Había una vez tres gatitos que dormían tranquilamente en su cama. Eran el Gato Negro, el Gato Blanco y el Gato Naranjo. Cada uno tenía su propia personalidad: el Gato Negro era muy curioso, el Gato Blanco era juguetón y el Gato Naranjo, el más pequeño, era un poco más tímido, pero siempre tenía una sonrisa en su rostro.
Una mañana, mientras los rayos del sol iluminaban la habitación, el olor de la comida fresca llenó el aire. La dueña de los gatitos había preparado su desayuno favorito: atún y croquetas. Sin embargo, solo el Gato Naranjo despertó al sentir el delicioso aroma. Estirándose y bostezando, se levantó y fue corriendo a la cocina. Los otros dos gatitos, cómodamente acurrucados en su cama, continuaron durmiendo.
El Gato Naranjo llegó a la cocina y se encontró con un festín. «¡Qué suerte tengo!» pensó para sí mismo mientras se lanzaba a devorar la comida. Se comió todas las porciones que había, disfrutando de cada bocado. «Nunca he tenido un desayuno tan delicioso,» pensó mientras lamía sus patas.
Después de comer, el Gato Naranjo se sintió tan satisfecho que decidió volver a dormir. Se acomodó en su lugar preferido, un rincón suave de la cama, y cerró los ojos, dejando que la felicidad del desayuno lo arrullara de nuevo.
Al rato, el Gato Negro y el Gato Blanco despertaron. Al notar que su hermano no estaba en la cama, se miraron con curiosidad. «¿Dónde está el Gato Naranjo?» preguntó el Gato Blanco. «No lo sé, pero huele a comida. Tal vez fue a comer,» respondió el Gato Negro mientras se estiraba y se preparaba para levantarse.
Los dos gatitos se dirigieron a la cocina. Cuando llegaron, se detuvieron en seco al ver que no quedaba nada de comida. Las tazas estaban completamente limpias. «¡Oh, no! ¡No hay comida!» exclamó el Gato Blanco, sus ojos llenos de lágrimas. «¿Qué vamos a hacer? ¡Tengo hambre!» El Gato Negro, frustrado, se giró hacia su hermano y le dijo: «¿Dónde está el Gato Naranjo? Seguro que él comió todo.»
Ambos miraron al Gato Naranjo, que aún estaba durmiendo, con su pancita redonda y feliz. «¡Mira lo gordito que está!» dijo el Gato Blanco, apuntando con una patita. «¿Acaso se comió toda nuestra comida?» El Gato Negro asintió con la cabeza, sintiéndose un poco enojado. «No es justo. ¿Por qué no nos despertó?»
El Gato Naranjo se despertó al escuchar el murmullo de sus hermanos y al ver sus caras tristes, comprendió que había hecho algo mal. Se sentó, sintiendo que su pancita llena le pesaba. «¿Qué sucede, chicos?» preguntó, tratando de parecer inocente. Pero al ver sus caras, supo que había algo más.
«¡No hay comida para nosotros porque tú te la comiste toda!» gritó el Gato Blanco, su voz llena de decepción. «No debiste comer sin despertarnos. ¡Eso no es justo!» El Gato Naranjo se sintió mal por lo que había hecho. «Lo siento mucho,» dijo con un hilo de voz, sintiendo que las lágrimas empezaban a brotar en sus ojos. «No era mi intención dejarlos sin comida.»
«Pero ¿por qué no nos despertaste?» preguntó el Gato Negro, su tono más suave ahora. «Pudimos haber compartido.» El Gato Naranjo bajó la cabeza, sintiendo un nudo en el estómago. «No pensé en eso. Solo tenía mucha hambre y no pude resistirme,» confesó, su voz temblando un poco.
El Gato Blanco lo miró, notando que su hermano se sentía muy mal por lo sucedido. «Está bien, Naranjo. Todos cometemos errores. Pero no está bien mentir o esconder lo que hicimos.» El Gato Naranjo asintió, sintiendo que el peso de la culpa le aplastaba el corazón. «Prometo que la próxima vez compartiré, y que no volveré a mentir,» dijo, sus ojos llenos de sinceridad.
Los tres gatitos se miraron, y después de un momento, el Gato Negro sonrió. «Bien, pero ahora necesitamos algo de comida. Vamos a ver si hay algo en la despensa.» Los tres gatitos se dirigieron a la despensa y encontraron algunas croquetas que habían sobrado de la última comida. Al menos había algo para comer.
Mientras comían juntos, el Gato Naranjo se sintió agradecido de tener a sus hermanos a su lado. «Gracias por perdonarme,» dijo mientras masticaba sus croquetas. «Prometo que no volveré a hacer algo así.» El Gato Blanco le sonrió y respondió: «Todos aprendemos, Naranjo. Lo importante es que lo reconozcas.»
Después de comer, los tres gatitos decidieron jugar en el jardín. El sol brillaba y el aire era fresco. Jugaron a correr detrás de mariposas, a saltar sobre hojas y a esconderse detrás de los arbustos. La risa y los maullidos alegres llenaban el aire, y pronto se olvidaron del problema de la mañana.
Al final del día, cansados pero felices, los tres gatitos regresaron a su cama. Mientras se acurrucaban, el Gato Naranjo miró a sus hermanos y les dijo: «Hoy aprendí que es mejor compartir que mentir. Siempre debemos cuidarnos y ser honestos unos con otros.» El Gato Negro y el Gato Blanco asintieron, sintiéndose orgullosos de su hermano.
Y así, los tres gatitos aprendieron una valiosa lección sobre la honestidad y la importancia de compartir. Desde ese día, siempre se despertaban juntos para comer, asegurándose de que todos tuvieran suficiente. La amistad entre ellos se hizo aún más fuerte, y siempre recordaron que, aunque a veces cometían errores, lo más importante era aprender de ellos y seguir adelante juntos.
Cuentos cortos que te pueden gustar
La Gran Reunión de los Animales
El Mundo de los Animales Invertebrados y Vertebrados
Pío, Gris y el Sueño de Volar
Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.