Yesica y Zael eran una pareja joven que había decidido dar un paso importante en sus vidas: mudarse juntos. Después de varios meses de salir, habían sentido que su amor era lo suficientemente fuerte como para construir un hogar. Al principio, todo parecía un sueño. Las risas resonaban en su nuevo apartamento, los días estaban llenos de promesas y planes. Yesica decoraba cada rincón con cuidado, mientras Zael la ayudaba a colocar los muebles, creando un espacio donde ambos pudieran sentirse felices.
Sin embargo, con el tiempo, el ambiente que una vez fue cálido y acogedor comenzó a enfriarse. Zael empezó a mostrar un lado diferente. Al principio fueron pequeños arrebatos de ira, pero luego se volvieron más frecuentes. Yesica no quería creer que el hombre que amaba pudiera ser capaz de lastimarla. Su amor por Zael le hizo pensar que podría cambiar, que tal vez solo estaba pasando por un mal momento.
María, la madre de Yesica, siempre había sido una figura de apoyo en su vida. Cuando se enteró de que su hija estaba viviendo con Zael, se preocupó. Sabía que el amor no siempre era suficiente y que a veces las relaciones podían volverse complicadas. María visitaba a menudo a Yesica y observaba cómo su hija se iba apagando poco a poco.
—Hija, me preocupa lo que veo. ¿Estás segura de que estás bien? —preguntaba María con su voz suave pero firme.
Yesica sonreía, intentando ocultar sus inquietudes.
—Todo está bien, mamá. Zael solo tiene días difíciles. Estoy segura de que todo mejorará.
María suspiraba, sin convencerse del todo. Sabía que a veces, las cosas podían ser más oscuras de lo que parecían. Sin embargo, Yesica no quería que su madre se preocupara y prefería mantener las apariencias.
Los días se convirtieron en semanas, y las tensiones entre Yesica y Zael aumentaban. Zael la criticaba por cosas triviales, y aunque Yesica intentaba complacerlo, las críticas solo se volvían más hirientes. La joven empezó a sentirse atrapada, como si su luz se estuviera apagando lentamente. A pesar de todo, su amor por Zael la mantenía en la relación, convencida de que todo era parte de un ciclo que eventualmente se rompería.
Un día, Zael llegó a casa más alterado de lo habitual. Al parecer, había tenido un mal día en el trabajo. La pequeña cocina se llenó de un aire tenso mientras Yesica intentaba preparar la cena. Sin embargo, cuando un plato se rompió accidentalmente, Zael estalló en furia.
—¡Eres una torpe! No puedes hacer nada bien —gritó, con una voz llena de rabia.
Yesica se quedó paralizada. El dolor en su pecho se intensificó, pero en lugar de gritar, optó por hacer lo que siempre hacía: intentar calmarlo.
—Lo siento, Zael. Solo fue un accidente.
Pero Zael no la escuchó. Con un movimiento brusco, la empujó. Yesica cayó al suelo, y su mundo se desmoronó en un instante. La realidad de su situación la golpeó como un rayo. Allí estaba, la persona que amaba, lastimándola, y en ese momento, su amor se tornó en miedo.
Los días siguientes fueron un torbellino de emociones. Yesica trató de actuar como si nada hubiera pasado, pero las heridas, tanto visibles como invisibles, eran profundas. La relación se volvió cada vez más tóxica. Zael, aunque algunas veces parecía arrepentido, volvía a caer en la misma dinámica. Yesica se sintió atrapada en un ciclo del que no podía escapar.
Un día, después de una discusión particularmente intensa, Yesica se encerró en el baño, sollozando en silencio. Fue entonces cuando María llegó, preocupada por su hija. Golpeó la puerta suavemente.
—Yesica, cariño, ¿estás bien?
La voz de su madre la sacó de su desesperación. Abrió la puerta y se lanzó a los brazos de María.
