En un pequeño pueblo rodeado de colinas verdes y un río que corría silencioso, vivía una niña llamada Giselle. Giselle era una chica especial, no solo porque tenía un corazón tan grande como el cielo, sino porque sus ojos, ligeramente almendrados, siempre parecían estar sonriendo. Tenía una manera única de ver el mundo, llena de curiosidad y ternura, y eso la hacía destacar entre los demás.
Un día, mientras caminaba por el parque que había cerca de su casa, Giselle se encontró con un niño llamado Mariano. Mariano era un chico un poco tímido, que solía sentarse solo en un banco bajo un árbol grande. Le gustaba observar a los pájaros y dibujar en su cuaderno. Ese día, sin embargo, algo fue diferente. Cuando Giselle pasó por allí, sus ojos se cruzaron por un breve instante, y Mariano sintió algo extraño en su interior, como si una chispa se hubiera encendido.
Giselle, al notar que Mariano la miraba, le sonrió cálidamente. «Hola», dijo con su voz suave. Mariano, sorprendido por su amabilidad, respondió tímidamente: «Hola».
Durante los días siguientes, Giselle y Mariano empezaron a encontrarse con más frecuencia en el parque. Al principio, solo se saludaban y seguían con sus actividades, pero poco a poco comenzaron a hablar más. Giselle le contaba historias sobre las cosas que veía en sus paseos, mientras Mariano le mostraba los dibujos que hacía de los animales y las plantas del parque.
A medida que pasaban el tiempo juntos, Mariano no podía evitar sentirse cada vez más atraído por los ojos de Giselle. Eran unos ojos que siempre parecían estar llenos de luz, incluso en los días más nublados. Esa luz lo hacía sentir en paz, como si todo estuviera bien en el mundo cuando ella estaba cerca.
Un día, mientras estaban sentados en su banco habitual, Mariano decidió reunir el valor para decirle lo que sentía. «Giselle», comenzó, con el corazón latiendo rápido, «hay algo que quiero decirte».
Giselle lo miró con esos ojos brillantes, esperando pacientemente a que Mariano encontrara las palabras. «Tus ojos», continuó él, «tienen algo especial. Cada vez que te miro, me siento feliz, como si todo fuera posible. No sé cómo explicarlo, pero… creo que me estoy enamorando de ti».
Giselle se sonrojó ligeramente y sonrió con ternura. «Mariano», dijo suavemente, «yo también siento algo especial cuando estoy contigo. Me gusta cómo ves el mundo, cómo lo dibujas, cómo encuentras belleza en las cosas simples. Creo que nos entendemos de una manera única».
A partir de ese día, la amistad entre Giselle y Mariano se transformó en algo más profundo. No solo compartían sus pensamientos y sueños, sino también sus corazones. Descubrieron que el amor no era solo una palabra bonita, sino algo que se construía cada día con pequeños gestos, como una sonrisa, una mirada, o un momento compartido en silencio.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.