En un hermoso bosque lleno de árboles altos y flores de muchos colores, vivían cuatro amigos muy especiales: un loro llamado Lolo, un oso cariñoso llamado Bruno, un conejo ágil llamado Tino y una ardilla curiosa llamada Carla. Este grupo de amigos siempre se estaba divirtiendo juntos y explorando su mágico hogar.
Un día, mientras disfrutaban del cálido sol en el Jardín de las Flores Mágicas, Lolo, el loro, alzó su voz y comenzó a cantar. «¡Lalalalá! ¡Soy el loro más feliz del mundo!», gritaba Lolo, su voz resonando entre los árboles. Pero, a veces, esta alegría se convertía en un grito tan fuerte que hacía temblar las hojas. Los otros animales del bosque se sobresaltaban cada vez que Lolo decidía «cantar» de esa manera.
Bruno, el oso, era el más grande del grupo, así que siempre intentaba ser el más calmado. «Lolo, amigo, tu canto es hermoso, pero a veces es demasiado fuerte. Podrías asustar a los demás animales», le decía con voz suave. «¡Pero a mí me gusta cantar alto!», respondía Lolo con una sonrisa, moviendo sus coloridas plumas.
Tino, el conejo, que siempre estaba saltando de un lado a otro, se unió a la conversación. «Yo creo que deberías cantar un poco más despacito. Tal vez así hasta podamos disfrutar juntos de la música». Carla, la ardilla, que siempre estaba buscando nuevas aventuras, asentía con la cabeza mientras mordía una nuez. «Sí, Lolo. A veces es mejor ser un poco más suave, sobre todo cuando queremos hacer nuevos amigos en el bosque», sugirió.
Lolo miró a sus amigos con sus grandes ojos brillantes y se sintió un poco triste. «Está bien, amigos, trataré de cantar más despacito», prometió. Sin embargo, dentro de él, la emoción seguía ardiendo, y le encantaba ser el centro de atención. Así, pasaron el día explorando el jardín y descubriendo nuevas flores brillantes que nunca habían visto antes, conversando sobre la belleza que las rodeaba.
Mientras exploraban, un repentino susurro llenó el aire. «¿Qué fue eso?» preguntó Bruno, mirando en dirección al sonido. «No lo sé», dijo Tino con voz temblorosa. Carla, siempre curiosa, fue la primera en investigar. Con un salto rápido, se acercó a un hermoso arbusto y, al asomarse, vio a una pequeña tortuga llamada Tina, que estaba tratando de salir de un enredo de ramas y hojas.
«¡Hola, pequeña tortuga! ¿Necesitas ayuda?» preguntó Carla con su voz dulce. Tina levantó la cabeza, agradecida. «Sí, por favor. Me temo que estoy atrapada y no puedo moverme», respondió con voz suave. «No te preocupes, ¡estamos aquí para ayudarte!», exclamó Lolo con gran entusiasmo, olvidando por un momento su promesa de cantar más bajo.
Bruno se acercó y, con su gran fuerza, comenzó a mover las ramas para liberar a Tina. «¡Ahí va! ¡Casi lo tenemos!», dijo, mientras Tino y Carla limpiaban las hojas que cubrían a la tortuga. Con un esfuerzo conjunto, pronto Tina fue liberada. «¡Gracias, amigos! No sé qué habría hecho sin ustedes», dijo la tortuga con gratitud.
Lolo, feliz de haber ayudado, decidió que sería un buen momento para cantar. «¡Soy Lolo, el loro que canta! ¡Canto fuerte y no quiero parar!», gritó, llenando el bosque de su voz. Pero al ver la cara de sus amigos, notó que no todos estaban disfrutando. Tina, la tortuga, había cerrado los ojos y se había escondido dentro de su caparazón. Lolo se sintió mal de nuevo.
«Lo siento, Tina. No quería asustarte», dijo Lolo, con una voz baja. «A veces, cuando estoy feliz, olvido que debo ser más considerado». «No te preocupes, Lolo. Gracias a tus amigos, ahora estoy a salvo», respondió Tina, asomando lentamente su cabeza.
Bruno, Tino y Carla miraron a Lolo con sonrisas. «Sabes, ser un buen amigo también significa escuchar lo que sienten los demás», le recordó Tino con suavidad. «A veces, compartir tu alegría no solo es cantar fuerte, sino también ser atento con los que te rodean», añadió Carla.
Lolo, comprendiendo esto, decidió que era hora de hacer un cambio. «Entonces, ¿me ayudarán a encontrar una manera de cantar suave y alegre para todos?» preguntó. «¡Sí, claro que sí!» exclamaron sus amigos al unísono. Juntos, comenzaron a experimentar con diferentes melodías y ritmos.
Primero, Bruno sugirió que Lolo probara a cantar en tonos más bajos. «Tal vez puedas crear una canción tranquila, como el murmullo del viento entre los árboles», dijo el oso. Después de varios intentos, Lolo empezó a cantar muy suavemente, y todos los animales del jardín comenzaron a disfrutar de la música.
Pronto, cuando Lolo terminó su canción, todos los animales del bosque se reunieron para escuchar. La pequeña tortuga, ahora fuera de su caparazón, los observaba emocionada. «¡Eres un gran cantante, Lolo! ¡Tu música es maravillosa!», gritó la tortuga. “Gracias a todos ustedes por ayudarme a entender mi voz”, dijo Lolo, sintiéndose más feliz que nunca.
En ese momento, todos los amigos comprendieron que la verdadera alegría de cantar estaba en compartir su felicidad con los demás, sin importar el volumen. La amistad acaba siendo el ingrediente mágico que hace todo más especial. Desde ese día, Lolo siguió cantando, pero siempre lo hacía con amor y suavidad, haciendo que su música se convirtiera en un hermoso lazo que unía a todos los animales del bosque.
Así, todos aprendieron la importancia de la amistad y de escuchar a los demás. Y en el Jardín de las Flores Mágicas, la música de Lolo resonaba no solo en los oídos, sino también en los corazones, recordando a todos que, a veces, lo más bello que podemos ofrecer es un poco de atención y amor.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.