—Mamá, no sé qué hacer —dijo entre sollozos.
María la abrazó con fuerza, reconociendo el sufrimiento en la voz de su hija.
—Debes hablarme, hija. Necesitas ayuda. No estás sola en esto.
Yesica se sintió aliviada por el apoyo de su madre, pero la confusión seguía llenando su mente. ¿Por qué no podía simplemente dejarlo? ¿Por qué el amor podía doler tanto?
Con el tiempo, un día llegó a un punto de quiebre. Zael, en un arranque de ira, la golpeó nuevamente, dejándola herida y asustada. María, al ver las marcas y moretones en el rostro de su hija, no pudo contener más las lágrimas.
—Yesica, tienes que ir al hospital —dijo María, su voz temblando de angustia.
Yesica, aunque llena de miedo, asintió. Su madre la llevó rápidamente al hospital, donde los médicos la atendieron y le ofrecieron ayuda. Allí, en la sala de espera, su mirada se cruzó con la de una antigua amiga: Diana.
—¿Yesica? —preguntó Diana, sorprendida al verla.
Yesica, aún aturdida, sonrió débilmente.
—Hola, Diana. No esperaba verte aquí.
Diana se acercó rápidamente, notando la tristeza en los ojos de su amiga.
—¿Qué pasó? —preguntó, preocupada.
Yesica, sintiendo que había encontrado un rincón seguro, comenzó a contarle todo. Había pasado mucho tiempo desde que se habían visto, pero el vínculo entre ellas aún existía. Diana, al escuchar la historia de Yesica, sintió una profunda empatía.
—Yo también pasé por algo similar —dijo Diana con suavidad—. Entiendo tu dolor. Pero tienes que saber que mereces ser feliz. No puedes permitir que alguien te haga daño.
Yesica sintió que las palabras de Diana resonaban en su interior. Comenzó a darse cuenta de que no estaba sola. Tenía a su madre y ahora a su amiga, que la apoyaban incondicionalmente.
—No sé cómo salir de esto —confesó Yesica, su voz apenas un susurro.
Diana la miró a los ojos, con firmeza.
—Podemos encontrar una solución juntas. Primero, tienes que hablar con tu madre y buscar ayuda profesional. Hay recursos que pueden apoyarte.
Yesica se sintió aliviada al escuchar eso. Finalmente, entendía que no estaba atrapada; había un camino hacia la libertad.
Después de su tiempo en el hospital, Yesica regresó a casa con su madre. Juntas comenzaron a buscar ayuda. Yesica se unió a un grupo de apoyo donde conoció a otras personas que habían vivido situaciones similares. Cada reunión la hacía sentirse más fuerte y más consciente de su valor. Aprendió a reconocer las señales de una relación tóxica y a establecer límites saludables.
Diana se convirtió en su amiga más cercana y una fuente de apoyo constante. Juntas salían a caminar, compartían risas y también lágrimas, creando un espacio seguro donde Yesica podía abrirse sin miedo a ser juzgada. Su relación se fortaleció con cada encuentro.
Con el tiempo, Yesica comenzó a enfocarse en su bienestar. Estudió, hizo ejercicio y dedicó tiempo a sus pasiones. A medida que su confianza crecía, también lo hacía su amor propio. Ya no permitía que Zael la controlara.
Finalmente, llegó el día en que Yesica sintió que estaba lista para enfrentar a Zael. Ya no tenía miedo de él, porque había encontrado la fuerza dentro de sí misma. Se dio cuenta de que el amor verdadero no debería doler y que nadie debería vivir con miedo.
Cuando se encontraron, Zael intentó acercarse a ella, como si todo hubiera sido un malentendido.
—¿Por qué te has alejado de mí? —preguntó Zael, con un tono de desafío.
Yesica lo miró con seguridad.
—Porque me he dado cuenta de que merezco algo mejor. No voy a permitir que me lastimes más.
