Un día, al abrir los ojos, algo se sintió diferente. No era la típica mañana en la que simplemente se estiraba, bostezaba y miraba por la ventana. No, esta vez, había algo pesado sobre su espalda. Al principio, pensé que solo era la sensación de haberse quedado dormido en una posición incómoda, pero cuando traté de moverme, algo extraño ocurrió.
Sentí como si algo se extendiera detrás de mí, algo que no estaba allí la noche anterior. Me levanté de la cama rápidamente y, para mi sorpresa, al girar la cabeza, vi dos enormes alas. No eran como las de un pájaro común; eran brillantes, de un blanco luminoso, con plumas suaves que parecían resplandecer con la luz de la mañana.
«¡No puede ser!», murmuré, tocándolas con cuidado. Sentí el cosquilleo de las plumas entre mis dedos. Eran reales, pero no entendía cómo habían llegado allí.
En ese momento, mi hermano mayor entró en la habitación. Siempre me había molestado un poco, como los hermanos suelen hacer, pero cuando me vio con las alas, se quedó congelado en la puerta, con los ojos muy abiertos.
«¿Qué… qué es eso?» preguntó, incapaz de apartar la vista de mis alas.
«No lo sé», respondí, todavía en shock. «Me desperté y… estaban ahí.»
Mi hermano se acercó lentamente, como si no pudiera creer lo que estaba viendo. «¿Son… reales?» Me tocó las alas suavemente, y cuando las sintió bajo sus dedos, se dio cuenta de que no era una broma.
«¿Qué crees que signifique esto?» pregunté, con una mezcla de emoción y miedo en mi voz.
Él se encogió de hombros, aún maravillado. «No lo sé. Pero definitivamente no es algo normal.»
Pasé los siguientes minutos mirando mis nuevas alas en el espejo. Eran tan grandes que casi llegaban al techo de mi habitación, y cada vez que las movía, sentía como si formaran parte de mí, como si siempre hubieran estado ahí, esperando el momento adecuado para aparecer.
«Esto es increíble», dije, sonriendo por primera vez desde que las descubrí.
«¿Increíble? ¡Esto es una locura!» exclamó mi hermano. «¿Qué vamos a hacer ahora?»
No sabía la respuesta a esa pregunta. Era extraño, pero al mismo tiempo emocionante. Podía sentir una energía en mi cuerpo que nunca antes había experimentado. Era como si esas alas me dieran más que solo la capacidad de volar. Era como si hubiera un propósito detrás de ellas.
«Quiero probarlas», dije de repente. «Quiero ver si puedo volar.»
«¿Estás loco? ¿Y si te caes? ¡No sabes cómo usarlas!» Mi hermano siempre había sido el más cauteloso, pero yo no podía resistir la tentación. Tenía alas, ¡tenía que volar!
Antes de que pudiera detenerme, corrí hacia la ventana y, sin pensarlo demasiado, abrí las alas y salté. Sentí el viento contra mi rostro mientras caía durante un segundo, pero justo cuando el miedo empezaba a apoderarse de mí, mis alas se desplegaron completamente y, de repente, el suelo ya no se acercaba.
Estaba volando.
El aire me sostenía, y cada vez que movía mis alas, subía un poco más alto. Miré hacia abajo y vi a mi hermano asomado por la ventana, con la boca abierta, mirándome volar por encima de la casa.
«¡Esto es increíble!» grité, mientras daba vueltas en el aire, riendo como nunca antes.
Pasé un buen rato volando alrededor de nuestra casa, sobre los árboles y por el cielo azul. No podía creer lo libre que me sentía. Era como si todas las preocupaciones del mundo se hubieran desvanecido en ese instante. Pero después de un tiempo, decidí regresar a la tierra, aunque no quería que ese momento terminara.
Cuando aterricé suavemente frente a mi casa, mi hermano corrió hacia mí. «¡Eso fue asombroso!» dijo, todavía en shock. «¡Estabas volando de verdad!»
Asentí, sonriendo. «Sí, lo sé. Y fue increíble. Pero… ¿por qué tengo estas alas?»
Pasamos el resto del día tratando de encontrar una respuesta. Intentamos buscar en libros, preguntamos a mamá (aunque no le contamos todo), y pensamos en todas las historias que habíamos leído sobre héroes con alas. Pero no encontramos ninguna respuesta clara.
Esa noche, mientras me preparaba para dormir, miré mis alas una vez más. Sabía que, de alguna manera, estaban ahí por una razón. Tal vez no descubriría el porqué de inmediato, pero una cosa era segura: esas alas no solo me daban la habilidad de volar. Me daban un propósito que aún no entendía del todo.
Y así, cada mañana después de ese día, me despertaba con una sonrisa, listo para desplegar mis alas y volar de nuevo. Sabía que la aventura apenas comenzaba.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.