En un pequeño pueblo costero, donde el cielo nocturno se unía al mar en un abrazo de estrellas y olas, vivían Samuel y Mireia. Samuel era un chico de espíritu aventurero y ojos curiosos, y Mireia, una chica con un alma soñadora y una sonrisa que reflejaba la luz de la luna.
Se conocieron una tarde de verano en la piscina del pueblo, donde los jóvenes se reunían para disfrutar del agua fresca y compartir risas bajo el sol. Samuel estaba jugando al UNO con amigos, y Mireia, que había llegado nueva al pueblo, se acercó tímidamente, atraída por la alegría del grupo.
Desde ese momento, algo mágico comenzó a tejerse entre ellos. Las tardes se llenaron de juegos de cartas, charlas junto a la piscina y miradas que hablaban más que mil palabras. Bajo el cielo estrellado, descubrieron que compartían sueños, risas y un amor por las pequeñas maravillas de la vida.
A medida que el verano avanzaba, Samuel y Mireia se volvieron inseparables. Las estrellas se convirtieron en sus confidentes, y la piscina, en su lugar de encuentro secreto. Cada noche, mientras jugaban al UNO, compartían historias de sus vidas, esperanzas y temores. Los juegos de cartas se volvieron un ritual, una excusa para estar juntos, para conocerse más profundamente.
Pero como todas las historias de verano, la suya también tenía un final. El verano estaba llegando a su fin, y Mireia debía volver a su ciudad, lejos del pueblo costero. La noticia cayó como una sombra sobre sus días soleados, llenándolos de una dulce melancolía.
La última noche antes de la partida de Mireia, se encontraron una vez más al lado de la piscina. El juego de UNO se desplegó entre ellos, pero esta vez, las cartas pasaron a un segundo plano. Las palabras fluían con la naturalidad del viento en las hojas, y sus corazones latían al unísono con el rumor de las olas.
Samuel tomó la mano de Mireia, y en un susurro lleno de emoción, le prometió que la distancia no sería un obstáculo para su amor. Mireia, con lágrimas brillando en sus ojos como pequeñas estrellas, asintió, prometiendo escribirle cartas y mantener viva la llama de su amor.
El verano terminó, pero su historia de amor apenas comenzaba. Separados por kilómetros, Samuel y Mireia mantuvieron su promesa. Las cartas volaban de una ciudad a otra, cada una un pedazo de sus corazones, llenas de palabras de amor, dibujos de estrellas y recuerdos del verano.
Las estaciones pasaban, y con cada carta, su amor crecía y se fortalecía. Samuel y Mireia planeaban encuentros en vacaciones, contando los días para volver a estar juntos. Cada reencuentro era un festival de alegría, un recordatorio de que su amor había superado la prueba del tiempo y la distancia.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.