En una pequeña casa en Cantabria vivía una niña llamada Triana. Triana tenía rizos dorados y una sonrisa traviesa. A veces, Triana se portaba muy bien. Ayudaba a su mamá Sara a poner la mesa, recogía sus juguetes y siempre decía “por favor” y “gracias”. Pero otras veces, cuando se enfadaba, Triana se portaba mal. Pateaba, gritaba e incluso pegaba a su mamá o a otras personas.
Un día, Triana estaba jugando en el jardín cuando Mamá Sara la llamó para almorzar.
—Triana, es hora de comer. Ven y lávate las manos.
Triana estaba disfrutando mucho de su juego y no quería parar. Se enfadó y empezó a gritar.
—¡No quiero comer ahora! ¡Estoy jugando!
Mamá Sara se acercó con calma y le dijo —Triana, es importante que comas para que tengas energía. Puedes seguir jugando después de almorzar.
Pero Triana no quería escuchar. Estaba tan enfadada que le pegó a Mamá Sara en la pierna y corrió al otro lado del jardín. Mamá Sara se sintió triste, pero no se enfadó con Triana. Sabía que Triana necesitaba aprender a manejar sus emociones.
Esa noche, después de la cena, Mamá Sara se sentó con Triana en el sofá.
—Triana, hoy te enfadaste mucho y me pegaste. Eso no está bien. ¿Puedes decirme por qué te sentiste tan enfadada?
Triana miró a Mamá Sara con lágrimas en los ojos. —Estaba jugando y no quería parar. Me sentí muy enfadada cuando me llamaste.
Mamá Sara la abrazó con cariño. —Entiendo que a veces es difícil dejar de hacer algo que te gusta. Pero pegar no es la manera de expresar tus sentimientos. Puedes decirme cómo te sientes con palabras.
Triana asintió lentamente. —Lo siento, mamá. No quise hacerte daño.
Mamá Sara le sonrió y le dio un beso en la frente. —Te perdono, Triana. Siempre te amaré, sin importar lo que pase. Pero quiero que aprendas a expresar tus sentimientos de una manera más amorosa.
Al día siguiente, Triana y Mamá Sara fueron al parque. Triana estaba emocionada porque le encantaba jugar en los columpios y deslizarse por el tobogán. Mientras jugaban, Mamá Sara le recordaba a Triana que usar las palabras era mejor que pegar o gritar.
—Recuerda, Triana, si te sientes enfadada o triste, usa tus palabras para decírmelo. Estoy aquí para escucharte y ayudarte.
Triana practicó todo el día. Cuando se cayó y se raspó la rodilla, en lugar de llorar y gritar, fue donde Mamá Sara y le dijo —Mamá, me caí y me duele la rodilla.
Mamá Sara la abrazó y le dijo —Lo siento mucho, Triana. Vamos a limpiarlo y poner una curita. Hiciste muy bien en decírmelo con palabras.
Poco a poco, Triana empezó a darse cuenta de que podía confiar en Mamá Sara para entenderla y ayudarla. Aunque todavía tenía momentos en los que se sentía muy enfadada, empezó a recordar usar sus palabras en lugar de pegar o gritar.
Un día, mientras jugaban en la casa, Triana rompió accidentalmente su juguete favorito. Se sintió muy triste y enojada, pero recordó lo que Mamá Sara le había enseñado. Fue a buscar a su mamá y, con lágrimas en los ojos, le dijo —Mamá, rompí mi juguete favorito y estoy muy triste.
Mamá Sara la abrazó fuerte y le dijo —Lo siento mucho, Triana. Es normal sentirse triste cuando algo importante para ti se rompe. Pero estoy muy orgullosa de ti por decirme cómo te sientes.
Juntas, arreglaron el juguete lo mejor que pudieron, y Triana se sintió mejor. Aprendió que no importaba cuán grande o pequeño fuera su problema, siempre podía contar con el amor y el apoyo de Mamá Sara.
Con el tiempo, Triana se dio cuenta de que portarse bien y usar palabras para expresar sus sentimientos hacía que su vida fuera más feliz. Disfrutaba más de sus juegos y pasaba momentos más bonitos con Mamá Sara. Y aunque todavía tenía días difíciles, sabía que siempre podía aprender y mejorar.
Una tarde, mientras caminaban por la playa, Triana miró a Mamá Sara y le dijo —Mamá, gracias por enseñarme a usar mis palabras y por amarme siempre.
Mamá Sara sonrió y le respondió —Siempre te amaré, Triana, y siempre estaré aquí para ti.
Y así, Triana y Mamá Sara vivieron felices en su pequeña casa en Cantabria, con mucho amor y comprensión, disfrutando de cada día juntas.
Fin.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.