Cuentos de Animales

La Pequeña Guardiana del Jardín Mágico

Lectura para 4 años

Tiempo de lectura: 2 minutos

Español

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En un hermoso rincón del mundo, donde el sol brillaba cada mañana y las flores danzaban al ritmo del viento, había un pequeño jardín mágico. Este jardín era un lugar especial, lleno de colores vivos y aromas deliciosos. En él crecían flores de todos los tamaños y formas, y también había un pequeño estanque donde nadaban peces de colores relucientes. Pero lo más maravilloso de este jardín era que estaba protegido por una pequeña guardiana llamada Salomé.

Salomé era una niña de cuatro años, con unos ojos brillantes que parecían espejos del cielo y una risa contagiosa que alegraba a todos a su alrededor. Le encantaba pasar sus días cuidando el jardín mágico, asegurándose de que todo estuviera en armonía. Ella regaba las plantas, hablaba con las flores y siempre encontraba tiempo para jugar con sus amigos, que eran los animales que vivían allí.

Un día, mientras Salomé estaba recogiendo flores, oyó un suave susurro que venía del arbusto más grande del jardín. Acercándose con curiosidad, vio que era un pequeño conejo llamado Tobías. Tobías era un conejo travieso, de pelaje blanquecino y con unas orejas que se movían de un lado a otro con cada brisa.

—¡Hola, Salomé! —dijo Tobías, saltando de un lado a otro—. ¿Puedo ayudarte a cuidar el jardín hoy?

—¡Claro que sí, Tobías! —respondió Salomé, sonriendo—. Me encantaría tenerte de ayudante.

Así que juntos comenzaron a arreglar el jardín. Tobías se encargó de mover un poco de tierra y Salomé plantó unas semillas de girasol que había encontrado en su caja de herramientas. Mientras trabajaban, los dos amigos comenzaron a contar historias sobre sus aventuras en el jardín. Tobías hablaba de cómo una vez había perseguido a una mariposa que lo llevó a un rincón muy verde y fresco.

—Y cuando llegué allí, vi a un lindo pajarito que cantaba una hermosa canción —contó Tobías, emocionado—. ¡Deberíamos buscarlo!

Salomé, emocionada por la idea, asintió con la cabeza. Juntos decidieron explorar el jardín para encontrar a ese pajarito cantor. Los dos amigos se adentraron entre los arbustos y las flores, disfrutando del sonido del agua del estanque y el canto de los demás pájaros que volaban por el cielo.

De repente, al alejarse un poco, Salomé y Tobías encontraron a una pequeña ardilla llamada Lila. Lila era muy juguetona, con un pelaje castaño y una colita esponjosa que se movía de un lado a otro. Ella estaba recogiendo nueces para su despensa.

—¡Hola, Lila! —exclamó Salomé—. ¿Quieres venir con nosotros a buscar al pajarito que canta?

—¡Oh, sí! —respondió Lila, dejando caer una nuez—. Me encantaría. Tal vez podamos hacerle una visita y escuchar su canción.

Así que los tres amigos comenzaron a buscar juntos, riendo y jugando por el jardín mágico. Pasaron por debajo de un arco de flores y llegaron a un claro donde los rayos del sol iluminaban todo, haciendo que las flores parecieran brillar más.

En ese momento, un hermoso canto llenó el aire. Los tres amigos se miraron emocionados. Era el pajarito que había estado buscando. Sin pensarlo, corrieron hacia el sonido, ansiosos por verlo. Y allí estaba el pajarito, posado en una rama, cantando la melodía más hermosa del mundo. Tenía plumas de colores brillantes, que resplandecían con el sol.

—¡Mira qué bonito es! —dijo Salomé, admirada.

—¡Sí! —respondió Tobías—. Canta tan bonito.

Lila, emocionada, aplaudió con sus patitas. Los tres decidieron que debían presentarse. Así que, con un poco de nervios, se acercaron al pajarito.

—¡Hola, pajarito! Somos Salomé, Tobías y Lila. Vinimos a escucharte cantar —dijo Salomé, con una gran sonrisa.

—¡Hola, pequeños amigos! —respondió el pajarito—. Estoy muy feliz de que estén aquí. Mi nombre es Canela, y me encanta cantar. ¿Quieren que les enseñe una canción?

Los ojos de Salomé se iluminaron de alegría. —¡Sí, por favor!

Canela comenzó a cantar una canción sencilla, llena de notas alegres y melodiosas. Salomé, Tobías y Lila se unieron, intentando seguir el ritmo. Aunque no se salían muy bien al principio, pronto todos estaban riendo y disfrutando de su propia versión del canto.

Después de un rato, Canela les dijo: —Recuerden, amigos, siempre es importante cuidar de nuestro mundo y de nuestros amigos. Cada planta, cada animal y cada canción tienen un propósito y son parte de este jardín mágico.

Los tres amigos escucharon con atención. Sabían que también tenían que ser guardianes del jardín, igual que Salomé.

—¡Prometemos cuidar de todo lo que hay aquí! —dijeron al unísono.

Pasaron el resto de la tarde jugando, cantando y descubriendo los secretos del jardín. Aprendieron que cuidar de las plantas y de los animales no solo era una tarea, sino un privilegio que llenaba sus corazones de alegría. Mientras el sol comenzaba a ocultarse, Salomé miró a sus amigos y sonrió.

—Hoy ha sido un gran día. Gracias, Canelita, por enseñarnos la importancia de cuidar de nuestro jardín.

—Y gracias a ti, Salomé —dijo Tobías—. Eres la mejor guardiana del jardín mágico.

Y así, con muchas sonrisas y corazones felices, la pequeña guardiana Salomé y sus amigos prometieron seguir cuidando de su mágico hogar, aprendiendo la importancia de la amistad, la música y la armonía con la naturaleza cada día. En su pequeño rincón del mundo, el jardín siguió floreciendo lleno de amor y alegría, un lugar donde cada día era una nueva aventura por vivir.

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Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.

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