En un hermoso y vasto bosque, donde los árboles susurraban secretos al viento, vivía una pata muy astuta llamada Pata. A Pata le encantaba explorar y siempre estaba en busca de nuevas aventuras. Un día, mientras paseaba cerca de un lago brillante, se encontró con un gran roble. Con curiosidad, se acercó y vio a un león majestuoso sentado bajo la sombra del árbol.
El león, conocido como León Feroz, era el rey de la selva, y todos los animales le tenían un poco de miedo. Tenía una melena dorada que brillaba como el sol y un rugido tan potente que hacía temblar el suelo. Pero Pata, siendo la valiente pata que era, no dejó que el miedo la dominara.
“¡Hola, León Feroz!” saludó Pata con voz amable. “¿Qué haces tan tranquilo aquí, bajo este árbol?”
León Feroz la miró con sorpresa y frunció el entrecejo. “¿No sabes que soy el rey de la selva? ¿Por qué no te alejas, pequeña pata? Podrías ser mi merienda.”
Pata, en lugar de asustarse, sonrió. “Oh, León, sé que eres un rey fuerte, pero ser feroz no significa que no puedas ser amable. Estoy aquí porque quiero hacer un nuevo amigo.”
León Feroz parpadeó varias veces, sin saber exactamente qué responder. Nadie jamás le había hablado así. “¿Amigo? Nunca he tenido uno. Todos me temen demasiado”, dijo el león con un ligero suspiro.
“Quizás deberías intentar ser un poco más amable”, le sugirió Pata. “Los amigos son lo mejor del mundo. Te hacen compañía y te hacen sonreír”.
León Feroz pensó en las palabras de Pata. “Tal vez tienes razón. Pero, ¿cómo puedo hacer amigos si soy tan grande y fuerte?”
“Podemos jugar juntos”, propuso Pata con entusiasmo. “Te enseñaré a nadar en el lago, y después podemos comer unos deliciosos pastos que crecen en el prado”.
León Feroz se rascó la cabeza, confundido pero intrigado. “¿Nadar? Nunca he nadado. No sé si puedo hacerlo.”
Pata se acercó un poco más y le sonrió. “Te prometo que será divertido. Yo soy una gran nadadora, y puedo enseñarte. ¡Vamos, sólo inténtalo!”
Con un poco de reticencia, el león se levantó y caminó hacia el lago junto con Pata. Al llegar, ella se zambulló en el agua y nadó con gracia. León Feroz observó cómo sus plumitas brillaban bajo la luz del sol y decidió intentarlo. Con cautela, se acercó y empujó sus patas en el agua. Al principio, se sintió un poco torpe, pero Pata lo animó.
“¡Eso es! ¡Sigue moviéndote! ¡Eres un buen nadador!” le gritó Pata. Con el apoyo de su nueva amiga, León Feroz comenzó a sentir confianza en sí mismo. Después de un rato, logró avanzar y hasta se permitió chapotear y jugar en el agua.
Ambos se divirtieron mucho, y León se olvidó de su imagen de rey feroz. Después de un rato, salieron del agua, riendo y disfrutando del sol que secaba sus pieles y plumas. “¡Nunca había jugado así antes!”, exclamó el león, con una gran sonrisa en su rostro. “Pata, eres una amiga increíble.”
“Y tú eres un león excepcional”, respondió ella. “Ves, no tienes que ser feroz todo el tiempo. Eres divertido y amable cuando te sueltas.”
Mientras disfrutaban su día de juegos, no se dieron cuenta de que un astuto zorro llamado Zorrito, que había estado observando desde cierta distancia, se acercaba lentamente. Zorrito era conocido por ser un pequeño travieso y a menudo se hacía amigo de animales para hacer travesuras. Curioso por ver cómo el temido león estaba jugando, decidió unirse a ellos.
“¡Hola, amigos! ¿Puedo jugar con ustedes?”, preguntó Zorrito, con una sonrisa pícara.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.