Zael, atónito, se quedó en silencio. No estaba acostumbrado a que Yesica le hablara de esa manera.
—Tienes que dejarme en paz, Zael. No quiero volver a verte.
Con esas palabras, Yesica se dio la vuelta y se alejó. El corazón le latía con fuerza, pero esta vez era una mezcla de alivio y liberación. Había tomado una decisión que cambiaría su vida.
El tiempo pasó, y Yesica continuó creciendo. Con el apoyo de María y Diana, se dio cuenta de que la vida estaba llena de oportunidades. Se inscribió en un curso de diseño gráfico, algo que siempre había querido hacer, y comenzó a construir un futuro en el que podía ser feliz.
María estaba orgullosa de su hija y se convirtió en su mayor fan. Siempre la animaba a seguir adelante y a perseguir sus sueños. Diana, por su parte, estaba allí en cada paso, recordándole que siempre tenía una amiga a su lado.
Con el tiempo, Yesica encontró el amor nuevamente, pero esta vez de una manera diferente. Conoció a Javier, un chico que se había mudado a su ciudad y se había inscrito en el mismo curso de diseño gráfico. Desde el primer día de clase, algo en su forma de ser la cautivó. Javier era amable, divertido y, sobre todo, respetuoso. A diferencia de Zael, nunca intentó controlar a Yesica; en cambio, la animaba a expresar sus ideas y a ser ella misma.
En una de las primeras clases, el profesor les pidió que trabajaran en parejas en un proyecto. Yesica y Javier se encontraron juntos, y desde ese momento, todo fluyó con naturalidad. Se pasaban horas hablando de arte, sueños y ambiciones. Javier compartía su amor por el diseño de videojuegos, y Yesica no podía evitar sentirse inspirada por su pasión. A medida que pasaban más tiempo juntos, la amistad se transformó lentamente en algo más profundo.
Un día, mientras trabajaban en el parque, Yesica se dio cuenta de que no solo se sentía cómoda con Javier, sino que también comenzaba a sentir mariposas en el estómago cada vez que lo veía. Él siempre la hacía reír, y su forma de mirarla la hacía sentir valorada. En una de esas tardes soleadas, mientras discutían sobre sus proyectos, Javier se detuvo y miró a Yesica con seriedad.
—¿Sabes? Me gusta pasar tiempo contigo. —dijo con una sonrisa tímida—. Eres increíblemente talentosa y… me haces sentir bien.
Yesica sintió su corazón latir con fuerza. Era un momento decisivo, y en su interior, sabía que merecía este tipo de amor. Con una mezcla de nervios y alegría, decidió abrirse.
—A mí también me gusta estar contigo, Javier. —respondió Yesica, sintiendo que había dejado atrás el peso de su pasado—. He aprendido mucho sobre mí misma en los últimos meses. Ahora sé que merezco un amor que no me lastime.
Javier la miró, sus ojos brillando con comprensión.
—No tengo ninguna intención de hacerte daño, Yesica. Solo quiero que seas feliz.
Esa conversación marcó un nuevo capítulo en la vida de Yesica. A medida que su relación con Javier se fortalecía, se sintió más segura y confiada en sí misma. Compartían risas, aventuras y sueños, y poco a poco, las cicatrices de su pasado comenzaron a sanar.
Yesica y Javier disfrutaban de tardes en cafés, paseos por el parque y noches de cine. Él la animaba a participar en exposiciones de arte, y Yesica comenzó a mostrar su trabajo. La gente empezaba a notar su talento y, aunque era aterrador, también era emocionante. Javier siempre estaba a su lado, apoyándola en cada paso.
Una noche, después de una exposición exitosa, Yesica y Javier se sentaron en un banco del parque, mirando las estrellas. La brisa suave acariciaba sus rostros, y la luna iluminaba la noche.
—¿Qué es lo que más sueñas hacer? —preguntó Javier, rompiendo el silencio.
