En un pequeño y acogedor pueblo vivía una niña de cuatro años llamada Lucia. Lucia tenía la piel blanca como la nieve, ojos negros y brillantes como la noche y un cabello largo y ondulado que siempre llevaba suelto. Le encantaba usar vestidos coloridos y pasar horas jugando con sus muñecas en el jardín. Pero lo que más amaba en el mundo era a su papá, Alan.
Alan era un hombre alto y delgado, con la piel blanca y ojos café claro que brillaban con ternura cada vez que miraba a Lucia. Su cabello castaño, aunque tenía dos entradas pronunciadas, le daba un aire distinguido, y sus labios grandes siempre tenían una sonrisa para su hija.
Un día, mientras jugaba en su habitación llena de muñecas y peluches, Lucia escuchó a su mamá mencionar que pronto sería el Día del Padre. La pequeña se quedó pensando, ¿qué podría darle a su querido papá para agradecerle todo el amor, la paciencia y el tiempo que le dedicaba?
Lucia decidió que quería hacer algo muy especial para él. Recordó todas las tardes en las que Alan la llevaba al parque, le leía cuentos antes de dormir y la abrazaba fuerte cuando tenía miedo. Quería encontrar una manera de devolverle todo ese cariño.
Primero, pensó en regalarle una de sus muñecas favoritas, pero rápidamente descartó la idea. Sabía que su papá apreciaría el gesto, pero quería darle algo más personal. Entonces, tuvo una idea brillante: ¡haría un dibujo especial para él!
Lucia se sentó en su pequeña mesa y sacó sus colores. Dibujó a su papá y a ella en el parque, jugando y riendo juntos. Añadió muchos corazones y flores de colores, porque sabía que a su papá le encantaban. Cuando terminó, se sintió muy orgullosa de su obra de arte.
Esa noche, cuando Alan llegó a casa, Lucia corrió a recibirlo con su dibujo escondido detrás de su espalda. Con una gran sonrisa, le dijo: «¡Feliz Día del Padre, papi!» y le entregó el dibujo. Alan se agachó para estar a la altura de Lucia y, con lágrimas de alegría en los ojos, tomó el dibujo.
—¡Es hermoso, mi amor! —dijo Alan mientras abrazaba a Lucia con fuerza—. Este es el mejor regalo que podría recibir.
Lucia sintió una gran felicidad al ver a su papá tan contento. Sabía que había hecho algo especial. Pero aún tenía más planes para ese día.
Después de cenar, Lucia pidió a su mamá que la ayudara a preparar una sorpresa más para Alan. Juntas hornearon galletas con chispas de chocolate, las favoritas de su papá. Lucia se encargó de decorar cada galleta con mucho esmero, usando glaseado de colores y pequeños caramelos.
Cuando las galletas estuvieron listas, Lucia y su mamá llevaron una bandeja a la sala, donde Alan estaba descansando después de un largo día de trabajo. Al ver las galletas, Alan sonrió y dijo:
—¡Vaya, esto es una sorpresa maravillosa!
Lucia se sentó junto a él y le ofreció una galleta. Mientras Alan mordía la galleta, Lucia le dijo:
—Gracias por ser el mejor papá del mundo. Te amo mucho.
Alan, conmovido por las palabras de su pequeña, la abrazó de nuevo y le dijo:
—Yo también te amo, Lucia. Eres mi tesoro más preciado.
Pasaron el resto de la noche juntos, comiendo galletas y contando historias. Lucia se sintió muy feliz de poder pasar esos momentos con su papá y de haberle demostrado cuánto lo amaba.
Esa noche, antes de dormir, Alan le leyó a Lucia su cuento favorito. Al finalizar, la besó en la frente y le susurró:
—Gracias por hacer este Día del Padre tan especial, mi amor.
Lucia cerró los ojos con una gran sonrisa, sabiendo que había hecho feliz a su papá. Se quedó dormida soñando con más maneras de mostrarle cuánto lo amaba.
Desde aquel día, Lucia y Alan compartieron muchos más momentos especiales. Cada Día del Padre se convirtió en una oportunidad para que Lucia le mostrara a su papá cuánto lo amaba, no solo con regalos, sino con acciones y pequeños gestos que llenaban su hogar de amor y alegría.
Y así, en ese pequeño y acogedor pueblo, Lucia y Alan continuaron creando recuerdos que durarían toda la vida, demostrando que el amor verdadero está en los pequeños detalles y en el tiempo que compartimos con aquellos que amamos.
Fin
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.