Era una vez en un pequeño pueblo lleno de flores y árboles, donde el sol siempre brillaba y la risa de los niños resonaba por las calles, una chica de doce años llamada Lucía. Lucía era una niña muy curiosa, con grandes sueños y una sonrisa que iluminaba su rostro. Le encantaba explorar las maravillas de la naturaleza y hacer nuevos amigos. Pero había algo que la inquietaba: sentía que en su vida le faltaba un sentido más profundo, una chispa de amor que la llenara por completo.
Un día, mientras paseaba por el bosque cercano a su casa, Lucía encontró un rincón especial. Era un claro rodeado de árboles altos y flores de colores vibrantes. Allí, se sentó en una piedra suave y cerró los ojos, dejando que el aire fresco acariciara su rostro. En ese momento de calma, sintió una presencia diferente, algo divino que la rodeaba. Era como si el mismo Dios estuviera allí con ella.
—Hola, Lucía —dijo una voz suave y cálida, como el murmullo del viento entre las hojas.
Lucía abrió los ojos, sorprendida. Allí, frente a ella, estaba Jesús, con una sonrisa que irradiaba amor y paz. Era una figura hermosa, con luz que emanaba de su ser. Lucía sintió una mezcla de asombro y alegría.
—¿Quién eres? —preguntó, su voz temblando un poco por la emoción.
—Soy Jesús, y he venido a hablar contigo porque he visto lo especial que eres y lo que llevas en tu corazón —respondió Él.
Lucía parpadeó, tratando de captar la profundidad de sus palabras. Siempre había escuchado historias sobre Jesús y su amor por las personas, pero nunca había imaginado que lo vería en persona.
—Me siento sola a veces —confesó Lucía—. Aunque tengo amigos, siento que falta algo en mi vida. Quiero entender el amor verdadero.
Jesús sonrió con ternura.
—El amor verdadero no solo se encuentra en los demás, sino también dentro de uno mismo y en la conexión con lo divino. Déjame mostrarte algo.
Con un suave gesto de su mano, las flores del claro comenzaron a bailar al ritmo del viento, creando una hermosa danza de colores. Lucía miró maravillada, sintiendo que cada pétalo estaba lleno de vida y amor. En ese instante, comprendió que el amor también estaba presente en la naturaleza, en cada pequeño detalle de la vida.
—Pero Jesús —dijo Lucía—, ¿cómo puedo encontrar ese amor en mí misma?
—La clave para encontrar el amor verdadero es la fe —respondió Él—. La fe en ti misma, en tus sueños, y en el amor que te rodea. Nunca olvides que eres única y especial.
En ese momento, una luz brillante llenó el claro, y de entre los árboles apareció un cuarto personaje: un pequeño ángel llamado Gabriel. Gabriel tenía alas suaves y brillantes, y su risa sonaba como el sonido de campanas.
—Lucía —dijo Gabriel—, yo también estoy aquí para ayudarte a comprender el amor divino. Juntos, podemos hacer un viaje hacia el interior de tu corazón.
Lucía, emocionada, asintió y sostuvo la mano de Jesús mientras Gabriel flotaba a su lado. En un abrir y cerrar de ojos, se encontraron en un lugar mágico, lleno de estrellas y luces danzantes. Era un vasto espacio donde todo parecía posible.
—Este es el lugar donde toda la belleza del amor se revela —explicó Gabriel—. Aquí puedes ver cómo el amor se entrelaza en el universo.
Las estrellas comenzaron a tomar forma y a contar historias de amor: aquí estaba el amor entre padres e hijos, el amor entre amigos, y el amor por la naturaleza y la vida. Lucía observó entusiasmada, sintiendo que cada historia resonaba en su interior.
—El amor se manifiesta de muchas maneras —dijo Jesús—. A veces, es el gesto amable de un desconocido, otras veces, puede ser un sacrificio por el bien de los demás. Y siempre empieza en tu corazón.
Lucía sintió una calidez en su pecho, como si cada estrella la estuviera abrazando. Comprendió que el amor no era solo un sentimiento, sino una acción, un compromiso de cuidar y valorar a los demás.
Cuando el espectáculo de luces se desvaneció, se encontraron nuevamente en el claro del bosque. Lucía miró a Jesús y a Gabriel, su rostro iluminado por la comprensión.
—Todo lo que tengo que hacer es abrir mi corazón —dijo Lucía—. Pero, ¿qué pasa si no siempre puedo ser fuerte o amorosa?
—Ese es el desafío de ser humano —dijo Jesús—. Todos enfrentan momentos de duda y tristeza. Pero recuerda que siempre puedes volver a conectarte con ese amor divino. La fe es tu luz en los momentos oscuros.
Con un suave movimiento, Jesús hizo que un rayo de luz iluminara el claro. Era brillante y cálido, y Lucía sintió que todo miedo y tristeza se desvanecían. Esa luz era su fe, y la sentiría siempre que lo necesitara.
—¿Y si quiero compartir este amor con otros? —preguntó Lucía, su mirada llena de determinación.
—Esa es una de las cosas más hermosas que puedes hacer —respondió Gabriel—. El amor se multiplica cuando lo compartes. Cada acto de bondad, por pequeño que sea, crea una onda en el universo.
Lucía sonrió, imaginando cómo sería su vida si compartía más amor con quienes la rodeaban. Hizo una promesa en su corazón de ser más amable, no solo con sus amigos, sino también con desconocidos, y de cuidar la naturaleza que tanto amaba.
Pero entonces recordó algo.
—A veces, siento que puedo hacer más pero me detengo por miedo a fallar. ¿Cómo supero ese miedo?
Jesús se inclinó un poco hacia ella y le dijo con compasión:
—El miedo es una parte natural de la vida, Lucía. Pero cada vez que lo enfrentas con amor y valentía, le quitas poder. Nunca estés sola. Siempre que sientas miedo, recuerda que puedes hablarme, y que siempre estaré aquí para apoyarte.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.