Enzo era un niño pequeño, el hijo más chico de su familia, y tenía dos cosas que le encantaban más que nada en el mundo: jugar al fútbol y comer chupetines. Cada mañana, cuando se despertaba, lo primero en lo que pensaba era en el balón de fútbol que estaba guardado en su habitación, esperando a que Enzo viniera a jugar con él. Y cuando el sol ya comenzaba a esconderse, a Enzo le gustaba sentarse en el sillón con un chupetín dulce en la mano, disfrutando del sabor de su caramelo favorito.
Enzo vivía en una casita acogedora junto a sus papás y su hermanita, Sofía. Aunque era el más pequeño, a Enzo le gustaba mucho correr, saltar y patear la pelota, igual que los niños más grandes del parque. Su papá, que siempre tenía una sonrisa amable, le había comprado un balón muy bonito con colores brillantes, y Enzo estaba muy orgulloso de él. Cada vez que salía al jardín, Enzo sentía que el balón y él eran mejores amigos, porque juntos podían hacer muchos goles imaginarios y jugar a ser campeones del mundo.
Pero lo que hacía que los días de Enzo fueran aún más especiales era cuando mamá le daba un chupetín después de jugar. A Enzo le encantaba el dulce sabor que le dejaban en la boca esos chupetines de colores. Tenía muchos en una cajita en la cocina: rojos, verdes, azules, amarillos. Cada uno tenía un sabor diferente, y Enzo siempre elegía uno cuidando mucho de no romper el palo para poder disfrutarlo por más tiempo. A veces, mientras chupaba su chupetín favorito, en su carita se dibujaba una sonrisa tan grande que parecía que su felicidad iluminaba toda la casa.
Un día, mientras estaba en el parque jugando al fútbol, Enzo encontró a un pajarito pequeño que parecía estar perdido. El pajarito era de colores muy vivos y cantaba una canción suave y alegre. Enzo se acercó despacito para no asustarlo y le ofreció un poco de chupetín para que probara. El pajarito picoteó suavemente la golosina y luego hizo un trino muy alegre. Enzo se sintió feliz de poder compartir algo que tanto le gustaba con su nuevo amigo. “No te preocupes, pajarito, yo te cuidaré,” le dijo Enzo con una voz dulce, mientras le acariciaba suavemente la cabeza.
Desde ese día, el pajarito volaba junto a Enzo cada vez que salía al jardín a jugar al fútbol. A veces, el pajarito le cantaba canciones mientras Enzo pateaba la pelota con mucho cuidado para no golpearlo. Otros días, cuando Enzo se sentaba en el banco del parque a descansar, chupaba su chupetín y compartía un poco de dulce con su amigo emplumado. La amistad entre Enzo y el pajarito era tan especial como la que Enzo tenía con su balón o sus chupetines.
Una tarde calurosa, cuando el sol estaba muy fuerte, Enzo decidió inventar un juego nuevo. Quería combinar su amor por el fútbol con su gusto por los chupetines. Así que buscó un frasco grande y puso todos sus chupetines dentro, usando el frasco como un “arco” especial para marcar goles. Luego, con el balón, trató de patear y hacer que la pelota pasara por ese arco colorido sin tumbar el frasco. Fue muy divertido, y aunque no siempre lograba hacer un gol, Enzo se reía sin parar. El pajarito lo miraba desde una rama cercana, cantando feliz junto a él.
Mientras jugaban, la hermana mayor de Enzo, Sofía, se acercó para ver qué hacía su hermanito. A Sofía le gustaba mucho ver a Enzo feliz, y cuando vio el frasco con los chupetines, decidió contarle que ella también había tenido una vez un balón y que le encantaba jugar con él cuando era pequeña. Enzo escuchó con atención la historia de Sofía y pensó que compartir sus juegos era muy bonito, porque así podían jugar juntos y ser amigos como él y su pajarito.
Esa noche, al llegar a casa, Enzo le contó a mamá todo lo que había hecho y cómo había inventado el juego del fútbol con los chupetines y el frasco. Mamá lo abrazó fuerte y le dijo que estaba muy orgullosa de su pequeño goleador, porque no solo era bueno jugando, sino que también tenía un corazón lleno de amor para cuidar a sus amigos, como el pajarito y su familia. Enzo se sintió muy feliz con las palabras de mamá, y esa noche, mientras se dormía, soñó con campos verdes, goles y un cielo lleno de chupetines de colores que bailaban con su amigo el pajarito.
Días después, Enzo invitó a otros niños del barrio a jugar con él en el parque. Les mostró su juego del frasco arco y sus chupetines mágicos. Al principio, algunos niños no entendían por qué Enzo usaba chupetines para jugar al fútbol, pero cuando lo probaron, se divirtieron mucho y todos juntos rieron y jugaron hasta que el sol comenzó a esconderse. Enzo se dio cuenta de que compartir sus cosas y su alegría hacía que los juegos fueran más divertidos y que el amor y la amistad podían crecer cuando alguien es generoso y cariñoso con los demás.
Enzo se sentía agradecido por tener un balón para jugar, chupetines para endulzar sus días y amigos para compartir su cariño y su alegría. Aprendió que el amor es como un gol en el corazón: cuando das un poquito, recibes mucho más de vuelta. Por eso, cada vez que chupaba un chupetín o metía un gol en el arco del parque, Enzo lo hacía pensando en todos los amigos que había hecho y en el amor que sentía por ellos.
Finalmente, Enzo entendió que la verdadera belleza no estaba solo en ganar partidos o comer dulces, sino en la felicidad que se comparte con quienes amamos. Y así, con un balón en los pies y un chupetín en la mano, Enzo siguió siendo el pequeño goleador que llenaba su mundo de sonrisas y dulzura, porque en su corazón siempre había mucho amor para dar y recibir.
Y colorín colorado, este cuento de Enzo, el pequeño goleador y su debilidad por los chupetines, ha terminado. Enzo nos enseñó que con amor y alegría podemos hacer de cualquier juego o día algo muy especial para nosotros y nuestros amigos. ¡Y así, todos somos campeones!
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.