Había una vez en un bosque colorido y alegre, un pequeño oso llamado Bruno. Bruno era un oso muy especial, pero había algo que lo hacía sentir un poco triste: no sabía correr muy bien. Mientras los demás animales corrían felices por el bosque, él siempre se quedaba atrás, viendo cómo su amiga Lía, una rápida liebre, saltaba y brincaba entre los árboles.
Lía era una liebre llena de energía y alegría. Le encantaba correr y siempre decía que correr era como volar. Ella veía a Bruno quedarse atrás y, a menudo, se detenía para animarlo. «¡Vamos, Bruno! ¡Solo tienes que intentarlo! Correr es divertido y el viento en la cara es genial», decía Lía con una sonrisa.
Un día, mientras Bruno observaba cómo Lía corría alrededor de un pequeño claro, decidió que iba a intentar correr. Se acercó a Lía y le dijo: «Quiero aprender a correr como tú, Lía. Pero me da miedo caer y no sé si puedo hacerlo». Lía, viendo la determinación en los ojos de Bruno, respondió: «No te preocupes, Bruno. Todos aprendemos a correr a nuestro ritmo. ¡Y si caes, siempre podemos levantarnos juntos!».
Con esas palabras de aliento, Lía llevó a Bruno a un hermoso campo lleno de flores silvestres. Bruno se sintió emocionado y un poco nervioso. «Primero, vamos a calentar un poco», sugirió Lía. Así que comenzaron a hacer movimientos suaves, estirando sus patas y saltando un poco. Justo cuando estaban listos, apareció su amiga Tina, una tortuga sabia y amable.
Tina, que siempre tenía buenas ideas, se acercó y dijo: «Hola, amigos. ¿Qué están haciendo? ¿Por qué no me invitan a correr?». Bruno, un poco inseguro, respondió: «Quiero aprender a correr, pero tengo miedo de no poder hacerlo bien». Tina sonrió y le dijo: «No hay nada que temer, Bruno. Correr es una forma de sentir tu corazón. Si corres con el corazón, te sentirás libre y feliz. Lo importante es disfrutar cada momento».
Con esas palabras, Bruno sintió que el miedo comenzaba a desvanecerse. Lía dijo: «¡Sí! ¿Ves? Si pones tu corazón en ello, correr se va a volver muy divertido. Vamos a intentarlo juntos». Bruno miró a sus dos amigas, y con una gran sonrisa, se prepararon para empezar. Lía contó: «¡Uno, dos, tres!».
Y así, comenzaron a correr. Lía fue la primera, saltando como una bola de energía. Enseguida, ella se dio cuenta de que Bruno iba detrás de ella, moviendo sus patitas con todas sus fuerzas. Pero en su emoción, Bruno tropezó con una raíz y, ¡se cayó! Lía corrió hacia él y dijo: «¡Estás bien, Bruno!». El osito, que estaba un poco adolorido pero sonriendo, respondió: «Sí, estoy bien. Pero quiero seguir intentándolo».
Tina, que siempre tenía palabras de ánimo, les dijo: «Recuerden, amigos, que a veces caernos es parte del aprendizaje. Lo más importante es levantarse y seguir corriendo con el corazón». Entonces, Bruno se levantó, sacudió su pelaje y decidió intentarlo otra vez. Esta vez estaba más concentrado, y, aunque sus patas eran cortas, se sentía lleno de determinación.
Lía lo alentaba cada vez que él corría un poco más, y poco a poco, Bruno fue adquiriendo confianza. Al cabo de un rato, sus amigas decidieron que era momento de hacer un pequeño juego. «Vamos a jugar a las escondidas», sugirió Lía. «Yo contaré y ustedes se esconden». Bruno sintió un cosquilleo en su barriguita; era muy divertido esconderse y correr al mismo tiempo.
Lía comenzó a contar: «Uno, dos, tres…». Bruno, sintiendo la emoción, decidió que usaría su rapidez para esconderse detrás de un arbusto grande. Con su corazón latiendo rápidamente, se escondió y esperó. Cuando Lía terminó de contar, salió a buscarles, y cuando la encontró, corrió en zigzag, riendo con alegría. De repente, se dio cuenta de que estaba corriendo más rápido que antes.
Las tres amigas comenzaron a correr y a jugar como nunca antes. De pronto, apareció Zazú, un pájaro azul que siempre volaba alto sobre el bosque. «¿Qué está pasando aquí?» preguntó Zazú, volando en círculos. «¡Parece que están teniendo una gran carrera!», exclamó emocionado. «¿Puedo unirme?». Lía y Tina le dijeron que sí, y juntos continuaron con el juego.
Cuando Zazú empezó a volar cerca de ellos, Bruno sintió que el aire fresco le daba otro impulso. Corrió más rápido que nunca, saltando y riendo junto a sus amigas. Ahora sentía que correr era como flotar en un mundo de flores. Cada vez que tropezaba, se levantaba más rápido y sonreía. «¡Miren lo que puedo hacer!» gritaba, mientras se movía con más facilidad.
El grupo siguió corriendo, saltando y jugando hasta que comenzó a caer la tarde. Se sentaron todos juntos en una piedra grande para descansar. Bruno, aun cansado, dijo: «No puedo creer que ahora pueda correr así. Gracias, amigas. Aprendí que no puedo tener miedo de caer, porque siempre puedo levantarme».
Lía sonrió y dijo: «¡Y lo hiciste muy bien! Lo importante es que corriste con el corazón, y eso es lo que realmente importa». Tina agregó: «Aprendiste que no importa cuántas veces caigas, lo que cuenta es levantarte y seguir adelante». Y Zazú, con su voz melodiosa, dijo: «Recuerden siempre que la verdadera alegría está en compartir momentos con amigos y nunca dejar de intentar».
Y así, Bruno, Lía, Tina y Zazú pasaron un día maravilloso aprendiendo el valor de correr con el corazón. Desde entonces, Bruno nunca dejó de correr. Cada vez que lo hacía, lo hacía lleno de alegría, y siempre recordaba que el camino está lleno de aventuras. Fin.
Cuentos cortos que te pueden gustar
La Verdadera Semilla del Cambio en el Corazón de un Mono Desordenado y una Conejita Determinada
La Aventura de Eduardo y su Familia en el Ring de la Gloria
El Bosque Animado de Lyon, Jara y Caneli
Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.