Cuentos de Amor

El Renacer de Eli

Lectura para 11 años

Tiempo de lectura: 5 minutos

Español

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Era el 13 de noviembre de 2020, un día que Eli había esperado con ansias durante dos años. Había pasado demasiado tiempo en prisión, y la emoción de su inminente liberación lo llenaba de nervios y expectativas. Sin embargo, el día comenzó con contratiempos. La burocracia parecía haber decidido jugarle una mala pasada, y cada paso que daba se convertía en un obstáculo.

Las horas se alargaron y Eli se encontraba atrapado en una sala fría, donde el tiempo parecía detenerse. A pesar de los malos augurios, mantuvo la esperanza de que, al final, todo saldría bien. Cuando finalmente el reloj marcó las cinco de la tarde, recibió la noticia que tanto había esperado: lo llamarían a su liberación.

La puerta de la prisión se abrió con un chirrido, y Eli salió a la calle, cegado por la luz del sol. Respiró hondo, dejando que el aire fresco llenara sus pulmones. Era libre. La sensación era extraña, como si estuviera soñando. Caminó unos pasos, sintiendo el suelo bajo sus pies, y se dio cuenta de que había pasado mucho tiempo desde que pudo disfrutar de la simpleza de estar afuera.

Se dirigió a la casa de su abuela, el lugar donde había pasado gran parte de su infancia. A medida que se acercaba, los recuerdos de sus días de juegos y risas llenaron su mente. La casa tenía un jardín lleno de flores que su abuela cuidaba con esmero. Pero al entrar, fue recibido por un mar de rostros conocidos. Abrazos, besos, palabras de aliento… Pero Eli sentía una extraña sensación de desapego. Se sentó en un rincón, observando a su familia celebrar. Las risas, los brindis, el aroma de la comida… Todo le resultaba familiar y ajeno al mismo tiempo.

Recordó las fiestas de cumpleaños de su abuela cuando era niño, corriendo por el jardín, jugando con sus primos. Ahora, se sentía como un extraño en su propia familia. ¿Habría cambiado tanto él, o era el mundo el que lo había dejado atrás?

Mientras observaba a su abuela soplar las velas de su pastel, Eli sintió una punzada de nostalgia. La mesa estaba adornada con deliciosos platillos y un enorme pastel de chocolate que había preparado su abuela. Pero a pesar de la celebración, Eli no podía dejar de sentirse distante.

—Eli, ven aquí y corta el pastel —dijo Mérida, su abuela, con una sonrisa cálida.

Él se acercó, con una sonrisa tímida. Mientras cortaba el pastel, notó a Leirys, una amiga de la infancia, observándolo desde el otro lado de la habitación. Tenía el cabello largo y castaño, y siempre había sido una de las personas que más lo apoyó. Cuando sus ojos se encontraron, Leirys sonrió y le hizo un gesto para que se acercara.

—Hola, Eli —dijo ella, acercándose—. Me alegra verte de nuevo.

—Hola, Leirys —respondió él, sintiendo una mezcla de felicidad y ansiedad. No sabía cómo se sentía al volver a estar con ella.

—Te hemos extrañado. Todos han estado muy preocupados por ti —dijo, con sinceridad en sus ojos.

—Lo sé. Gracias por venir —murmuró Eli, recordando todos los momentos en los que ella había estado a su lado, incluso cuando las cosas eran difíciles.

La conversación continuó y Eli se sintió un poco más cómodo. Mientras tanto, Gaby, la pequeña prima de Eli, se acercó corriendo. Tenía una gran sonrisa en su rostro.

—¡Eli, Eli! —gritó emocionada—. ¡Te he hecho un dibujo! ¡Mira!

Gaby le mostró un dibujo de una gran familia, en el que Eli estaba dibujado con una capa de superhéroe. Eli sonrió, sintiendo un calor en su corazón.

—Es hermoso, Gaby. Gracias —le dijo, sintiendo que la alegría de la niña lo envolvía.

Mientras la celebración continuaba, Eli se unió a sus primos y amigos. Las risas comenzaron a resonar nuevamente, pero, en el fondo, sentía que había algo que debía resolver. La sensación de distancia seguía allí, como un hilo invisible que lo mantenía alejado de aquellos que amaba.

Esa noche, cuando todos se fueron y la casa quedó en calma, Eli se sentó en la sala, reflexionando sobre su vida. El peso del pasado era algo con lo que tendría que lidiar. Pensó en lo que había perdido, en lo que había aprendido y en lo que deseaba para el futuro. Deseaba ser un mejor hijo, un mejor amigo y un mejor ser humano.

