Era un día soleado en el Instituto Secundario San Gabriel, y el ambiente estaba lleno de alegría y emoción. Los estudiantes estaban ocupados preparándose para el gran aniversario de la escuela, un evento que celebraba los años de enseñanza y amistad que habían compartido. Gustavo, un chico de 18 años, se encontraba en la cafetería con sus amigos, discutiendo los planes para la fiesta.
“¿Sabías que este año las actividades van a ser más emocionantes que nunca?”, dijo uno de sus amigos. “Va a haber juegos, música y hasta un concurso de talentos”. Gustavo asintió, sintiendo que la anticipación llenaba el aire. Sin embargo, había algo más que le emocionaba. En su corazón, había una chispa especial cada vez que pensaba en Liz, una chica de 19 años que estudiaba en la misma preparatoria pero en un aula diferente.
Liz era una chica carismática, siempre llena de energía y buenas vibras. Su risa era contagiosa y tenía una forma de hacer que todos se sintieran bienvenidos. Aunque Gustavo la había visto en los pasillos, nunca habían tenido la oportunidad de hablar realmente. Pero en su mente, cada vez que veía su sonrisa, se preguntaba qué pasaría si tuvieran la oportunidad de conocerse mejor.
Cuando llegó el día del aniversario, el colegio estaba decorado con globos de colores, banderines y luces brillantes. La música sonaba alegremente y el aroma de la comida deliciosa llenaba el aire. Todos estaban emocionados, y Gustavo no era la excepción. Mientras recorría el patio, buscaba con la mirada a Liz.
Finalmente, la vio en una esquina, riendo con un grupo de amigas. Su corazón dio un vuelco y decidió que era el momento perfecto para acercarse. Sin embargo, justo cuando se estaba acercando, la maestra anunció que cada grupo de estudiantes sería asignado a diferentes actividades. “¡Esto es genial!”, pensó Gustavo. “Tal vez Liz y yo estemos en el mismo grupo”.
La maestra comenzó a dividir a los estudiantes en grupos, y Gustavo sintió cómo la tensión aumentaba. Cuando escuchó su nombre, se dio cuenta de que había sido asignado al mismo grupo que Liz. Su corazón saltó de felicidad. “¡No puedo creerlo!”, murmuró para sí mismo.
Al poco tiempo, se reunieron los miembros de su grupo. Liz sonrió al ver a Gustavo y dijo: “¡Qué bien que estamos en el mismo grupo!”. Gustavo sonrió de vuelta, sintiéndose más seguro. “Sí, esto va a ser divertido”, respondió, tratando de ocultar su nerviosismo.
La primera actividad fue un juego de preguntas y respuestas. Gustavo se sintió un poco nervioso, pero Liz lo animó. “Vamos, es solo un juego. ¡Diviértete!”, le dijo. Y así lo hizo. Mientras jugaban, Gustavo se dio cuenta de que se estaba riendo más de lo que había esperado. Liz tenía una manera de hacer que todo se sintiera ligero y divertido.
Después de ganar varias rondas, el grupo se sentó a descansar. “¡Este día es increíble!”, dijo Gustavo, sintiéndose más relajado. Liz asintió, con una gran sonrisa en su rostro. “Lo es, y hemos trabajado muy bien juntos. Estoy feliz de estar en este grupo”.
Más tarde, se dirigieron a la siguiente actividad, un concurso de talentos. Gustavo se sintió un poco ansioso, ya que no era un gran artista. Pero Liz lo miró y le dijo: “¡Vamos, Gustavo! Tal vez tengas un talento oculto que no conoces”. Al escuchar eso, se sintió un poco más motivado. “Tal vez pueda hacer algo”, pensó.
Cuando llegó el momento del concurso, muchos estudiantes se presentaron y mostraron sus habilidades. Había cantantes, bailarines y hasta un chico que hacía trucos de magia. Cada presentación era recibida con aplausos y risas. Finalmente, era el turno de su grupo. Liz decidió cantar una canción que todos conocían. “Voy a hacer que todos canten conmigo”, dijo con confianza.
