agachó junto a ella y le explicó: «Es un arbusto de flores, Melany. Se llama bugambilia y sus flores son muy bonitas, ¿verdad?» Melany asintió con una gran sonrisa en su rostro.
A Melany le gustaba mucho hacer preguntas y aprender cosas nuevas. Sus papás siempre estaban felices de responderle y explicarle todo lo que quisieran saber. Una tarde, mientras cenaban juntos en la cocina, Melany preguntó: «Mamá, ¿por qué el cielo es azul?» Sandra, con una sonrisa, respondió: «El cielo es azul porque la luz del sol se dispersa en la atmósfera y eso hace que veamos el color azul. Es algo muy especial, ¿verdad?» Melany se quedó pensativa por un momento y luego asintió con entusiasmo.
Además de su amor por aprender, Melany también era una niña muy ordenada. Le gustaba mantener sus juguetes y su habitación en perfecto estado. Cada mañana, después de despertarse, Melany se aseguraba de que su cama estuviera bien hecha y que sus muñecas estuvieran en su lugar. «No me gusta el desorden,» decía Melany con determinación.
A pesar de ser tan pequeña, Melany tenía una gran pasión por las ensaladas. Le gustaba comer diferentes tipos de ensaladas, especialmente las que preparaba su mamá. Sandra siempre se aseguraba de incluir una variedad de vegetales frescos y coloridos. «Mamá, tu ensalada es la mejor,» decía Melany mientras comía con gusto. Y, por supuesto, no podía faltar su amor por los helados. Cada vez que salían a pasear, Melany pedía un helado de chocolate. «¡Es mi favorito!» exclamaba con una gran sonrisa.
Un día, Melany, Jorge y Sandra decidieron hacer un picnic en las montañas. Empacaron una canasta con comida deliciosa, incluyendo varias ensaladas y helados. Cuando llegaron al lugar perfecto, extendieron una manta sobre el césped y se sentaron a disfrutar del día soleado. Melany corría de un lado a otro, recogiendo flores y jugando con las mariposas que revoloteaban a su alrededor. «¡Este es el mejor día de todos!» gritó Melany, sintiéndose muy feliz.
Durante el picnic, Melany se acercó a su papá y le dijo: «Papá, quiero aprender a volar una cometa. ¿Me enseñas?» Jorge sonrió y sacó una cometa de la canasta. Juntos, comenzaron a armar la cometa y, una vez lista, Jorge le mostró a Melany cómo sostenerla y correr para hacerla volar. Melany siguió las instrucciones de su papá y pronto la cometa estaba volando alto en el cielo. «¡Mira, mamá! ¡La cometa está volando!» exclamó Melany con alegría. Sandra aplaudió y les tomó una foto para recordar ese momento especial.
A medida que el sol comenzaba a ponerse, la familia recogió sus cosas y se preparó para regresar a casa. Melany, agotada pero feliz, se quedó dormida en los brazos de su papá durante el camino de regreso. Jorge y Sandra la miraban con amor y gratitud, sabiendo que tenían una hija maravillosa que llenaba sus vidas de alegría.
Cuentos cortos que te pueden gustar
Valentina y el Camino hacia el Sonido de la Felicidad
El Amor en Tiempos Modernos: La Historia de Daniel Humberto y María Paula
Un Amor Infinito en el Pequeño Pueblo
Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.