De repente, escuchó un ruido en el jardín. Se levantó y salió a investigar. Allí, bajo la luz de la luna, encontró a Leirys mirando las estrellas.

—¿No puedes dormir? —preguntó Eli, acercándose.

—No, estaba pensando en todo lo que ha pasado. Es un poco extraño, ¿verdad? —dijo Leirys, con una mezcla de preocupación y cariño en su voz.

Eli asintió.

—Me siento como un extraño en mi propia vida. Es como si todo hubiera cambiado mientras yo estaba… ausente —confesó.

Leirys se giró hacia él, sus ojos brillaban con empatía.

—Eli, no estás solo. Todos estamos aquí para ti. Sabemos que has pasado por momentos difíciles, pero eso no define quién eres. La vida es un camino lleno de segundas oportunidades.

Eli sonrió débilmente. Sus palabras eran un bálsamo para su alma. En ese momento, se dio cuenta de que había cosas que aún podían reconstruirse.

—Gracias, Leirys. A veces, solo necesito recordar que tengo un lugar en este mundo —dijo, sintiendo el calor de su apoyo.

Después de un rato hablando sobre sus sueños y esperanzas, Eli sintió una conexión renovada con ella. A medida que la conversación se deslizaba hacia risas y recuerdos compartidos, comprendió que las raíces de su amistad eran más fuertes que cualquier tormenta que hubiera enfrentado.

Los días pasaron y la vida comenzó a retomar su curso. Eli se esforzó por adaptarse, y poco a poco, la distancia que sentía se fue desvaneciendo. Regresó a la escuela, donde se reconectó con sus amigos y comenzó a involucrarse en actividades. Se unió al equipo de fútbol, algo que siempre le había apasionado, y se sintió más vivo que nunca.

Una tarde, mientras entrenaban, Eli notó que su forma de jugar había cambiado. Era más decidido, más fuerte. Cada vez que corría tras el balón, recordaba la sensación de ser libre. Su confianza creció y pronto se convirtió en uno de los mejores jugadores del equipo.

A medida que las semanas se convertían en meses, Eli se dio cuenta de que su pasado no era un peso, sino un impulso para avanzar. Quería demostrarle a su familia, a sus amigos y a sí mismo que había aprendido de sus errores.

Una noche, mientras estaba en casa, tuvo una conversación profunda con su madre sobre lo que había vivido.

—Mamá, sé que he cometido errores y que he hecho cosas de las que no estoy orgulloso —dijo Eli, con sinceridad—. Pero quiero ser mejor. Quiero hacer de este hogar un lugar donde todos podamos sentirnos felices.

Su madre lo miró con amor y comprensión.

—Siempre serás parte de nuestra familia, Eli. Lo importante es que ahora estás aquí y quieres construir un futuro. Estamos orgullosos de ti —respondió, abrazándolo con fuerza.

Esa noche, Eli se fue a la cama sintiéndose en paz. Sabía que todavía tenía un camino por recorrer, pero ya no lo hacía solo. Tenía el apoyo de su familia y amigos, y eso le daba fuerzas.

Pasaron varios meses, y la relación entre Eli y Leirys se fortaleció aún más. Comenzaron a salir juntos, no solo como amigos, sino como algo más. Leirys le había mostrado el verdadero significado del amor y el apoyo incondicional. Se convertían en un equipo, compartiendo sueños y planeando un futuro juntos.

Un día, mientras caminaban por el parque, Eli se detuvo y le dijo:

—Leirys, quiero agradecerte por todo lo que has hecho por mí. Has sido un faro de luz en mi vida, y no sé qué haría sin ti.

Leirys sonrió, sus ojos brillaban con felicidad.

—Eli, solo he estado aquí para apoyarte porque sé lo que eres capaz de lograr. Siempre estaré a tu lado.

El tiempo pasó, y Eli continuó trabajando en sí mismo. Se convirtió en un defensor de los jóvenes en riesgo, compartiendo su historia y ayudando a otros a encontrar su camino. A través de su amor por el fútbol y su deseo de hacer el bien, encontró su propósito.

Una tarde, mientras organizaba un evento de recaudación de fondos para jóvenes en su comunidad, Eli miró a su alrededor y vio a todas las personas que había tocado. Se dio cuenta de que había transformado su dolor en poder, su historia en esperanza.

La vida tenía sus altibajos, pero Eli sabía que tenía a su familia y a Leirys a su lado. Aprendió que el amor puede sanar las heridas más profundas y que siempre hay una oportunidad para comenzar de nuevo.

Y así, con el corazón lleno de gratitud y amor, Eli miró hacia el futuro, sabiendo que estaba listo para enfrentar cualquier desafío que se le presentara.

Fin.

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Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.

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