Mientras Liz cantaba, Gustavo se sintió inspirado. Cuando terminó, la multitud estalló en aplausos. “¡Eres increíble!”, le dijo Gustavo, emocionado. “Gracias, pero lo mejor fue cuando todos se unieron a cantar”, respondió Liz. Gustavo sintió que estaba empezando a conocerse mejor, y la conexión entre ellos crecía.
Finalmente, llegó el momento de la última actividad: una búsqueda del tesoro en el colegio. “¡Esto será divertido!”, gritó Liz, mientras se preparaban para comenzar. El grupo se dividió en equipos, y Gustavo y Liz quedaron juntos. “¡Vamos a encontrar todos los tesoros!”, dijo Gustavo, sintiendo que la adrenalina comenzaba a fluir.
Mientras buscaban pistas, se dieron cuenta de que se estaban divirtiendo muchísimo. Buscaron en cada rincón del colegio y encontraron todo tipo de cosas divertidas: una pelota, un libro viejo y hasta un sombrero divertido que se pusieron ambos. “¡Mira este sombrero! ¡Soy el rey de la búsqueda del tesoro!”, bromeó Gustavo, mientras se lo colocaba en la cabeza. Liz se rió a carcajadas. “¡Te queda muy bien, rey!”.
Después de varias risas y momentos divertidos, finalmente encontraron el último tesoro escondido en un rincón del jardín: una caja llena de dulces y golosinas. “¡Lo logramos!”, gritaron al unísono, llenos de emoción. Compartieron los dulces con sus amigos, disfrutando de la victoria.
Mientras el sol comenzaba a ponerse, iluminando el cielo con colores cálidos, Liz se volvió hacia Gustavo. “Hoy ha sido uno de los mejores días de mi vida. Me alegro de haberte conocido mejor”, dijo con una sonrisa. Gustavo sintió que su corazón latía más rápido. “Sí, yo también. Nunca pensé que el aniversario de la escuela podría ser tan divertido”.
Antes de que se despidieran, Gustavo reunió el valor y dijo: “¿Te gustaría salir algún día? Podríamos hacer algo divertido, como ir al cine o a una cafetería”. Liz se sonrojó un poco y sonrió ampliamente. “¡Me encantaría!”, respondió, sintiendo mariposas en su estómago.
Con una promesa de verse pronto, se despidieron. Mientras caminaba a casa, Gustavo no podía dejar de sonreír. Su corazón estaba lleno de alegría y esperanza. Había encontrado no solo una gran amiga, sino también la posibilidad de algo más. El día en que se conocieron mejor se había convertido en una chispa que encendió algo especial entre ellos.
Los días siguientes fueron emocionantes para Gustavo y Liz. Se intercambiaron mensajes y se contaban anécdotas de su día a día. El próximo fin de semana, se encontraron en una cafetería y pasaron horas hablando y riendo. Se dieron cuenta de que compartían muchas cosas en común, y su amistad se transformó en un dulce romance.
Con cada encuentro, Gustavo se dio cuenta de que Liz no solo era divertida y talentosa, sino que también era increíblemente comprensiva. Se apoyaban mutuamente en los estudios, se animaban en las actividades extracurriculares y compartían momentos de alegría. Cada vez que estaban juntos, el tiempo parecía volar, y siempre había una razón para reír.
Un día, mientras estaban en el parque, Gustavo decidió ser valiente. “Liz, tengo que decirte algo”, comenzó, sintiendo un ligero nerviosismo. Liz lo miró curiosa. “¿Qué pasa, Gustavo?”. Él tomó un respiro profundo y continuó: “Me gustas mucho. Eres una persona maravillosa y me encanta pasar tiempo contigo”.
