Había una vez, en un pequeño pueblo rodeado de montañas y ríos, dos hermanos llamados Lucía y Tomás. Lucía tenía diez años, era una niña curiosa y llena de energía, con un largo cabello castaño que siempre llevaba suelto. Tomás, su hermano mayor, tenía doce años y era muy inteligente; le encantaba leer y siempre llevaba sus gafas redondas que le daban un aire de sabiduría.
Un día, mientras desayunaban en la cocina de su casa, su abuelo César les habló de un lugar mágico llamado el Bosque Frutal. «Cuando yo era joven, solía explorar un bosque lleno de árboles frutales y maderables. Era un lugar increíble donde la naturaleza y los animales vivían en armonía. Quizás algún día puedan visitarlo», les dijo el abuelo César con una sonrisa misteriosa.
Lucía y Tomás se miraron emocionados. La idea de explorar un lugar tan maravilloso les llenaba de entusiasmo. «¿Podemos ir, abuelo? ¿Podemos visitar el Bosque Frutal?» preguntaron al unísono. El abuelo César rió y asintió. «Claro que sí, pero deben prometerme que serán cuidadosos y respetuosos con la naturaleza», les advirtió.
Los hermanos prometieron y, después de prepararse con mochilas llenas de agua, comida y una libreta para tomar notas, se pusieron en marcha. El abuelo César los acompañó hasta el inicio del sendero que llevaba al bosque. «Sigan este camino y no se desvíen. Encontrarán el Bosque Frutal más adelante», les dijo mientras les daba un mapa antiguo.
El sendero estaba rodeado de árboles altos y frondosos, y el canto de los pájaros llenaba el aire. Lucía y Tomás avanzaron con cuidado, disfrutando de la belleza del entorno. Después de una larga caminata, finalmente llegaron a una entrada marcada por dos enormes árboles de manzanas que parecían darles la bienvenida.
El Bosque Frutal era aún más increíble de lo que habían imaginado. Había árboles de todo tipo: manzanos, naranjos, mangos, cerezos y muchos más. Los árboles estaban cargados de frutos maduros que desprendían un aroma delicioso. Lucía y Tomás se maravillaron al ver a los animales que vivían allí. Ardillas, conejos y aves de colores brillantes los observaban con curiosidad.
Mientras exploraban, Lucía vio un árbol que nunca había visto antes. Era un árbol grande con hojas verdes y brillantes, y sus frutos eran de un color dorado. «Tomás, mira este árbol. ¿Qué clase de fruta es esta?» preguntó Lucía. Tomás ajustó sus gafas y se acercó a examinarlo. «No estoy seguro, pero parece algo muy especial», respondió.
Decidieron probar el fruto dorado. Al morderlo, un sabor dulce y jugoso inundó sus bocas. Era la fruta más deliciosa que habían probado. Mientras disfrutaban del fruto, un anciano apareció de entre los árboles. Era el guardián del Bosque Frutal. «Veo que han encontrado la fruta dorada», dijo con una voz amable.
Lucía y Tomás se presentaron y le contaron al anciano sobre su abuelo César. «Ah, César, un buen hombre. Solía venir aquí cuando era joven, igual que ustedes», recordó el guardián. «Esta fruta dorada es muy especial. No solo es deliciosa, sino que también tiene propiedades mágicas. Aquellos que la comen pueden entender el lenguaje de los animales y las plantas», explicó.
Los hermanos se miraron con asombro. «¿Podremos hablar con los animales y las plantas?» preguntó Lucía emocionada. El guardián asintió y les animó a probar. Lucía se acercó a una ardilla que estaba cerca. «Hola, pequeña ardilla. ¿Cómo te llamas?» preguntó. La ardilla, para su sorpresa, respondió. «Hola, me llamo Nuez. ¡Bienvenidos al Bosque Frutal!»
Tomás probó a hablar con una planta cercana. «Hola, ¿qué tipo de árbol eres?» La planta, un naranjo, respondió con una voz suave. «Soy un naranjo y mis frutos son dulces y jugosos. Gracias por visitarme.» Lucía y Tomás estaban maravillados. Pasaron el resto del día hablando con los animales y las plantas, aprendiendo sobre sus vidas y secretos.
El guardián les mostró más maravillas del bosque. Les enseñó un arroyo donde el agua era tan clara que podían ver peces de colores nadando. También les mostró un rincón del bosque donde crecían árboles maderables. «Estos árboles son muy importantes. Nos proporcionan madera para construir nuestras casas y muebles, pero debemos ser responsables y cuidar de ellos», les explicó.
Lucía y Tomás aprendieron sobre la importancia de preservar el bosque y cuidar de la naturaleza. Entendieron que cada árbol y cada animal tenía un papel vital en el equilibrio del ecosistema. Al caer la tarde, el guardián los llevó de regreso a la entrada del bosque. «Recuerden siempre lo que han aprendido hoy y compartan este conocimiento con los demás», les dijo antes de despedirse.
Los hermanos regresaron a casa, emocionados por contarle al abuelo César todo lo que habían vivido. Al llegar, encontraron al abuelo sentado en el porche, esperándolos con una sonrisa. «¿Cómo les fue en el Bosque Frutal?» preguntó. Lucía y Tomás se sentaron a su lado y comenzaron a relatar cada detalle de su aventura.
«Encontramos la fruta dorada y pudimos hablar con los animales y las plantas», dijo Lucía. «Y también aprendimos sobre la importancia de cuidar los árboles maderables y el ecosistema», añadió Tomás. El abuelo César escuchó atentamente, orgulloso de sus nietos. «Han aprendido una lección muy valiosa. La naturaleza es un tesoro que debemos proteger y respetar», les dijo.
Desde ese día, Lucía y Tomás se convirtieron en defensores del medio ambiente. Compartieron sus conocimientos con sus amigos y vecinos, organizando excursiones al Bosque Frutal para enseñarles sobre la importancia de cuidar la naturaleza. Juntos, plantaron nuevos árboles y cuidaron de los existentes, asegurándose de que el Bosque Frutal siguiera siendo un lugar mágico para las futuras generaciones.
El Bosque Frutal se convirtió en un símbolo de la unión entre la naturaleza y la comunidad. Gracias a Lucía, Tomás y su abuelo César, el pueblo aprendió a valorar y proteger el entorno natural que les rodeaba. Y así, el legado del Bosque Frutal perduró en el tiempo, enseñando a todos que la verdadera riqueza se encuentra en la armonía con la naturaleza.
Fin.
Cuentos cortos que te pueden gustar
La aldea de los nómadas del conocimiento
La Aventura de Azami al Final del Arcoíris
El Viaje Mágico de Martina
Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.