Cuentos de Animales

El Primer Día de Escuela de Gustavo

Lectura para 10 años

Tiempo de lectura: 2 minutos

Español

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En un cálido rincón del bosque, donde las casas se hacían de troncos y las calles eran senderos tapizados de hojas, vivía una familia de osos muy especial. Papá Oso, con su grueso pelaje y voz ronca, partía cada mañana al trabajo antes que el sol despuntara. Mamá Osa, dulce y cariñosa, cuidaba de su hogar y de sus pequeños con un amor que calentaba incluso los días más fríos del invierno. Entre ellos, el pequeño Oso Gustavo, con su pelaje brillante y ojos curiosos, estaba por vivir uno de los días más emocionantes de su vida: su primer día de escuela.

Aquella mañana, el aroma de los panqueques con miel llenó cada rincón de la casa. Gustavo se despertó con la nariz picando por el dulce olor y bajó corriendo las escaleras, encontrando a Mamá Osa en la cocina.

— ¡Buenos días, campeón! Hoy es un gran día — dijo ella con una sonrisa, sirviendo un enorme plato de panqueques dorados.

— ¡Sí, mamá! Estoy muy emocionado — respondió Gustavo, mientras su barriga gruñía al ver su desayuno favorito.

Después de despedirse de Papá Oso, quien le dio un gran abrazo y le deseó mucha suerte, Gustavo y su madre se dirigieron a la escuela. El camino los llevó por paisajes que Gustavo solo había visto desde la ventana de su habitación. Pasaron junto a un lago sereno donde patos y cisnes nadaban plácidamente y un viejo molino que parecía contar historias del pasado con cada vuelta de sus aspas.

Al llegar, la enorme figura de la Profesora Jirafa los esperaba en la entrada. Con su cuello largo decorado con un colorido pañuelo y unas gafas que le daban un aire intelectual, la Profesora Jirafa saludó a Gustavo con entusiasmo.

— ¡Bienvenido, Gustavo! Vamos a aprender muchas cosas divertidas hoy — exclamó, guiándolo hacia el aula.

El aula era un cálido espacio adornado con mapas del bosque y dibujos de diferentes animales. Gustavo encontró un lugar cerca de la ventana y se sentó, observando a sus compañeros. Algunos ya eran amigos del barrio, como Compañero Oso, un osezno travieso con quien solía jugar. Pero también había caras nuevas, y Gustavo sentía una mezcla de nervios y emoción al pensar en todos los nuevos amigos que podría hacer.

La clase comenzó, y la Profesora Jirafa inició una lección sobre los números. Gustavo, sin embargo, se distrajo rápidamente cuando una abeja entró por la ventana y comenzó a zumbar cerca de él. Fascinado, siguió con la mirada cada movimiento de la abeja, olvidándose por completo de la lección.

— Gustavo, ¿puedes decirnos cuántos son dos más dos? — preguntó la profesora, notando su distracción.

El silencio cayó sobre el aula, y todos los ojos se volvieron hacia él. Gustavo, sorprendido y sin haber escuchado la pregunta, se quedó sin palabras. Las risas comenzaron a brotar entre sus compañeros, y se sintió su rostro calentarse por la vergüenza.

Al terminar la jornada y camino a casa, Gustavo le contó a Mamá Osa sobre su error y cómo se había sentido avergonzado. Con una sonrisa comprensiva, ella le acarició el pelaje.

— Todos tenemos esos momentos, querido. Lo importante es aprender de ellos. Mañana es otro día, y podrás intentarlo de nuevo — le aseguró Mamá Osa.

Alentado por las palabras de su madre, Gustavo decidió que al día siguiente prestaría más atención, sin importar cuántas abejas vinieran a saludar.

Y así fue. Aunque la abeja regresó, Gustavo se esforzó por concentrarse en la lección. Cuando la Profesora Jirafa le hizo otra pregunta, esta vez estaba preparado y respondió con confianza. El aula estalló en aplausos, y Gustavo sintió un orgullo cálido y brillante llenándole el pecho.

Al volver a casa, compartió su éxito con su madre, quien lo felicitó por su esfuerzo y determinación.

— Estoy muy orgulloso de ti, Gustavo. Has aprendido algo muy valioso hoy — dijo Mamá Osa, abrazándolo fuerte.

Gustavo se acostó esa noche sintiéndose feliz y emocionado por todos los días de escuela que aún le esperaban. Sabía que, con esfuerzo y atención, cada día podría ser una aventura llena de aprendizaje y diversión.

Y así, en el corazón del bosque, la vida de Gustavo continuaba entre lecciones, juegos y el cariño de una familia que lo apoyaba en cada paso que daba.

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Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.

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