Había una vez un niño llamado Felipe, que vivía en una pequeña casa junto a un gran campo lleno de árboles, flores y muchas cosas divertidas para explorar. Felipe era un niño muy curioso y cada día le encantaba salir a vivir aventuras con sus amigos. Pero sus amigos no eran cualquier tipo de amigos. Felipe tenía un caballo fuerte y rápido llamado Trueno, un dinosaurio grande y verde llamado Dino, y un lobo muy travieso, pero no feroz, llamado Lobo Feroz.
Cada mañana, Felipe se despertaba temprano. Su mamá, Kenia, siempre le recordaba lo importante que era cepillarse los dientes y comer todo su desayuno. «Felipe, si quieres ser fuerte como Trueno y Dino, debes cepillarte bien los dientes y comer toda tu comida», le decía su mamá con una sonrisa.
Después de hacer caso a su mamá, Felipe salía corriendo al campo, donde lo esperaban sus amigos. Lobo Feroz siempre estaba listo para jugar alguna broma o correr por los prados, mientras que Trueno relinchaba emocionado cada vez que Felipe lo montaba para cabalgar por los senderos. Dino, aunque era grande y pesado, siempre estaba lleno de alegría y movía su gran cola de un lado a otro, dispuesto a vivir cualquier aventura.
Un día, Felipe decidió que era el momento perfecto para descubrir algo nuevo. «Hoy vamos a explorar el Bosque Alegre», dijo emocionado mientras acariciaba a Trueno. «Dicen que allí hay muchas sorpresas.»
«¡Sorpresas! ¡Me encantan las sorpresas!», exclamó Lobo Feroz mientras daba vueltas de emoción.
«Yo estoy listo», dijo Dino con su gran voz, estirando su cuello alto para ver más allá de los árboles.
Felipe subió a Trueno, y juntos, con Lobo Feroz corriendo a su lado y Dino caminando detrás, comenzaron su nueva aventura hacia el Bosque Alegre. Mientras avanzaban, el aire estaba lleno del sonido de los pájaros cantando y las hojas susurrando al viento. Felipe no podía dejar de sonreír. Sabía que algo increíble estaba por suceder.
Cuando llegaron al Bosque Alegre, el lugar estaba lleno de árboles altos, flores de todos los colores y un pequeño arroyo que corría suavemente entre las piedras. «Es hermoso», dijo Felipe mientras bajaba de Trueno para caminar entre las flores.
«¡Miren esas mariposas!», gritó Lobo Feroz, saltando de un lado a otro tratando de alcanzarlas con sus patas.
Dino, que siempre era muy cuidadoso, dijo: «Este lugar es perfecto para descansar y tal vez encontrar alguna fruta sabrosa.»
Mientras exploraban, Felipe notó algo brillante detrás de unos arbustos. «¡Vengan! Creo que he encontrado algo», dijo, llamando a sus amigos.
Cuando se acercaron, descubrieron una pequeña caja dorada enterrada entre las flores. «¿Qué será esto?», preguntó Dino, inclinando su gran cabeza hacia la caja.
«Solo hay una forma de saberlo», respondió Felipe, abriendo la caja con cuidado.
Dentro de la caja había pequeñas figuras de animales, todas hechas de madera. Había un caballo, un dinosaurio, un lobo y… un niño que se parecía mucho a Felipe.
«¡Son nosotros!», exclamó Lobo Feroz con los ojos brillantes de emoción. «¡Qué increíble!»
Felipe tomó las figuritas con una sonrisa. «Parece que alguien más tuvo aventuras aquí antes que nosotros.»
Trueno, que estaba pastando cerca, relinchó suavemente, como si también estuviera de acuerdo.
Decidieron llevar las figuritas con ellos como recuerdo de su día en el Bosque Alegre. Pero la aventura no terminó allí. Mientras caminaban de regreso a casa, se encontraron con Bruno, el primo de Felipe, que venía corriendo desde su casa. «¡Hola! ¿A dónde han ido hoy?», preguntó Bruno mientras se unía al grupo.
«Fuimos al Bosque Alegre y encontramos una caja mágica con figuritas», explicó Felipe con entusiasmo. «¡Tienes que venir con nosotros la próxima vez!»
«¡Me encantaría!», dijo Bruno con una gran sonrisa.
De camino a casa, Felipe pensaba en lo afortunado que era de tener amigos tan especiales. Cada día con ellos era una nueva aventura, y siempre había algo divertido que descubrir.
Cuando llegaron a casa, el sol ya estaba comenzando a esconderse detrás de las montañas, y Felipe sabía que era hora de cenar. Su mamá Kenia lo esperaba en la puerta. «¿Te divertiste hoy, Felipe?», le preguntó con una sonrisa.
«¡Sí, mamá! Tuvimos una gran aventura en el Bosque Alegre», respondió Felipe mientras entraba a la casa.
«Eso suena muy divertido», dijo su papá Santiago mientras ponía la mesa para la cena. «Pero ahora es hora de cenar, cepillarse los dientes y prepararse para dormir.»
Felipe asintió, sabiendo que debía seguir su rutina antes de dormir. Cenó todo lo que había en su plato, fue al baño a cepillarse bien los dientes, y luego se puso su pijama favorito. Antes de acostarse, miró por la ventana hacia el campo, pensando en todas las aventuras que lo esperaban mañana.
Esa noche, Felipe soñó que él y sus amigos volaban por el cielo en Trueno, sobrevolando el Bosque Alegre y descubriendo nuevos lugares llenos de magia y diversión. Sabía que, con amigos como Dino, Lobo Feroz, Trueno y su primo Bruno, siempre habría algo especial por vivir al día siguiente.
Y así, cada mañana, Felipe se despertaba con una gran sonrisa, listo para vivir una nueva aventura junto a sus inseparables amigos.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.