Yesica pensó por un momento, sintiendo la emoción en su pecho.
—Siempre he querido crear un videojuego que cuente historias sobre el amor y la superación. Un juego que muestre que, aunque la vida sea difícil, siempre hay esperanza y nuevos comienzos.
Javier sonrió, sus ojos llenos de admiración.
—Eso suena increíble. Tienes la pasión y la creatividad para hacerlo. Me encantaría ayudarte en eso.
Yesica sintió que la confianza crecía en su interior. Había encontrado no solo a un compañero, sino también a un cómplice en sus sueños. Con él, podía ser auténtica, sin miedo a ser lastimada.
A medida que pasaron los meses, la relación se profundizó. Yesica se dio cuenta de que el amor no solo se trataba de momentos románticos, sino de apoyo mutuo, respeto y comprensión. Javier siempre estaba ahí, incluso en los días difíciles. Ella aprendió a abrirse y a compartir sus pensamientos, y él la escuchaba con atención, creando un espacio seguro entre ellos.
Sin embargo, un día, mientras estaban en casa de Yesica, escucharon un golpe en la puerta. Era María, que llegó con una expresión preocupada. Al ver a su hija con Javier, sonrió, pero su mirada también reveló una pregunta.
—¿Estás bien, Yesica? —preguntó María, intentando captar cualquier cambio en su hija.
—Sí, mamá. Estoy muy bien —respondió Yesica, tomando la mano de Javier.
María, al ver la conexión entre ellos, sintió un alivio en su corazón. Había visto a su hija sufrir y ahora, verla feliz, era un regalo invaluable.
—Quiero que sepas que estoy aquí para apoyarte en todo —dijo María con sinceridad—. Si alguna vez necesitas hablar, puedes contar conmigo.
Yesica asintió, sintiendo el amor y la calidez de su madre.
—Lo sé, mamá. Gracias. He estado trabajando en mí misma y, por fin, me siento en paz.
Esa noche, mientras Yesica y Javier se sentaban juntos en el sofá, disfrutando de una película, ella se sintió agradecida por todo lo que había vivido. Había enfrentado el dolor, había aprendido de él y ahora estaba en un lugar donde podía ser feliz.
Javier se volvió hacia ella y, con una expresión seria, le dijo:
—Eres increíble, Yesica. Estoy muy orgulloso de ti.
Yesica sonrió, y en ese momento, supo que había encontrado el amor verdadero. Era un amor que sanaba, que celebraba sus logros y que siempre la apoyaría, sin importar las circunstancias.
Con el tiempo, Yesica y Javier comenzaron a trabajar en su videojuego. Se sentaban juntos durante horas, compartiendo ideas y creando personajes que representaban la resiliencia y la esperanza. A medida que el proyecto avanzaba, también lo hacía su relación.
Ambos entendieron que el amor se construye día a día, y que la comunicación y el apoyo son fundamentales. Con cada risa y cada desafío, se acercaban más el uno al otro, creando un lazo indestructible.
Finalmente, después de meses de trabajo arduo, lanzaron su videojuego. La respuesta fue abrumadora; la gente se sintió conmovida por la historia que habían creado juntos. Yesica sintió una inmensa satisfacción al ver que su sueño se hacía realidad. A través de su pasión, había encontrado no solo su propósito, sino también una nueva forma de amar.
Con el tiempo, Yesica dejó atrás su pasado y abrazó su futuro. La relación con Javier le enseñó que el amor no tiene que ser doloroso; puede ser un refugio, un hogar donde florecer. Juntos, Yesica y Javier aprendieron a vivir con amor, gratitud y esperanza.
Así, rodeada de amor y apoyo, Yesica supo que su historia no había terminado, sino que apenas comenzaba. Con el coraje y la fuerza que había adquirido, estaba lista para enfrentar cualquier desafío, sabiendo que siempre tendría a su lado a quienes realmente la amaban.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.