Había una vez una niña muy especial llamada Sofía. Sofía tenía dos años y medio y era una niña muy curiosa y valiente. Tenía rizos castaños y unos ojos grandes y brillantes que reflejaban toda la alegría y las ganas de descubrir el mundo que la rodeaba. Vivía en una casa pequeña pero muy acogedora con sus padres, quienes la amaban muchísimo.
Sofía tenía muchas aventuras cada día, pero había algo que aún no había aprendido a hacer sola: ir al baño. Todavía usaba pañales y, aunque eran cómodos, sabía que había llegado el momento de aprender a usar el orinal como los niños grandes. Sus padres le habían comprado un orinal azul con dibujitos de estrellas y planetas, y Sofía estaba muy emocionada por empezar a usarlo.
Una mañana, Sofía se despertó y decidió que ese día sería el gran día. “Hoy dejaré los pañales”, pensó con determinación. Se levantó de la cama y fue corriendo a buscar a su mamá. «Mami, hoy quiero aprender a usar el orinal», dijo Sofía con una gran sonrisa.
Su mamá la abrazó y le dijo: “¡Qué bien, Sofía! Estoy muy orgullosa de ti. Vamos a intentarlo juntas”. Entonces, Sofía y su mamá fueron al baño, donde el orinal azul esperaba a Sofía.
El baño de Sofía era un lugar muy alegre. Había azulejos de colores brillantes y una estantería llena de sus libros favoritos. Sofía se sentó en su orinal mientras su mamá le leía un cuento. Al principio, Sofía se sentía un poco extraña, pero poco a poco se fue acostumbrando.
Cada vez que Sofía lograba usar el orinal, sus padres la felicitaban y hacían una pequeña celebración. Sofía se sentía muy feliz y orgullosa. “¡Mira, mami, lo hice!”, decía con entusiasmo. Y su mamá siempre respondía: “¡Muy bien, Sofía! Eres una niña grande”.
Un día, mientras jugaba con su osito de peluche favorito, Sofía sintió la necesidad de ir al baño. Dejó su juguete a un lado y corrió hacia el orinal. Su papá, que estaba cerca, la vio y sonrió. “¿Necesitas ayuda, Sofía?”, le preguntó. Pero Sofía, con mucha seguridad, respondió: “No, papi. Yo puedo sola”.
Sofía se sentó en el orinal y, después de unos momentos, logró hacerlo. Estaba tan contenta que empezó a aplaudir y su papá se unió a la celebración. Desde ese día, Sofía empezó a sentirse más segura y cada vez necesitaba menos ayuda de sus padres.
Los días pasaron y Sofía siguió practicando. Hubo algunos accidentes en el camino, pero eso no la desanimó. Sus padres siempre le decían que estaba bien y que aprender a usar el baño era un proceso. “Lo importante es que lo estás intentando, Sofía. Estamos muy orgullosos de ti”, le decían.
Una tarde, mientras jugaba en el parque, Sofía sintió la necesidad de ir al baño. Le dijo a su mamá y juntas fueron a los baños del parque. Era la primera vez que Sofía usaba un baño fuera de casa, y aunque estaba un poco nerviosa, su mamá la animó. “Tú puedes, Sofía. Eres muy valiente”.
Sofía se sentó en el inodoro del parque y, para su sorpresa, lo hizo sin problemas. Cuando terminó, salió del baño con una gran sonrisa y su mamá la abrazó fuerte. “¡Lo hiciste, Sofía! Estoy muy orgullosa de ti”, le dijo.
Desde ese momento, Sofía se sintió como una verdadera niña grande. Ya no necesitaba pañales y podía ir al baño sola, incluso cuando estaban fuera de casa. Sus padres estaban muy contentos y siempre le recordaban lo valiente y decidida que era.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.