Había una vez en un colorido bosque lleno de árboles altos y flores brillantes, cuatro amigos inseparables: Max, un perro valiente y curioso; Laika, una gata muy astuta y juguetona; Lola, una conejita alegre con grandes orejas; y Lulú, una tortuga sabia y tranquila. Juntos, compartían muchas aventuras y siempre estaban listos para ayudar a los demás.
Un día, mientras estaban reunidos en un claro bajo un gran roble, comenzaron a hablar sobre lo que querían hacer ese día. Max, moviendo la cola emocionado, dijo: «¡Vamos a explorar el bosque! ¡Podríamos encontrar algo increíble!».
«¡Sí, eso suena genial!», exclamó Lola, saltando de alegría. «Me encantaría descubrir un lugar nuevo».
Laika, con su suave voz, añadió: «Tal vez podamos encontrar un nuevo escondite para jugar o tal vez algo especial que podamos llevar a casa». Lulú, aunque más lenta que sus amigos, sonrió y dijo: «Me gusta esta idea. Siempre es bueno conocer nuevos lugares».
Así que los cuatro amigos se pusieron en marcha, recorriendo el sendero del bosque. El sol brillaba en el cielo, y la brisa suave hacía danzar las hojas de los árboles. Mientras caminaban, escucharon el canto de los pájaros y el ruido de una pequeña cascada cercana.
«¡Vamos a ver la cascada!», sugirió Max, y todos estuvieron de acuerdo. Al llegar, encontraron un lugar hermoso donde el agua caía con fuerza sobre las piedras, creando un pequeño arco iris en el aire.
«¡Es tan bonito!», dijo Lola, maravillada. «Podemos sentarnos aquí y jugar un rato». Así lo hicieron, y mientras salpicaban agua unos a otros, se rieron y disfrutaron del día. Sin embargo, de pronto, Laika escuchó un extraño ruido que provenía de unos arbustos cercanos.
«¿Qué fue eso?», preguntó Laika, mirando hacia los arbustos con curiosidad. «Parece que alguien está en problemas». Los amigos se acercaron a ver qué estaba sucediendo. Al acercarse, vieron a un pequeño pato atrapado entre las ramas.
«¡Ayuda! ¡No puedo salir!», graznó el pato, asustado. Max se acercó rápidamente y dijo: «No te preocupes, estamos aquí para ayudarte». Lulú, que siempre sabía qué hacer en situaciones difíciles, sugirió: «Podríamos mover las ramas con cuidado. Así el pato podrá salir».
Así que, con mucho cuidado, comenzaron a mover las ramas. Max, Laika y Lola empujaron y tiraron, mientras Lulú guiaba el proceso con sabiduría. Después de un rato de trabajo en equipo, lograron liberar al patito, que ahora podía nadar libremente.
«¡Gracias, amigos!», dijo el pato, a quien decidieron llamar Pipo. «No sé qué habría hecho sin ustedes. Estaba tan asustado». Max sonrió y respondió: «¡No hay de qué! Ahora que estás libre, ¿quieres jugar con nosotros?».
«¡Claro que sí! Me encantaría jugar en la cascada», dijo Pipo emocionado. Así que, juntos, los cinco amigos empezaron a jugar en el agua, saltando y nadando mientras el sol brillaba sobre ellos. Pipo se unió a la diversión, chapoteando y haciendo burbujas que hacían reír a todos.
Después de un tiempo, Laika tuvo una idea. «¿Por qué no hacemos una carrera hasta el gran roble?», sugirió. «Así podemos ver quién es el más rápido». Todos estuvieron de acuerdo y se alinearon, listos para comenzar.
«¡Uno, dos, tres, ya!», gritó Max. Todos salieron corriendo, aunque Lulú, siendo una tortuga, iba un poco más despacio. Pero no se rindió y siguió avanzando con determinación. Max, Laika, Lola y Pipo corrían dando saltos de alegría, pero se acordaban de Lulú y la animaban desde adelante. «¡Vamos, Lulú, tú puedes!», gritó Lola.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.