Liz sonrió y se sonrojó un poco. “¡Yo también siento lo mismo!”, confesó. El corazón de Gustavo se llenó de alegría. En ese momento, ambos supieron que su amistad había florecido en algo hermoso.
Con el paso del tiempo, su relación se hizo más fuerte. Celebraron pequeñas victorias, compartieron sueños y disfrutaron de la compañía del otro. Se apoyaron en los momentos difíciles y se animaron en sus logros.
Al final del año escolar, Gustavo y Liz asistieron juntos a la ceremonia de graduación, donde se despidieron de sus amigos y celebraron sus logros. La noche estaba llena de música y risas, y mientras miraban a sus compañeros disfrutar, se dieron cuenta de que el viaje que habían comenzado había sido mucho más especial de lo que jamás habrían imaginado.
El amor entre ellos no solo se había forjado a través de risas, aventuras y dulces, sino que también había crecido con cada desafío superado. Al mirar el horizonte, Gustavo tomó la mano de Liz. “Este es solo el comienzo de nuestra historia”, dijo con una sonrisa. Liz apretó su mano y respondió: “Sí, juntos podemos hacer cualquier cosa”.
Y así, comenzaron su nueva aventura, sabiendo que, con amor y amistad, todo era posible.
Con el paso de los días, Gustavo y Liz comenzaron a explorar más de su ciudad juntos. Decidieron que querían conocer cada rincón y disfrutar de cada momento. Un sábado por la mañana, Liz propuso visitar el mercado local. “¡Hay tantas cosas interesantes para ver y probar!”, exclamó emocionada.
Gustavo asintió, y ambos se pusieron en marcha. Cuando llegaron al mercado, el bullicio de las voces y los colores vibrantes los envolvieron. “¡Mira todas esas frutas! ¡Parecen tan frescas!”, dijo Liz, acercándose a un puesto lleno de frutas brillantes. Decidieron comprar algunas fresas y mangos para un picnic en el parque.
Mientras caminaban por el mercado, encontraron un puesto de artesanías donde vendían pulseras hechas a mano. “¡Deberíamos conseguir una cada uno para recordar este día!”, sugirió Gustavo. Liz sonrió y aceptó la idea. Se pusieron a elegir sus pulseras, y Liz eligió una de colores brillantes, mientras que Gustavo optó por una en tonos azules que le recordaba el cielo.
Después de hacer sus compras, se dirigieron al parque. Encontraron un hermoso lugar bajo un gran árbol donde se sentaron a disfrutar de sus frutas. “Esto es perfecto”, dijo Liz mientras mordía un jugoso mango. “Sí, la mejor compañía, buena comida y un hermoso día”, respondió Gustavo, sintiendo que cada momento se volvía más especial.
Mientras comían, comenzaron a hablar de sus sueños y aspiraciones. Liz le contó a Gustavo que siempre había querido ser escritora. “Quiero escribir historias que inspiren a otros”, dijo con entusiasmo. Gustavo la miró con admiración. “Eso es genial, Liz. Estoy seguro de que tus historias serán increíbles”.
A medida que el sol comenzaba a ponerse, el cielo se llenó de tonos anaranjados y rosados. Gustavo tomó la mano de Liz, y en ese momento, ambos supieron que su conexión era más fuerte que nunca. El amor que habían cultivado en sus corazones seguía creciendo, y cada día juntos era un nuevo capítulo en su historia.
Cuando finalmente regresaron a casa, sintieron que su aventura apenas comenzaba. Ambos estaban emocionados por lo que les depararía el futuro. La preparatoria había sido solo el inicio de un viaje lleno de amor, risas y sueños compartidos.
Así, Gustavo y Liz se embarcaron en una nueva etapa de su vida, donde la amistad y el amor se entrelazaban, creando una historia que apenas empezaba a desarrollarse. Y, con cada día que pasaba, estaban ansiosos por escribir nuevos capítulos llenos de aventuras, desafíos y momentos inolvidables que contarían por siempre.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.