Cuentos de Amor

Un Amor que Sanó

Lectura para 11 años

Tiempo de lectura: 5 minutos

Español

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Era un día soleado cuando Yesica y Zael decidieron dar el gran paso: vivir juntos. Habían estado saliendo durante un año y, al principio, todo parecía perfecto. Se adoraban, compartían risas y sueños, y pasaban horas hablando sobre su futuro. Yesica tenía una sonrisa que iluminaba cualquier habitación, y Zael, con su carisma, siempre sabía cómo hacerla reír. Todo en su relación parecía una hermosa melodía.

Sin embargo, con el paso del tiempo, la música de su amor empezó a desentonar. A medida que se instalaban en su nuevo hogar, Yesica comenzó a notar cambios en Zael. Se volvía más posesivo y, en ocasiones, su temperamento se descontrolaba. Al principio, Yesica lo justificaba, pensando que quizás el estrés de la mudanza y los nuevos cambios lo estaban afectando. Pero las cosas pronto se tornaron oscuras.

Una tarde, mientras Yesica preparaba la cena, Zael llegó a casa con el ceño fruncido. Sin motivo aparente, comenzó a reprocharle que la comida no estaba hecha a su gusto. Yesica, sorprendida, trató de calmarlo.

—Lo siento, Zael. Estoy trabajando en ello. Solo dame un momento, por favor —dijo, intentando no aumentar la tensión.

Sin embargo, las palabras de Yesica no hicieron más que avivar su enojo. Sin previo aviso, Zael la empujó, y Yesica cayó al suelo. El impacto le dolió, pero el verdadero dolor provenía de su corazón. Nunca había imaginado que el amor podría convertirse en miedo.

—¡Eres una inútil! —gritó Zael, mientras ella se acurrucaba en el suelo.

La relación que había comenzado como un cuento de hadas se había convertido en una pesadilla. Yesica, a pesar del maltrato, creía que podría cambiar a Zael. Pensaba que, si lo amaba lo suficiente, él volvería a ser el chico encantador que había conocido. Pero cada día que pasaba, Zael se volvía más agresivo y distante.

María, la madre de Yesica, comenzó a notar cambios en su hija. Aunque Yesica intentaba ocultar lo que estaba sucediendo, su madre podía ver el brillo de felicidad desvanecerse de su rostro. Un día, María decidió que tenía que hablar con su hija.

—Yesica, cariño, ¿qué está pasando? Te veo diferente, y me preocupa. —dijo María con una expresión de ternura en su rostro.

Yesica sintió que las lágrimas amenazaban con brotar, pero se contuvo. No quería preocupar a su madre, pero tampoco podía seguir guardando silencio.

—Todo está bien, mamá. Solo… solo es un poco complicado en casa —respondió, intentando restarle importancia.

María no estaba convencida. Había un aire de tristeza en la voz de su hija que no podía ignorar.

—Hija, siempre estoy aquí para apoyarte. Si algo no está bien, por favor, confía en mí. —insistió María.

Yesica se sintió atrapada. A pesar de que sabía que su madre tenía razón, el miedo y la confusión la mantenían en silencio. Decidió no escuchar los consejos de María, pensando que podría resolver las cosas por sí misma.

Sin embargo, las cosas empeoraron. Una noche, Zael, en un arranque de ira, la golpeó con fuerza. El dolor físico fue agudo, pero lo que realmente le rompió el corazón fue la traición de alguien que una vez amaba. Yesica se desplomó en el suelo, sintiendo la oscuridad rodearla.

María, al no recibir noticias de su hija, decidió ir a casa de Yesica. Cuando llegó, la encontró en el suelo, temblando de dolor. Sin pensarlo dos veces, la levantó y la llevó al hospital.

En la sala de emergencias, Yesica fue atendida rápidamente. Estaba asustada y adolorida, pero en el fondo, sentía que, por fin, podía escapar de la pesadilla. Mientras esperaba en la sala, una voz familiar la sorprendió.

—¡Yesica! ¿Eres tú? —dijo Diana, una amiga de la infancia que no había visto en años.

Yesica miró hacia arriba y sonrió débilmente al reconocer a Diana. Era un alivio ver un rostro amigable. Diana, al darse cuenta del estado de su amiga, se sentó junto a ella y tomó su mano.

—¿Qué ha pasado? —preguntó Diana, su voz llena de preocupación.

Yesica, aún con lágrimas en los ojos, comenzó a contarle lo que había estado sucediendo. Diana la escuchó atentamente, y cuando Yesica terminó, la miró con comprensión.

—Yo también pasé por algo similar. —dijo Diana con sinceridad—. Te entiendo, Yesica. Pero tienes que saber que mereces ser feliz y estar segura. No estás sola en esto.

Yesica sintió una oleada de alivio al escuchar las palabras de su amiga. La empatía de Diana le recordó que había personas que se preocupaban por ella. En ese momento, decidió que no podía seguir viviendo con miedo.

—Quiero salir de esto, pero no sé cómo —confesó Yesica, sintiéndose vulnerable.

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Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.

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