En un hermoso bosque lleno de árboles verdes y flores de colores, vivía una linda coneja llamada Miriam. Ella era conocida por su dulzura y su risa contagiosa. Cada día, ella exploraba el bosque, saltando de un lado a otro y disfrutando de la belleza de la naturaleza. Pero había algo que hacía que su corazón latiera más fuerte: estaba enamorada de un ciervo llamado Hugo.
Hugo era un ciervo fuerte y hermoso, con un pelaje marrón brillante y unos ojos dulces. A menudo se encontraba con Miriam en el claro del bosque, donde compartían risas y juegos. “¡Eres mi mejor amigo, Hugo!” le decía Miriam, sonriendo. Pero en su corazón, deseaba que Hugo sintiera lo mismo por ella.
Un día, mientras Miriam recogía flores, vio a Hugo hablando con una ardilla juguetona llamada Lucía. Lucía era rápida y alegre, con un pelaje suave y brillante. Miriam sintió un pequeño nudo en su estómago al ver cómo Hugo sonreía a Lucía. “¿Por qué se ríen tanto?” pensó, sintiendo que algo no estaba bien.
Con el tiempo, Miriam empezó a notar que Hugo pasaba más tiempo con Lucía. Ellos se reían juntos y jugaban entre los árboles, mientras ella los observaba desde la distancia. “¿Por qué Hugo no pasa tiempo conmigo? ¿Acaso le gusta más Lucía?” se preguntaba, sintiendo que los celos la invadían.
Un día, Miriam decidió acercarse. “¡Hola, Hugo! ¡Hola, Lucía!” saludó con una sonrisa, aunque su corazón estaba nervioso. Hugo se volvió y sonrió. “¡Hola, Miriam! Estamos hablando de las nueces que Lucía ha encontrado. Son deliciosas,” dijo él. “¿Quieres unirte a nosotros?” Lucía preguntó con alegría.
Miriam asintió, pero en su interior sentía una mezcla de emociones. Pasaron un rato juntos, pero cada vez que Lucía reía, Miriam sentía que su corazón se encogía. “No debería sentir esto,” pensó. “Debería estar feliz por Hugo y Lucía.”
Mientras jugaban, Lucía empezó a trepar por un árbol, y Hugo la seguía. “¡Mira cómo subo rápido!” gritó Lucía, saltando de una rama a otra. Miriam observaba desde el suelo, sintiendo que algo se rompía dentro de ella. “Me gustaría poder jugar así con Hugo,” pensó.
Después de un tiempo, los tres se sentaron en la hierba para descansar. Miriam se armó de valor y les dijo: “A veces siento que no soy suficiente. Hugo, ¿tú… tú prefieres jugar con Lucía?” Al escuchar eso, tanto Hugo como Lucía se miraron, sorprendidos.
“¿Por qué piensas eso, Miriam?” preguntó Hugo, confundido. “Eres mi amiga y me encanta pasar tiempo contigo. No me gusta más Lucía. ¡Me gusta estar con los dos!” Lucía asintió, “¡Sí, Miriam! Siempre serás nuestra amiga. No hay por qué preocuparse.”
Miriam sintió un pequeño alivio, pero los celos seguían presentes. “Tal vez no soy lo suficientemente divertida,” murmuró. “Pero me gustaría que fuéramos todos amigos y nos divirtamos juntos.” Hugo sonrió. “¡Eso es! Juguemos todos juntos. Haremos una gran aventura en el bosque.”
Así que decidieron organizar una búsqueda del tesoro. “Buscaremos cosas brillantes en el bosque,” sugirió Lucía emocionada. “¡Sí, me encanta la idea!” dijo Miriam, sintiendo que la emoción reemplazaba poco a poco a los celos.
Mientras buscaban, Miriam se dio cuenta de que cada vez que encontraba algo brillante, se sentía feliz. “¡Mira esto!” gritó mientras levantaba una piedra que brillaba bajo el sol. “¡Es hermosa!” Lucía y Hugo vinieron a ver, admirando la piedra que Miriam había encontrado.
Pasaron horas buscando tesoros en el bosque. Encontraron hojas doradas, piedras brillantes y flores que relucían con la luz del sol. “¡Esto es tan divertido!” decía Miriam, mientras reía con sus amigos. Por un momento, los celos desaparecieron y solo había alegría.
Al final del día, se sentaron juntos en un claro, cansados pero felices. “Me alegra que hayamos pasado este tiempo juntos,” dijo Hugo. “Sí, yo también,” respondió Lucía. “Eres una gran amiga, Miriam. Nunca pienses que no eres suficiente,” agregó, dándole una sonrisa.
Miriam sintió que su corazón se llenaba de gratitud. “Gracias, amigos. Me di cuenta de que lo más importante es que estamos juntos. No quiero perder esta amistad,” dijo, sonriendo. “Nunca perderás nuestra amistad,” aseguró Hugo.
El sol comenzaba a ponerse, pintando el cielo de colores hermosos. Miriam, Hugo y Lucía miraron el atardecer y sintieron que todo estaba bien. “Mañana haremos otra aventura, ¿verdad?” preguntó Miriam. “¡Sí! ¡Siempre habrá nuevas aventuras!” exclamó Lucía.
Y así, cada día se convirtió en una nueva aventura. Miriam aprendió que los celos no valen la pena y que el verdadero valor de la amistad es estar juntos, apoyarse y disfrutar de cada momento. Ella y sus amigos se convirtieron en los mejores compañeros de aventuras en el bosque, compartiendo risas y creando recuerdos felices.
Al final, Miriam se dio cuenta de que su corazón estaba lleno de amor por sus amigos, y eso era lo más importante. Siempre había un lugar especial para todos en su corazón, y nunca dejó que los celos se interpusieran en su felicidad.
Fin
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.